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20 de abril de 2024

José maría Pemán sólo pudo publicar el relato tras la muerte de Franco

José María Pemán no fue ajeno a la censura cultural del régimen de Franco

La obra de José María Pemán que Franco prohibió hasta tres veces

Tras leer el texto, don Juan de Borbón hizo una sentencia que terminó siendo una profecía

A José María Pemán ya sólo se le recuerda para borrar su figura de los lugares dedicados a su homenaje, o para traer a colación su querencia a uno de los bandos enfrentados en la trágica Guerra Civil.
Las últimas noticias que le han traído al presente son las conocidas por todos: retirada de bustos, placas y nombre de calles y teatros de Cádiz, por fascista, por franquista y por defensor de la llamada «cruzada nacional».
También ha habido alguna buena noticia de Pemán junto al poeta Rafael Alberti en las I Jornadas Andaluzas de las Letras para la Concordia, celebradas hace, escasamente, dos meses, en las que se ha homenajeado a los dos autores como ejemplo de bonhomía y altura de miras, más allá de los enfrentamientos ideológicos. Pero, inmediatamente después, se ha intentado reducir este hecho de su relación con Alberti a esa acción que ahora se llama de «blanqueamiento», como acto de maquillaje histórico a la revisionista manera, para atribuir al pasado cosas que no fueron y endiosar –o condenar– a alguien, con carácter retroactivo. Así que nos encontramos en plena campaña de vetos, prohibición, censura y destrucción de hechos y personas fundamentales de nuestra historia y nuestra cultura. Veto y censura que, por otra parte, al propio Pemán no le hubiera asustado, ya que él mismo la sufrió por parte de Franco, a pesar de la cercanía del gaditano con el caudillo.
Placa retirada de la casa natal del escritor, en Cádiz.

Placa retirada de la casa natal del escritor, en Cádiz

Que José María Pemán estaba cerca de Franco es indiscutible; tan cerca, que todo lo que el escritor pudiera referir de la figura del generalísimo, adquiriría un valor de veracidad incalculable, si no fuera por esa sospecha cartesiana tan nuestra, de que hay que separarse fríamente de la realidad para conocerla. Todo lo contrario. Porque, en contra de lo que pensamos, para conocer mejor un objeto o un sujeto, la distancia tiene mucho que decir, obviamente; si al cuadro se le disfruta mejor en una relativa lejanía, a la persona se la conoce en el trato más cercano. Y el escritor gaditano tuvo mucho; estuvo muy cerca. No hay que dudarlo.

La realidad de Franco

Ya mayor, el autor de El Séneca quiso hacer memoria de sus encuentros con el caudillo. Tenía material de sobra por sus cargos culturales en el régimen y sus relaciones laborales o amistosas con el mundo de la política y las artes, exiliados incluidos. Pero ese relato de Pemán, escrito desde la madurez y la libertad de una ya larga posguerra, mostraba afirmaciones que, quizá, al propio Franco no le acabaran de convencer.
El valor de ese relato tan cercano brilla desde las primeras páginas por sus juicios sobre la guerra y las consecuencias que quedan prendidas en ambos bandos a lo largo del tiempo. De hecho, reconoce que «una guerra civil no termina del todo cuando, oficialmente, termina. Ocurre que los bandos son fragmentos de la misma nación, que quedan en ella vivos (...). Por eso, no es extraño que en España se prolonguen y estiren hechos y reflejos de su guerra interior». Además, hace una distinción realmente jugosa a propósito del término cruzada, atribuido a nuestra trágica contienda: «La cruzada venía a ser una mezcla de sublimidades individuales, negocios, heroísmos, nacionalismos, conveniencias(…). La impureza está en todo como la arenilla en la concha que se recoge en la playa. Las cruzadas son un ímpetu que se lanzó hasta Oriente disparado por la Cristiandad y que regresó de Oriente trayendo, en buena parte, el Renacimiento, la Banca, la Economía y la Política nacionalista». El mismo Pemán no descalifica la palabra «cruzada», usada por él poética y, exageradamente, en otros tiempos. Pero, ahora, hace una gran matización: «para su empleo filosófico o político conviene no olvidarse de que aquello que estábamos viviendo era una guerra civil», y eso ya no era poesía.

Un caudillo sin mística

Si es valioso el relato de sus encuentros con Franco es por esa privilegiada posición, que le permitía ver a un jefe del Estado como casi nadie lo vio. Frente a Pemán, aparecía un Francisco Franco de terno oscuro, que despachaba los asuntos de aquella manera, escasamente interesado en la cultura, y lejos de la pomposidad subida de azúcar ofrecida por los medios. Un Francisco Franco sin la púrpura de los retratos de perfil bélico y victorioso, rodeado de la inmensa grandeza del cielo a la manera de un Carlos V tizianesco y omnipotente; Un Francisco Franco sin desfiles de la Victoria ni bucólicos saludos de mano alzada en el Nodo; sin audiencias cuasi medievales en salones decimonónicos de lámparas de araña y reverenciales apariencias. Así que, a la hora de la revisión, el relato encontró una dificultad y una certera profecía que se realizó en el tiempo.

La profecía de Don Juan de Borbón

Luis María Ansón fue testigo del inicio de esa dificultad y de la profecía, cuando cuenta su viaje con el mismo Pemán para mostrar lo escrito a Don Juan de Borbón, que los acogió de buena gana en Villa Giralda; y tras la cena, los elogios y puntualizaciones al escrito, el rey que no reinó dictó sentencia: «Franco no permitirá que se publique este libro mientras viva».
A la vuelta de ese viaje, el empresario Sebastián Auger vio todo un best seller en ciernes; removió Roma con Santiago, consultó con los ministros de Información Pío Cabanillas y León Herrera, con otra media docena de ministros y hasta con el vicepresidente del Gobierno, junto a obispos y cardenales que tuvieran en esos días audiencia con el dictador. Pero nada. El libro no se publicaría; hasta en tres ocasiones se insistió en la decisión tomada. Ni la cándida carta de José María Pemán aludiendo a que «sin la libertad de criticar, no puede satisfacer ningún elogio», ni la evidente apertura del país a las publicaciones de corte marxista, ni las insistencias de unos y de otros, lograron cambiar de opinión al generalísimo. Y el libro Mis encuentros con Franco, tal y como había profetizado don Juan de Borbón, sólo se publicó tras la muerte del caudillo.
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