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28 de marzo de 2024

Imagen de Luis Enrique en su canal de Twitch en el Mundial

Imagen de Luis Enrique en su canal de Twitch durante el Mundial

El fracaso cultural que sacó a la luz la derrota de España en el Mundial

Tras la eliminación, el entrenador y sus jugadores no escatimaron en autocomplacencia: la incultura del deporte

No vamos a hablar de fútbol porque esta es la sección de Cultura. Acaso solo un poco sobre la vacía horizontalidad de los elegidos (y vestidos, esto también es cultura) por Luis Enrique. El fracaso cultural no es el fracaso sobre el campo, sino su justificación posterior en boca de los protagonistas. La no asunción de la derrota sin paliativos. «No pasa nada por perder de vez en cuando. Lo importante es no acostumbrarse», le decía el abuelo a su nieto en una película sencilla sobre la búsqueda de la felicidad, Un Buen Año, de Ridley Scott. El mismo abuelo que también le decía a su nieto que si encontraba un buen sastre, no se lo dijera a nadie.

Explicar los sentimientos con un excel

Luis Enrique no es ningún buen sastre (vistió de rojo y de celeste a la selección en un Mundial) sino todo lo contrario, y además les ha enseñado a conciencia a sus pupilos a acostumbrarse a la derrota a tenor del panegírico consensuado. Luis Enrique un buen día también se propuso explicar los sentimientos con un excel, exactamente igual que el imaginario doctor J. Evans Pritchard, en El Club de los Poetas Muertos, pretendía hacer entender la poesía a los adolescentes con un gráfico.
Robin Williams decía que aquello era un «excremento», como un excremento fue ver a todos esos jóvenes deportistas admirados decir que todo lo habían hecho bien. Una verdadera constatación del fracaso social y cultural de generaciones pagadas de sí mismas a las que nunca se les ha enseñado responsabilidad con la tutoría y la aquiescencia de adultos como Luis Enrique. Hemingway decía que el hombre no está hecho para la derrota, pero estos jóvenes sí. ¿Será que no son hombres? «Una derrota social, no de pizarra», como dice @jorgeneo.

Los egoístas de Cicerón

No hubo ningún «acto heroico» en el desastre dialéctico postpartido, como escribió Anatole France que era donde surgían los actos heroicos que se presuponen en el deporte. Tan solo hubo autocomplacencia y excusas. La indiferencia y no la tristeza, el amor propio. San Agustín decía que Dios no encuentra sitio en nosotros porque estamos llenos de nosotros mismos. No parece haber nada en ese grupo hueco. Los egoístas de los que hablaba Cicerón que se amaban a sí mismo sin rivales. Montaigne aseguraba que la condena que hacía de sí mismo era más viva y más dura que la de los jueces.
Retrato de Michel de Montaigne

Retrato de Michel de Montaigne

Y no se habla de un partido de fútbol, sino de las reacciones humanas, culturales. De la respuesta carente de bondad como decía el mismo pensador francés: «El signo más honorable de bondad es reconocer libremente la propia falta». No es que hayan perdido por ser malos dentro del campo. Sobre todo han perdido por ser malos fuera de él, sin tener a nadie que les haga ver la diferencia. Que les hable del espíritu de los Hoosiers, del sentimiento de Nadal en la derrota, de Djokovic, de Jordan, de Larry Bird o de Magic Johnson. También hay que tener cultura deportiva para ser deportista.

La vulgaridad del perdedor

Hay que copiar a los mejores, robarles, como decía Picasso, para intentar ser tan grandes como ellos. «Estamos haciendo las cosas muy bien», dijo uno de los jugadores, «porque tanto en la Eurocopa como en el Mundial solo nos han echado en los penaltis...». ¿Sabrá algo este jugador de Paavo Nurmi y los «finlandeses voladores». ¿No ha oído hablar, no se lo he puesto nadie como ejemplo, de Michael Phelps, de Ian Thorpe, del «caníbal» Eddy Merckx o de Severiano Ballesteros? ¿No hay nadie que les enseñe quienes fueron todos ellos y por qué? No lo hay, no. No en el negociado de Rubiales, Piqué o Luis Enrique, el hombre que, tras ser eliminado por Marruecos en el Mundial de forma vulgar, inculta, respondió a las preguntas sobre su futuro, con chabacana chulería de perdedor: «Tengo más salidas que el Metro».
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