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29 de marzo de 2024

Paul Laverty y Ken Loach en el photocall del Festival de Cannes 2023

Paul Laverty y Ken Loach en el photocall del Festival de Cannes 2023GTRES

Festival de Cannes: fin de la partida

Se cierra un festival que más que nada significó un retorno a la normalidad

Con la presencia del más veterano de los directores del concurso, el inglés Ken Loach, 87 años muy bien llevados, y una de las más jóvenes, la italiana Alice Rohrwacher, 41 primaveras, se concluyó hoy el 76º Festival de Cannes en una edición que parece marcar definitivamente una vuelta a la normalidad con el adiós a las medidas preventivas anticovid.
Con The Old Oak, el dos veces premiado con la Palma de Oro, en 2006 por El viento que acaricia la cebada y en 2016 por Yo, Daniel Blake, más varios premios del Jurado oficial y el Ecuménico, Fipresci, etc., vuelve a contar una historia de desigualdad social y económica, de marginación, de injusticia pero, al final, también de solidaridad entre pobres y de optimismo de cara al futuro.
Rohrwacher, toda su aún breve carrera dedicada a ser presentada en Cannes, describe en La chimera el mundo de los saqueadores de tumbas, uno de los problemas mayores de Italia, que no es percibido como tal por la mayor parte de la población, al tratarse del tráfico y desaparición de obras de arte del riquísimo pero también depauperado patrimonio cultural que no hace noticia sino después de años, cuando las piezas robadas son devueltas eventualmente al país.
Esta es la decimosexta estrecha colaboración entre Loach y su guionista Paul Laverty, que trabaja casi exclusivamente para él, ya que solo en cinco ocasiones le fue infiel, pero también es la decimonovena vez que todo lo supervisa la productora Rebecca O’Brien. Los tres forman una alianza de hierro que dura desde hace casi 30 años.
El viejo roble es el nombre de un pub en el nordeste de Inglaterra, tierra de minas de carbón arrasada por Margaret Thatcher en su exitosa guerra contra los sindicatos británicos, durante los años de su reinado en las décadas del 70 y 80 del siglo pasado. Tierra de mineros sin trabajo, irrecuperables para la economía contemporánea, en su ciega desesperación solo atinan a ensañarse con los que son aún más desesperados que ellos, esos inmigrantes de países en guerra que no sabrían dónde caerse muertos si no fuera porque el gobierno enjuaga su complejo de culpa, catapultándolos en un ambiente hostil y desentiéndase de ellos.
Es así que un grupo de refugiados sirios viene a ocupar edificios abandonados ante una oposición neta de gran parte de la población.
Solo una voluntaria y el dueño del pub, abandonado por su mujer e hijo y por ende en la misma situación de soledad de los refugiados, ostentan un mínimo de solidaridad que poco a poco se va extendiendo al resto de la población al poder encontrarse y conocerse, dado que el racismo se basa en el odio y el temor a lo desconocido.
En dos distintas ocasiones, Loach anunció su retiro del cine pero por tercera vez renuncia a su intención para denunciar a un gobierno indiferente a los sufrimientos y necesidades de su población más marginada y proclamar su inquebrantable fe en un futuro mejor que cada vez se aleja más de la realidad.
Loach cuenta la misma historia cambiando los personajes y las situaciones pero es difícil desoír su quejumbroso y cada vez más débil clamor en el desierto.
El cine de Rohrwacher, a pesar de algún estilema de Pasolini y Fellini presente en sus películas, que más que influencias son recuerdos, no se parece en nada al que se hace en su país y en el resto de Europa, algo que a veces no es un hecho positivo.
Josh O'Connor, Alice Rohrwacher e Isabella Rossellini en el Festival de Cannes

Josh O'Connor, Alice Rohrwacher e Isabella Rossellini en el Festival de CannesGTRES

Tal es el caso de La chimera, donde el divagar de una historia, como la que en Lazzaro felice cambiaba tiempo y ambiente manteniendo el personaje central, se produce a la media hora cuando un individuo desorientado pasa a ser el protagonista del film, un rabdomante que descubre tumbas etruscas para beneficio de unos saqueadores ignorantes.
El todo mezclado con un gineceo de emigrantes de toda Europa que le dan abrigo, sustento y hasta esparcimiento sexual.
Interpretado por el actor inglés Josh O’Connor, premiado por su papel del príncipe Charles en la serie The Crown (quién sabe por qué, catapultado en Italia para este film que además se filmó en dos diferentes momentos, invierno y verano), por la hermana de la directora, Alba, en jefa de una banda de reducidores y por una encantadora Isabella Rossellini en matriarca del gineceo, el filme no es ni una parábola ni una denuncia del tráfico clandestino de obras de arte.
Con estos dos títulos se cierra un festival que más que nada significó un retorno a la normalidad en la que la reserva de localidades por Internet no se debía a la necesidad de salvar distancias entre los espectadores sino la de limitar las aglomeraciones, se volvía a admitir el ingreso de líquidos, antes prohibidos por temor a atentados, y el público podía agolparse para recibir a sus ídolos a la entrada del Palacio del Festival.
Robert De Niro y Martin Scorsese en el Festival de Cannes 2023

Robert De Niro y Martin Scorsese en el Festival de Cannes 2023GTRES

Fue también un festival en el que el concurso oficial vio un predominio de los nombres consagrados, algunos de los cuales, como Víctor Erice, Wim Wenders, Aki Kaurismaki y Nuri Bilge Ceylan, confirmaron estar en plena posesión de sus fuerzas, mientras otros, como Martin Scorsese y Todd Haynes, presentaron obras dignas aunque no a la altura de sus obras anteriores, y otros, lamentablemente, como Nanni Moretti y Wes Anderson, mostraron el desgaste de sus fórmulas.
Las nuevas generaciones que pugnan por entrar en el castillo del concurso de Cannes ya golpean a las puertas desde las reseñas paralelas (Una cierta mirada, Quincena de Cineastas, Semana de la Crítica) como los dos jóvenes iraníes Ali Ascari y Alireza Khatami que en Terrestrial Verses denuncian la insensibilidad de la burocracia de su país en once capítulos en plano fijo y único actor conversando con una voz en off, o la marroquí Asmae el Moudir que en Kadib Byad (La madre de todas las mentiras) rememora la trágica revuelta del pan de 1981 con miles de muertos, con solo la ayuda de muñequitos de miga pintados por su padre, y de paso rebelarse a las mentiras que el gobierno y su familia le endilgaron desde pequeña.
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