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25 de abril de 2024

Daniele Mencarelli con su libro, 'La casa de las miradas'

Daniele Mencarelli con su libro, La casa de las miradas (Ediciones Encuentro)Daniel Ibáñez

Daniele Mencarelli, del infierno del alcohol a la redención de la literatura: «El drama del hombre es la soledad»

El escritor italiano, autor del libro La casa de las miradas, ve ahora cómo la historia de su vida se convierte en una exitosa serie de Netflix: Todos quieren salvarse

Un hombre atravesado por el dolor, con un peso grande a las espaldas, pero también rescatado por algo más grande, por una luz que se llevaba esa nada de la que no ha podido escapar en toda su vida y que brilla en su mirada. El poeta Daniele Mencarelli (Roma, 1974) publicó en 2018 su primera novela, La casa de las miradas, un éxito editorial en Italia que Ediciones Encuentro publicó poco después en España: un retrato autobiográfico que no se deja nada fuera, ni la caída al infierno de la adicción ni el reconocimiento de un límite existencial que chocaba, una y otra vez, contra una realidad que él percibía como insuficiente.
La casa de las miradas se retrotrae al Daniele Mencarelli de 1999. Entonces, el poeta era un joven de 24 años «muy sensible» (término que él ha llegado a odiar) que expresaba sus preguntas a través de la poesía, pero que vivía sumido en un malestar existencial que fue cristalizando en un nihilismo que le llevó a buscar refugio en las drogas primero y, curiosamente, en el alcohol después. Pero cuando tocó fondo, cuando incluso su familia se rindió (nunca su madre, un personaje clave en la novela), pidió ayuda y le llegó en forma de trabajo: se incorporó al equipo de limpieza del hospital pediátrico Bambino Gesù. El lugar aparentemente menos indicado para un hombre con una fragilidad como la suya.
Sin embargo, el hospital se convierte para Danielle en un hogar: un lugar en el que irá encontrando miradas que le hieren y le empujan a plantearse preguntas incómodas sobre el sufrimiento y el dolor. Pero también es el lugar en el que encontrará respuestas, o al menos un camino (y una compañía) con la que empezar a hacérselas. Con la presión y maestría propias del poeta, Danielle Mencarelli ofrece un importante relato de tintes autobiográficos con el que transitar el portentoso camino de quien vuelve a nacer tras vivir en una espiral de soledad, abandono y oscuridad.
Daniele Mencarelli en el hospital pediátrico Bambino Gesù, el lugar que paradójicamente le salvó la vida.

Daniele Mencarelli en el hospital pediátrico Bambino Gesù, el lugar que paradójicamente le salvó la vidaStefano Dal Pozzolo/Contrasto

La casa de las miradas constituyó la primera novela de una trilogía autobiográfica que se completó con Tutto chiede salvezza (Todo pide la salvación) y Sempre tornare (Siempre regresar). La segunda de ellas ha sido llevada a Netflix en una macroproducción protagonizada por Federico Cesari y traducida al español como Todos quieren salvarse.
–¿Habías leído alguna vez un libro como el que tú has escrito?
–Uno escribe siempre con el deseo de llenar un vacío, de buscar algo que falta. Así, mi esperanza era escribir un libro nuevo, al menos para mí. Si me preguntas por libros similares, podría nombrar todos aquellos en los que la experiencia del dolor compartido es una experiencia común. Pero yo quería una mirada nueva sobre el tema de la enfermedad mental en nuestros días.
–¿De dónde nace la necesidad de ponerte a escribir La casa de las miradas?
–De pura gratitud. La experiencia que hice el año que trabajé en el Hospital Pediátrico Bambino Gesù de Roma me llevó a conocer, o mejor, a encontrar a una cantidad infinita de personas que han continuado vivas dentro de mí, inquiriendo y preguntando. Esta misma mañana he dado una charla en un colegio de Milán a 300 chicos y es como si todo lo que yo he vivido me trajera continuamente al presente; la grandeza y la gratitud que yo encontré y que me piden reencontrarme continuamente con esa experiencia me siguen hablando en el presente. En síntesis, la voluntad de fondo era traer al presente la grandeza que, de otra manera, habría vivido sólo en mi pasado. Sin embargo, hoy vive en el presente de muchas personas... a las que se suman las que leen el libro.
–El primer capítulo es brutal. Hablas de una experiencia, la de la adicción al alcohol, que ya has dejado atrás. Y sin embargo es algo que parece que todavía vive dentro de ti: «Un día ya no amaré nada, porque no puedo defender nada». ¿Es así hoy?
–Sí, en el sentido de que La casa de las miradas no es un libro sobre el alcoholismo, sino sobre un joven que siente profundamente y todos los días hace experiencia de la nada. Vive permanentemente en ese vacío. La experiencia de la nada es central en mi vida, que todavía hago: en ciertos momentos de mi biografía ha prevalecido, ha dominado la aceptación de la nada en clave de autodestrucción. Hoy, con la misma experiencia –porque si uno no se asoma a la nada permanece en una tierra media, en una mediocridad donde no está realmente expuesto ni a la nada ni al todo–, hoy sé que la experiencia de la nada se combate a través de la búsqueda, a través de la compañía del otro, moviéndote y atravesando la realidad.
«La casa de las miradas» es la primera novela del poeta Daniele Mencarelli.

La casa de las miradas es la primera novela del poeta Daniele Mencarelli

–Antes de empezar a trabajar en el hospital, estabas realmente mal, enfermo. Sin embargo, tú dices: «No estoy enfermo, estoy vivo». Una persona que se pregunta constantemente, a la que nada le basta, a la que todo le es insuficiente, ¿es una persona viva, no es una persona enferma?
–Absolutamente. Esta primera novela, la segunda y la tercera (pues se trata de una trilogía), están unidas por esto: porque el gran riesgo de nuestra época es confundir la vitalidad, la inquietud que siempre ha existido en el corazón del hombre, con cualquier otra patología o enfermedad. Pero no nos podemos olvidar de que el hombre nace inquieto, insatisfecho. La idea de poder curar esta característica, con la intención de enterrarla o negarla directamente, es lo que hace que exploten las neurosis. Sin embargo, al hombre lo que le rescata es entrar en relación con personas y con disciplinas –como el arte, la música o la literatura–, y con todo lo que da espacio a su inquietud y hace que entre en relación con la inquietud de los demás.
–Hay una palabra que te molesta: «sensibilidad». Pero ¿no es esta sensibilidad la que te pone en camino?
–No me gusta (siempre me decían que era un joven con una gran sensibilidad) porque es un término del que se abusa. Se usa para todo pero en una clave que no es de profundización, sino de definición, al mismo nivel que la altura o el color del pelo. En cambio me gusta la palabra fragilidad, porque da la idea de uno que respecto a este punto tan delicado tiene una actitud de búsqueda; no es algo estático. Cuando hablo de fragilidad pienso en un maestro vidriero antiguo, que utilizaba un pequeño martillo de madera para escuchar el punto débil de la vidriera. Nosotros queremos saber cuál es el punto débil, el punto más frágil en el que el vidrio –o nosotros– se puede romper; por lo tanto, es un método de conocimiento. La fragilidad habla de una tarea, de un trabajo. Sin embargo, la sensibilidad me parece la lápida de una tumba.
–Este vacío, esta nada que tú sentías de una manera especial pero que es una experiencia común a todos los hombres, se puede tratar de enterrar con muchas cosas. Sin embargo, tú te dabas cuenta de que nada te bastaba. ¿Por qué, qué te permitía reconocerlo?
–Para mí, la experiencia de la nada ha estado siempre ligada a la experiencia suprema de la vida, a la experiencia más bella, que es el amor. Así que lo vivía de una forma muy concreta: era una sensación interior infernal, muy dolorosa. Me acompañaba, me acompaña, en los momentos de mayor felicidad, como el reverso de una medalla. Como si en el amor yo viviera esta nada: como si ni siquiera en el momento más feliz yo pudiera estar satisfecho, pudiera darme a mí mismo todo. Esta nada no es algo que me posee, que me atrapa, sino un canto maligno que me dice interiormente: «Yo soy lo que ha generado y lo que se llevará todo lo que amas». Por eso nada puede bastarme. Mi vida, todo lo que he escrito, nace de esta negación: porque yo no me arriesgo a confiarle a la nada todo lo que amo. Es algo contra natura.
El poeta y escritor italiano Daniele Mencarelli nació en Roma en 1974.

El poeta y escritor italiano Daniele Mencarelli nació en Roma en 1974Stefano Dal Pozzolo/Contrasto

–Hay un punto en el que dices: «Bastaría con que dejara de hacerme preguntas». Sin embargo, empiezas a trabajar en un hospital, y en un hospital pediátrico, que es lugar en el que todas las preguntas se despiertan de nuevo. ¿No es posible vivir sin hacerse preguntas?
–¡No! De hecho existen lugares en los que se da un cierto tipo de aceptación de la nada, y existen lugares en los que esta falsa aceptación entra en crisis. Porque la pregunta, el acto de preguntarnos por lo que vivimos y lo que amamos, es algo que no podemos eliminar. A menos que uno decida –y esto ha existido en la historia del hombre– no amar nada. Pero si uno ama, existen lugares que nos recuerdan que nuestra naturaleza está hecha con límites y que no podemos olvidar todas las preguntas que nacen con ellos. El coronavirus y la pandemia han puesto de manifiesto precisamente esto: creíamos estar seguros, que todo lo que habíamos construido era inexpugnable y que por tanto no era necesario vivir las preguntas, pero se ha revelado que no existe un lugar seguro. En la normalidad del mundo existían lugares y situaciones en las que las preguntas se despertaban, especialmente con el dolor y el sufrimiento. En mi caso, en un hospital pediátrico uno ve el mal en su mayor extensión. Es el mal más incomprensible, el que nos pone de rodillas a todos. Pero la belleza de mi destino radica en que el chaval que quería huir de las preguntas, que se estaba haciendo daño por evitar el peso de las preguntas, llega como caído de lo alto en el lugar en el que ni siquiera con un corazón de piedra uno podría huir. Esto es un cortocircuito para mí: soy destinado al lugar que parece menos adecuado para mí y, paradójicamente, acaba siendo el mejor lugar, el único lugar para mí.
–Tus compañeros de trabajo en el hospital te dicen: «Si quieres sobrevivir, tienes que tomar distancia». Esta es otra forma de enfrentarse a la realidad, pero ¿es posible vivir así, alejado de lo que sucede?
–Esta es la pregunta de la vida. Esta conciencia, esta lucidez que tienen muchas personas sobre estos temas, sobre nuestra naturaleza y los interrogantes sobre el sentido de nuestra existencia, no es la mía. Yo no vengo de una familia religiosa, pero sin embargo estas preguntas han estado siempre presentes en mí, desde que era pequeño. Dentro de mí, la experiencia de la nada ha sido siempre absolutamente concreta. Pero paradójicamente hay personas menos atentas, personas que miran menos hacia dentro, que no dedican tiempo a reflexionar sobre estos temas, no profundizan ni tienen una búsqueda interior. En mi opinión, puede ser verdad: se puede vivir de una forma menos apasionada, menos violenta, menos feroz. Se puede vivir menos el sentido, la pregunta, el interrogante. Pero el problema es, atención, que el hombre empieza a caer en el momento en el que cree que es él el que establece la medida de las cosas. Lo echamos todo a perder cuando pensamos que somos nosotros quienes creamos esa medida, cuando creemos poder decidir cuánto amar y cuánto sufrir. Hay que prestarle atención a esto, porque es un error que el hombre comete desde que es hombre. Al fin y al cabo la naturaleza es la misma desde siempre: nos creemos los dueños de todo. Por eso tiene que haber momentos en los que nuestra medida de las cosas, todo aquello que creíamos saber y conocer, nuestros proyectos y todo lo que habíamos construido, tiene que estar contrastado con la realidad, con el encuentro con los otros.
–Hay quien dice que tiene miedo a hacerse preguntas por no encontrar la respuesta. Creo que en tu caso hay un punto importante: la compañía. Tienes a tu familia, el amigo que te encontró trabajo en el hospital y los amigos que hiciste allí... ¿Pero y quien no tiene a nadie?
–El problema es que el deseo enorme de encontrar respuestas es intrínseco a la naturaleza humana. Y requiere un trabajo continuo, y cada vez hay más preguntas. Pero la realidad es el lugar en el que vivimos dramáticamente estos interrogantes. Yo viví una fase en la que no compartía nada con nadie, no dialogaba con nadie sobre mis preguntas, y no son interrogantes que uno pueda vivir solo. El drama más grande no es la ausencia de respuestas, el problema más grande es la soledad, vivir estas preguntas solo. Yo no voy a llegar a la respuesta en esta vida, pero puedo compartir con todos los que encuentro en el camino esta nostalgia original. Sentimos cierto abandono, nos sentimos huérfanos, nos falta algo. Pero también sentimos la posibilidad, cultivamos la esperanza de poder llegar más allá. Mi certeza es que construir una serie de relaciones, de amistades, de fraternidades me ayuda a llevar compartido el peso de esta ausencia que ellos también sienten, de la ausencia y la búsqueda del Padre. Esta es ya la derrota de la soledad: porque no estamos solos.
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