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28 de marzo de 2024

Kristina Spohr, politóloga y profesora universitaria

Kristina Spohr, politóloga y profesora universitariaMuir Vidler

Entrevista

Kristina Spohr, politóloga: «Si se enfrenta a una resistencia tenaz, Putin podría extender la guerra»

La autora de Después del Muro, un denso manual de referencia sobre la reconstrucción geoestratégica a partir de 1989, asegura a El Debate que no es el momento de repartir culpas entre los occidentales

«Lo peor está por venir. Absolutamente». Kristina Spohr, profesora en la Universidad Johns Hopkins y en la Escuela Económica de Londres, coincide con Emmanuel Macron y muchos otros líderes occidentales en relación al curso que toma la Guerra de Ucrania; y añade: «Los combates seguramente se intensificarán. Definitivamente, Putin no tiene reparos en arrasar ciudades y dañar irrevocablemente el medio ambiente: el bombardeo de la central nuclear de Zaporíyia fue solo el último ejemplo. Pero cuanto más avanza y destruye, cuanto más genera un odio implacable entre los ucranianos, más imposible resulta controlar, y mucho menos pacificar, el país. Por lo tanto, la campaña militar y los objetivos políticos de Putin contienen una tensión fundamental».
Un balance que abocaría, en su opinión, a tres escenarios, a cada cual más peligroso. El primero: «Si Putin tuviera éxito con relativa facilidad, estaría en condiciones de cambiar el orden de seguridad europeo posterior al Muro, expandiéndose a otras ex repúblicas soviéticas (por ejemplo, Bielorrusia, Moldavia, Georgia)». El segundo: «Si tuviera que sondear las defensas de Finlandia o quizás la frontera oriental de la OTAN en Estonia o Polonia, las consecuencias para el continente serían devastadoras». El tercero: «Si se ve envuelto en una larga insurgencia y Ucrania continúa recibiendo una ayuda occidental sustancial, un frustrado Putin también podría verse tentado a extender la guerra geográficamente, en un intento desesperado de que su apuesta no fracase».
El primer país en haber operado un giro estratégico para contrarrestar la agresividad rusa ha sido Alemania, el país de Spohr, con su decisión de aumentar masivamente el gasto militar, asignando 100.000 millones de euros extra, y aumentar la contribución de Alemania a la OTAN al 2 % del PIB. «De repente, confrontada con las duras realidades de la guerra en Europa por primera vez en 80 años, Alemania se ha sacudido de sus culpas históricas». Scholz también se había alejado de la Ostpolitik socialdemócrata tradicional formulada entre 1969 y 1974 por el icónico canciller Willy Brandt. «Para los brandtianos –de tendencia izquierdista–, el diálogo y los lazos económicos eran necesarios para animar la Russlandpolitik de Alemania. En su opinión, el cambio a través del comercio (Wandel durch Handel) fue clave para asegurar y consolidar la paz en Europa y garantizar relaciones fluidas entre Rusia y Alemania».
Es la postura que mantuvo el canciller Olaf Scholz en su discurso inaugural de diciembre, «quizás para pacificar a los izquierdistas del partido». «En las últimas semanas, sin embargo», prosigue Spohr, «parece haber adoptado el enfoque más realista del otro canciller socialdemócrata, Helmut Schmidt (1974-1982), que hacía hincapié en la disuasión en primer lugar, la distensión en segundo lugar, y había sido un firme defensor de la OTAN».
Volviendo al presente, para Ucrania lo que importaba en el reciente discurso de Scholz era la promesa alemana de entregar 1.000 armas antitanques y 500 misiles tierra-aire, especialmente porque esto se produjo después de una promesa anterior de 5.000 cascos y un hospital de campaña, «una broma para el alcalde de Kiev», señala Spohr. Por lo tanto, el giro histórico alemán, combinado con la decisión de aumentar el gasto militar, «marcan el comienzo de una nueva era para Alemania en Europa», lo que significa asimismo el «comienzo de un período de abierta hostilidad entre el régimen de Putin y Alemania».
–Si se ha vuelto a un periodo de abierta hostilidad, ¿no será también por algunos errores occidentales de principios de los 90?
–No sirve hablar de «errores» de la década de 1990, sobre todo teniendo en cuenta los tintes políticos que ha adquirido esta cuestión en el contexto actual: la narrativa de los «errores» se usa a menudo en relación a la ampliación oriental de la OTAN tras la caída del Muro. Y dado que Rusia vende el mito de la traición occidental a Rusia en cuanto a las firmes promesas hechas en 1990 de nunca ampliar la OTAN al este de Alemania, permítanme ofrecer una visión más matizada.
–Adelante.
–Lo que podríamos preguntarnos es lo siguiente: ¿fue correcto, por ejemplo, que la América de Bill Clinton buscara cosechar sus dividendos de paz y se enfocara inicialmente en el «¡Es la economía, estúpido!»? ¿Fue una buena idea que el canciller Kohl siguiera cortejando a Yeltsin con ayuda financiera, cuando, después de 1991, el Estado de Derecho no lograba arraigarse, la democracia en 1993 nacía muerta mientras las voces ultranacionalistas ganaban terreno y la economía entraba en caída libre y a los oligarcas se les daba vía libre sobre las antiguas industrias estatales de petróleo y gas y las empresas mineras? ¿Fue constructivo para Kohl y Clinton creer que la integración rusa en el G8, la asociación rusa con la Alianza Atlántica a través del Acta Fundacional OTAN-Rusia y la entrada de Rusia en la OMC equilibraría la sensación percibida de pérdida de estatus internacional y de humillación que sintieron muchos rusos al presenciar la retirada del Ejército Rojo de Europa del Este y los Estados bálticos?

La intervención de Kosovo y los ataques del 11 de septiembre y la consiguiente guerra de Irak en 2003 cambiaron los planes de Occidente

Finalmente, a la luz de la guerra de hoy, ¿no fue la mejor opción para responder a los llamados de los gobiernos de las aún jóvenes y tambaleantes democracias capitalistas en la Europa intermedia (Zwischeneuropa) –desde el Báltico hasta el Mar Negro– que buscaban adherir a la UE y/o a la OTAN con la esperanza de unirse al 'Occidente institucional' y escapar de la larga sombra rusa o soviética del pasado y las grandes inseguridades provocadas por un errático Boris Yeltsin durante la década de 1990?
–¿Tiene un esbozo de respuesta?
–Teniendo en cuenta el contexto y las esperanzas embriagadoras de los líderes de Oriente y Occidente, todos los esfuerzos anteriores fueron pasos positivos, emprendidos de buena fe y con las mejores intenciones, tratando de proteger el continente, trabajando en cooperación hacia la estabilidad, la paz y prosperidad. Al mismo tiempo, hubo en todas partes una suposición realista y un reconocimiento de intereses nacionales bastante distintos.
–¿Cuál era la perspectiva dominante del lado occidental?
–Había un deseo genuino de intentar cuadrar el círculo, de acomodar las preocupaciones del enorme imperio euroasiático que incluso representa la Rusia postsoviética (que se extiende desde el Mar Báltico hasta el Estrecho de Bering) mientras se alivian los temores de los pequeños estados de Zwischeneuropa. En el mundo posterior al Muro había una fuerte voluntad de tratar de encontrar soluciones a través del diálogo, de modo que se pudieran forjar compromisos para construir un mejor orden posterior a la Guerra Fría. Además, había una creencia común de que los principios de la Carta de las Naciones Unidas y el Acta Final de Helsinki de 1975 deberían formar la base del orden de seguridad europeo tal como se cristalizó a partir de 1992.
–¿Cuándo se estropearon estos planes?
–La intervención de Kosovo (sin mandato de la ONU) y los ataques del 11 de septiembre –que llevaron a EE.UU. a la primera guerra contra el terrorismo en Afganistán– y la consiguiente guerra de Irak en 2003 cambiaron el juego. Al igual que la llegada de Putin al Kremlin en 2000: un oficial-presidente de la KGB cuyo objetivo principal era restaurar la grandeza rusa y, por lo tanto, seguir el curso del revisionismo geopolítico. El giro autoritario de Putin en Rusia, después de la mentalidad cuasi laissez-faire de la era de Yeltsin, y las ideas de Bush hijo de exportar por la fuerza la democracia chocaron mal. Y en ese sentido, diría, fue a principios de la década de 2000 cuando Estados Unidos tomó un rumbo 'equivocado', mientras que Putin emprendió su fatal trayectoria para redibujar el mapa de Europa, mientras buscaba superar el trauma postimperial de Rusia reuniendo las 'tierras históricas' rusas.
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