Fundado en 1910

20 de abril de 2024

Eduardo Madina y Borja Sémper en la presentación del libro 'Todos los futuros perdidos' en Cooltural Plans

Eduardo Madina y Borja Sémper, en la presentación del libro 'Todos los futuros perdidos', en Cooltural PlansCooltural Plans

Borja Sémper y Eduardo Madina: «Cuando hablamos de ETA, no es el odio, sino la indiferencia, el gran misterio»

Los ex políticos vascos recogen en el libro Todos los futuros perdidos sus reflexiones diez años después del final de ETA

Parece imposible, pero es cierto: son amigos. Muy amigos. Uno ha militado en las filas del Partido Popular, otro en las del Partido Socialista. Y aunque hoy viven tranquilos, retirados de la vida política, esa amistad noble que se aprecia en sus miradas y en sus gestos viene de lejos. Concretamente, de la infancia. Eduardo Madina y Borja Sémper nacieron en Bilbao e Irún con apenas unas horas de diferencia. Coincidieron en el colegio, y después en la militancia política, por la que vivieron los años más duros del terrorismo en primera línea, aunque desde distintas formaciones políticas. Nunca se plantearon renunciar, a pesar del coste que supuso para sus vidas.
Diez años después de un día muy feliz, el día en el que la banda terrorista ETA anunció su cese definitivo, decidieron reunirse en un centenario caserío de Aretxabaleta, importante cruce de caminos en la historia etarra cercano a Mondragón, para mantener una conversación sobre uno de los episodios más oscuros de nuestro pasado reciente. De aquella conversación nació Todos los futuros perdidos: un libro para hacer balance y memoria no de la cesión de los terroristas, sino de la conquista de la democracia.
En Mondragón se sitúa la nave industrial en la que Ortega Lara permaneció 532 días secuestrado. Fue también el lugar en el que el ex concejal Isaías Carrasco fue asesinado frente a su casa y a su familia. Es el lugar donde 40.000 vascos recibieron el cuerpo de Txomin Iturbe, ex dirigente de ETA y responsable de al menos 490 de sus asesinatos. Y es el lugar que escogen Sémper, Madina y la periodista Lourdes Pérez para hacer memoria.
«Pensábamos que el interés por el diálogo entre dos personas ya fuera del foco político, ‘prejubilados’ del trabajo institucional, habría prescrito, pero es al revés: ha aumentado el interés por las claves para entender lo que pasó», expresa Eduardo Madina en una charla cultural organizada por Cooltural Plans. Quien fue portavoz del grupo popular en el Parlamento Vasco y presidente del PP en Guipúzcoa reconoce que este libro les ha llevado a un lugar incómodo: «Estábamos cómodos en la militancia activa y en la defensa de la libertad, pero revisitar esta parte de la biografía personal que creíamos felizmente superada ha sido muy duro. Lo que me preocupa es que siga siendo sorprendente que un socialista y un popular puedan hablar de temas delicados de forma normal y civilizada».

Jóvenes de espaldas a ETA

A finales de 2020, el informe «La memoria de un país. Estudio sobre el conocimiento de la historia de ETA en España» analizó el nivel de conocimiento de la población española sobre el origen y las consecuencias de ETA, aprovechando también el auge de contenidos sobre la banda terrorista, desde la docuserie El Desafío: ETA hasta la novela de Aramburu, Patria, y su adaptación a la ficción. Según los resultados, el 95% de los españoles desconoce el número de víctimas de ETA y el 60 % de los jóvenes españoles no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. «Si me tuviera que quedar con algo bonito que está sucediendo es que los jóvenes se interesan por esta etapa de la historia, los padres quieren que sus hijos lean el libro, y estamos yendo a universidades e institutos a hablar de ello», continúa Sémper, que en la actualidad trabaja en la multinacional EY. «Hay una serie de valores, ideas y principios que son comunes a cualquier individuo. Y aunque hoy se habla poco de ellos, siguen siendo necesarios. Esos valores nos unían, con independencia de a quién votáramos: la libertad, la convivencia, el valor de la vida por encima de cualquier idea política».
El gran protagonista de sus vidas es, quizá, el miedo. Sémper ingresó en las Nuevas Generaciones con solo 17 años, y en seguida se convirtió en objetivo de ETA, que intentó asesinarlo en múltiples ocasiones. Ha llevado escolta toda su vida, al igual que Madina, que también se afilió con 17 años a las Juventudes Socialistas de Euskadi. Sin embargo, a él sí que le pillaron los terroristas: el 19 de febrero de 2002, una bomba lapa colocada en los bajos de su coche por un comando ETA integrado por Iker Olabarrieta y Asier Arzalluz le causó graves lesiones, entre ellas la amputación de la pierna izquierda a la altura de la rodilla.
La pregunta sobre cómo se vive con miedo (concretamente, con miedo a ser asesinado) salpica el libro, y también ha salpicado durante muchos años sus vidas, sus conversaciones, sus relaciones. «El miedo es el gran protagonista, y lo es simplemente porque existe gente que piensa que sus ideas valen más que tu vida. Esas ideas se instalaron culturalmente durante cinco décadas, a través de movimientos terroristas de corte marxista. Muchos murieron en los 90, pero en España, en Euskadi, por alguna razón misteriosa, no solo sobrevivió, sino que la sociedad vasca le proporcionó una colchoneta social, incluso desde el ámbito cultural, y el asesinato formaba parte de la vida», sentencia Madina, que habla sin rencor pero también sin pudor de aquellos años.
El libro 'Todos los futuros perdidos', de Eduardo Madina y Borja Sémper

El libro 'Todos los futuros perdidos', de Eduardo Madina y Borja SémperCooltural Plans

El gran misterio

«Cuando hablamos de ETA, no es el odio, sino la indiferencia, el gran misterio». Uno lo dice, el otro lo repite. «El juego consiste en decidir dónde pones la cámara: puede ser en la indiferencia (algo inaccesible para mí), en el miedo o en la valentía. Hay muchos que decidieron alzar la voz y enfrentarse al terrorismo, ya fuera desde los periódicos, los juzgados, los movimientos pacifistas, las universidades, los grupos de poder o los partidos políticos. Y otros prefirieron apoyarlo y colocarse del lado de los que explican que la muerte por un ideal es posible», continúa Madina, que agradece haber caído en una familia «donde el ser humano es sagrado» y en la que en seguida le inculcaron que ni una sola idea importa más que una persona. «Yo sabía que nunca es cuestionable la vida humana. Después, en las Ciencias Políticas encontré razones, y ya nunca pude mirar hacia otro lado. Igual que Borja».
Tras conocerse con 12 años en el colegio, se reencontraron en Ermua, y los dos recuerdan cómo se unieron la noche del asesinato de Miguel Ángel Blanco. «Borja también eligió bien», dice mirándole. «Ante el miedo como actor principal, había una máxima: si estabas cómodo y tranquilo es que habías elegido mal. Y en el difícil arte de elegir en Euskadi, nosotros elegimos bien». Sémper, por su parte, destaca la parte más emocional del miedo: «Junto al amor, el miedo es el sentimiento más poderoso que existe: es un motor poderoso, y tiene la capacidad de paralizarte o transformarte. Todos lo hemos sentido y todos vamos a volver a sentirlo». Sin embargo, en aquellos años el miedo era también la vida misma, el estado normal en el que se desarrollaba la convivencia: «No era algo puntual. Había bombas y disparos, y el terror se desplegaba cada día con una cotidianeidad que impedía que incluso un frutero pudiera decir lo que pensaba. No hacía falta ser un cargo electo para sentir miedo o la amenaza latente».
El tema de la indiferencia vuelve recurrentemente a la conversación. «Es muy difícil explicar o teorizar sobre la indiferencia. Sobre todo cuando vivimos en una sociedad como la actual, que se moviliza y se indigna con cierta facilidad ante injusticias que ocurren aquí o en cualquier otra parte del mundo, y no digo solo a través de las redes sociales. Pero no hace tanto, en la sociedad vasca, manifestarse públicamente contra el asesinato de una persona traía consecuencias negativas. Ese es el contexto en el que nosotros nacimos», explica Sémper, para quien ver en directo un asesinato con 16 años le llevó a tener inquietudes políticas, y que reconoce la generosidad que tuvieron sus padres al acompañarle y apoyarle en su camino: era el momento de poner la teoría en práctica.

El odio, un «material pegajoso»

En Todos los futuros perdidos, Madina relata que nunca tuvo una lucidez tan total como la que experimentó tras su atentado; una lucidez a la que ha acudido en otros momentos, pero no ha sido capaz de volver a encontrarla. «La claridad mental consistió en saber que esto consiste en amarrarse a la vida, a lo positivo. Desde el principio estuve desprovisto del material pegajoso que es el odio a ETA, que es una trampa: yo no quería que los días que me quedaran en este mundo fueran de odio; quería que fueran para mí. Pero perdí las primarias con Pedro Sánchez, así que no supe tener tanta lucidez», bromea el socialista entre risas.
Ambos cuentan cómo actos cotidianos, como bajar a tirar la basura, eran un privilegio. Cómo vivían (e incluso ligaban) con escolta. El miedo sí llevó a Sémper a sacarse la licencia de armas y vivir esos años con una pistola en su casa, algo que le proporcionaba «seguridad psicológica» pero que, afortunadamente, nunca tuvo que usar. Y a pesar de todo, ninguno de los dos ha dicho nunca ni una palabra que pueda implicar un sentimiento de odio. Pero de la misma manera el miedo necesita ser gestionado, el odio conlleva sus aprendizajes. «Aunque lo he intentado, estoy genéticamente incapacitado para odiar. No me sale. Y he estado próximo al odio desde que ingresé en el PSOE: quería que ETA me viera. Yo he formado parte de un sistema ético, político y social que ETA identificó como un obstáculo para la implantación de su proyecto totalitario», añade Madina, que recalca que la revisión es muy incómoda para quien los terroristas no consideraban un enemigo. «Yo tenía claro que no quería que me mataran, pero tampoco que me amargaran la existencia, y si el odio me definía, me la habrían amargado. Pero no odiar no significa no despreciar: yo he sido siempre firme en mi rechazo, y he volcado todas mis energías en ese rechazo», reflexiona Sémper.
Eduardo Madina y Borja Sémper en la presentación del libro 'Todos los futuros perdidos' en Cooltural Plans

Eduardo Madina y Borja Sémper en la presentación del libro 'Todos los futuros perdidos' en Cooltural PlansCooltural Plans

ETA siempre se escudó y parapetó detrás de términos bélicos. ¿La democracia española ganó la guerra para perder la paz? Según Madina, no hemos sabido ganar. «Siempre pienso en Angela Merkel, que aunque no es de mi espectro político, sí es para mí una referencia en política. Cuando era canciller alemana visitó Auschwitz y dio un paso más: vinculó lo que allí había sucedido al verbo ‘ser’. Ya no hablaba solo del principio de responsabilidad, sino que ella dijo: esto que hicimos formará parte de nuestra identidad nacional para siempre. La narrativa de las naciones se legitima a través de los hechos más brillantes del pasado, que en nuestro caso son la Reconquista, el Descubrimiento de América, las Cortes de Cádiz… Pero los hechos más dolorosos también forman parte de lo que somos, aunque no lo queramos mirar. Y los vascos siempre seremos eso. Nuestra identidad nacional, por mucho que el nacionalismo busque otra cosa, aunque se estén buscando atajos o formas rápidas de pasar página, siempre irá ligada a ETA».

La institucionalización del olvido

«Euskadi es una sociedad plural, lo que significa que hay muchas formas de entender ‘lo vasco’, lo que significa que ‘lo vasco’ son los vascos. Y si nos vamos todos de allí, no queda nada. Siempre seremos eso: nuestra pluralidad tiene una esquina rota, de 800 personas que fueron asesinadas por ello, por tener ideas distintas», explica el socialista, que afirma que iba a estudiar Derecho en Deusto pero se decantó por Historia para ver si conseguía entender la Guerra Civil, que nadie le había explicado. «Tenemos una relación incómoda con los hechos del pasado. Hoy nadie sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. Tenemos un problema con la institucionalización del olvido». En este punto coincide también Sémper, para quien muchos viven en la desmemoria o directamente en el olvido. «Para una parte de la sociedad es incómodo hablar de esto porque les pone un espejo delante que les interroga: y tú, ¿dónde estabas aquellos años, qué hiciste? Ahora la memoria de la crueldad de lo vivido nos proporciona herramientas para identificar el totalitarismo».
Para Sémper, hacer memoria es la garantía para conseguir una pluralidad sana y abierta. «Más allá de buscar la incomodidad, la memoria y la verdad son importantes para que quienes no lo vivieron puedan tener herramientas para interpretar lo que sucedió. Y para construir una sociedad inmunizada contra aquellos que pretenden decirnos cómo debemos sentir y ser. La memoria es fundamental y no hemos estado a la altura de la circunstancia, porque no se verificó el estado de derecho frente al totalitarismo. En términos militares, ETA fue derrotada sin paliativos, pero muchas de las cosas que suceden hoy tienen que ver con no haber sabido vencer y cerrar». En ese sentido, el popular también recalca la importancia de las víctimas del terrorismo: «A través de ellas, de su ejemplo, nos reconocemos como Estado de derecho, como democracia liberal y moderna. Porque podríamos haber sido asesinados cualquiera de nosotros: por eso su memoria nos une, y no hemos sido capaces de permanecer unidos. Fuimos mejores contra ETA que después de ETA».
Entran en terreno espinoso, pero sin miedo, cuando hablan de Bildu y de la institucionalización de los etarras. Después de exigir a la izquierda abertzale que se coloque del lado de la política, cuando lo hace es otra conquista de la democracia; pero ¿los pactos con los abertzales serían más digeribles si estuvieran compensados por una ley de memoria digna de tal nombre? «Ha sido mucho más rápida la institucionalización de Bildu como un partido político pretendidamente homologado al resto (cuando no lo es) que las políticas de la institucionalización de la memoria, tanto en Euskadi como en el resto de España. Lo que se ha institucionalizado desde mi punto de vista es la naturaleza del olvido, más que de la memoria. De tal manera que no se han incorporado a los contenidos de Primaria y Secundaria lo que significó ETA, porque no hay 'consenso político', cuando no es algo discutible. Las ciencias sociales son ciencias, no son opiniones subjetivas, políticas o campañas electorales. Y el debate político está incómodo, y por eso vamos tan lentos», asevera Madina.
La ausencia de los contenidos sobre ETA en los planes de estudio preocupa a ambos expolíticos. «¡Todo el mundo sabe quién fue Txabi Etxebarrieta pero nadie sabe quién fue Pardines! Esto es inconcebible en cualquier otra ciudad europea donde ocurrieron barbaridades parecidas», expone Madina antes de lanzarse a señalar el caso de otros países europeos donde, por ejemplo, hay placas en honor a las víctimas y están señalados los lugares de la memoria. «Por eso tenemos un problema, y no se trata de facturas pendientes (yo no tengo ninguna): mi hijo Unax tiene 12 años y no quiero que ni a él ni a sus hijos les suceda lo mismo, que piensen que una idea vale más que la vida de una persona. La antropología como material político es peligrosísima, y las páginas de la Historia están llenas de tropezones una y otra vez con la misma piedra, que nos han llevado a asesinatos, muertes, guerras… ¡una y otra vez! Hay que secularizar el lenguaje político para vacunarnos y protegernos: la memoria es un elemento de protección. Alemania por ejemplo hizo lo que había que hacer para que la historia no se repitiera jamás: integrar los motores de la guerra, generar una estructura de fundaciones, poner en valor la democracia, prohibir ideas que rindieran tributo a lo que había sucedido… generó un sistema institucional que impedía la posibilidad de repetición. No voy a equiparar ambas cosas, pero no estaría mal que en Euskadi sucediera algo similar».
Sémper compara la nación con un apéndice para explicar que el problema viene cuando se inflama. «Cuando los sentimientos identitarios se inflaman y se convierten en el centro, las consecuencias son negativas, y nace el nacionalismo, que es la exacerbación de la identidad. Algunos quieren convertir la nación española en una inflamación continua, y esta es una realidad a la que nos vamos a tener que enfrentar. ¿Pero cómo reaccionamos los que creemos que hay otra forma de vivir? ¿Cómo contestamos a los que pretenden que nos inflamemos todos? Yo hoy a la política solo le pido ecuanimidad: que el listón y el termómetro sea igual para todos», concluye Sémper, no sin antes dejar clara su postura: «Hay una formación política en España que tiene en su dirección a un dirigente de ETA: David Pla es desde enero líder de Bildu. Y aquí empiezan las interpretaciones. Yo soy de los que cree que es mejor que Bildu esté en las instituciones a que esté detrás de una pancarta o tramando asesinatos, pero también soy de los que cree que Bildu no es homologable a cualquier otro partido. Hay algo que no funciona y deberíamos resolver, y deberíamos condenar todos con la misma contundencia».
Comentarios
tracking