
Fotograma de Mickey 17
Cine
Festival de Berlín: el día de Bong Joon-Ho
Seis años después de Parásitos, el director intenta repetir la fórmula del éxito
Aunque fuera de concurso, Mickey 17, el nuevo filme del sudcoreano Bong Joon-ho, ha concentrado la atención del público y la prensa mundial del 75º Festival Internacional de Cine de Berlín, no solo porque se exhibe a seis años del multipremiado Parásitos, sino también por la curiosidad que despertaba el argumento, inspirado en una futurística novela del norteamericano Edward Ashton, donde se habla de un experimento de reencarnaciones múltiples durante un viaje estelar.
Fruto de una trabajosa filmación, no tanto por los efectos especiales, relativamente modestos, y que protagoniza una monstruosa y gigantesca oruga dotada de inteligencia, como por un guion sumamente complejo donde se habla también de una aeronave espacial, comandada por una especie de dictador, mezcla de Donald Trump y Benito Mussolini, y un montaje que no terminaba de convencer a director y productores, agigantando un ya alto presupuesto, que hoy se ubica entre los 120 y los 150 millones de dólares.
Fue así que filmes como el mexicano Dreams de Michel Franco o el francés Ari de Léonor Serraille terminaron por pasar casi desapercibidos, a pesar de unos ciertos valores no del todo bien desarrollados.
Protagonizado por Robert Pattinson, en el doble papel de Mickey 17 y 18, secundado por Mark Ruffalo y la australiana Toni Collette, a los que Hong ha dejado sobreactuar a su gusto, el filme cuenta la historia de un viaje intergaláctico, donde algunos voluntarios se prestan a hacer de conejillos de indias, dejándose matar y resucitar para probar nuevas vacunas, el todo financiado por un multimillonario y su esposa que en la soledad del espacio se cree un nuevo Dios.
El título se refiere a la 17º reencarnación de un voluntario que, por un error, es creído muerto y es resucitado por 18a. vez, conviviendo ambos contemporáneamente, en una idea argumental que no hace más que complicar aún más una historia ya de por sí casi ininteligible.

Pero la maestría de Bong hace que el espectador se deje llevar por la imaginación del director (y del escritor original) y digiera sin demasiados problemas dos horas y 19 de espectáculo. Pero de ahí a recuperar un costo de 120 o 150 millones de presupuesto (lo que implica tres veces más a la hora de la recaudación, es algo que está muy por verse.
En su noveno largometraje en quince años de actividad y 45 de edad, Michel Franco se ha convertido en una de las voces más autorizadas del cine mexicano y sin alcanzar la notoriedad internacional de otros compatriotas más aventajados, como Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu o Alfonso Cuarón, ha sabido construirse un círculo de fans y admiradores, tanto entre el público como entre productores y directores de festivales, que le han permitido acceder a grandes capitales y personalidades de la industria.
Tal es el caso de Jessica Chastain, que después de trabajar con él hace dos años con Memory, vuelve a protagonizar su nueva película, en el papel de una rica heredera de la buena sociedad californiana, que se enamora de un bailarín mexicano pero sin estar dispuesta a facilitarle la carrera en Estados Unidos, ni mucho menos reconocer ante el mundo esa relación amorosa que la sociedad en la que vive condenaría vivamente.
Si bien lo más valido del filme sea esa denuncia de los prejuicios raciales y sociales que imperan aún en ambientes que se creen a salvo de estas discriminaciones, Dreams apuesta a dar más relevancia a la historia amorosa que a la crítica social. Y eso que esta película, ideada tres años atrás, habría cobrado mayor actualidad con la llegada de Donald Trump al poder y con su política de fronteras cerradas y repatriación obligatoria.
Léonor Serraille es una joven guionista y directora francesa de 39 años, a su tercer largometraje con Ari, la historia de un joven que no sabe que hacer con su vida y es echado de su casa por su padre al perder su puesto de educador de niños el mismo día de iniciado el trabajo.
Deambulando por la ciudad, vuelve a encontrar amigos de infancia y adolescencia, tanto o más perdidos en la vida que él, y entre peleas y discusiones, despedidas y reencuentros, encontrará la manera de ubicarse en el mundo, aunque la directora, autora también del guión original, no aclara si esto ocurre en la vida real o solamente en la imaginación del protagonista.
Excesivamente locuaz, como todo filme francés que se respete, Ari cuenta con una actuación a veces desbordada de un Andranic Manet y de un contorno de actores poco conocidos pero de gran simpatía.