
Rebecca Lenkiewicz ha presentado la película Agua salada en el Festival de Berlín
Cine
La jornada del Festival de Berlín: la mujer que debuta como directora a los 57 años
La guionista Rebecca Lenkiewicz ha presentado Agua salada, su primera película como realizadora
Oferta desigual en la primera jornada del concurso del 75º Festival Internacional de Cine de Berlín con un elogiable filme chino que rememora la dura vida rural de los campesinos en 1991, antes del ‘gran salto hacia adelante’, y la anodina ópera prima de una guionista inglesa sobre la conflictiva relación entre una madre tullida y su hija, en un imprecisado pueblo de la costa española.
Pero todo lo que de convincente tiene Sheng xi chi di (Viviendo la tierra), segundo largometraje de Huo Meng, en su descripción del choque entre la China atrasada y rural, anclada en sus antiguas tradiciones, y la que en la década siguiente dará pasos de gigante para ponerse al nivel de las sociedades más evolucionadas y poderosas del planeta, le falta a Agua salada (Hot Milk), de la debutante Rebecca Lenkiewicz, que no va más allá de repetir un conflicto generacional que tantas veces se ha visto en cine.
Estamos en 1991, 15 años después de la muerte del ‘gran timonel’, Mao Zhedong o Mao Tse Tung como se decía antiguamente, cuando China se encuentra en el umbral de unos grandes cambios que no afectan todavía la vida en los campos, donde aún se conservan milenarias tradiciones y costumbres y las familias se integran en numerosos grupos que incluyen hasta el segundo y tercer grande de parentesco.
En una de ellas, crece Cheung, de nueve años, probable alter ego del director, llevado por sus padres a la familia de origen donde conviven desde la casi centenaria bisabuela hasta un bebé recién nacido, cuatro y hasta cinco generaciones detenidas en el tiempo, con su inmutable alternar de estaciones y cosechas, sus bodas, nacimientos y funerales, sus ritos y sus fiestas.
Meng, ayudado por una formidable fotografía de Daming Geo, que sabe sacar muy buen partido del paisaje rural de la región natal del director, se detiene con cariño nostálgico en las intrincadas relaciones familiares, especialmente con su tía, destinada muy a su pesar a un matrimonio combinado y en los ritos funerarios (con la curiosa exhumación del cadáver del patriarca, un famoso ladrón ahorcado y baleado y por eso sepultado sin ataúd y nuevamente enterrado con su viuda a la muerte de ella).
Es esta época de transición, cuando los jóvenes empiezan a emigrar a las grandes ciudades para mejorar su nivel de vida, y todavía sigue vigente la prohibición de tener más de dos hijos, que las campesinas saben muy bien eludir con tretas inventivas, como hacerse reemplazar por parientas núbiles, la que cuenta el director en esta entrañable película, repleta de humanidad y de nostalgia, como lección de historia para las olvidadizas jóvenes generaciones chinas.
Rebecca Lenkiewicz, autora de una docena de títulos entre películas, series y telefilms, debuta en la dirección a los 57 años, con un filme sobre una madre que busca curarse de una extraña enfermedad que la condena a una vida en silla de ruedas y su hija adolescente que cada vez soporta menos la dependencia absoluta a la que la obliga su madre.
La mujer, como último recurso, se pone en manos de un médico que cree que la solución está en la mente de su paciente y trata de hacerle recordar que episodio oculto de su vida la ha puesto en este estado, mientras la hija busca confusamente cual es su verdadera identidad sexual.
La veterana Fiona Shaw y la joven Emma Mackey (que fuera espléndida Barbie en el filme epónimo y la elogiada Emily Brontë de Emily) poco pueden hacer para levantar el nivel de esta anodina ópera prima que ni siquiera ha tenido la gentileza de hacernos ver el final, suspendiéndolo con el rollo de los créditos.