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25 de abril de 2024

Manifestantes a favor del aborto increpan a una mujer provida en Washington

Manifestantes a favor del aborto increpan a una mujer provida en WashingtonAFP

¿Cuál es el futuro del movimiento pro-vida estadounidense?

Los altavoces culturales, desde Hollywood hasta los grandes medios o las principales redes sociales, están en manos de quienes apoyan el aborto y esto se nota

La sentencia Dobbs vs. Jackson por la que el Tribunal Supremo derogaba el pasado mes de junio la sentencia Roe vs. Wade, que abrió las puertas al aborto en Estados Unidos en 1973, es sin duda una sentencia histórica. No ocurre cada día que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos anule una de sus pasadas sentencias, afirmando que no tiene base jurídica alguna. Concluía así medio siglo de lucha en defensa de la vida en la que el movimiento pro-vida norteamericano ha movilizado a millones de personas, con manifestaciones, operaciones rescate, campañas ante la opinión pública, batallas judiciales y presión sobre los políticos. Medio siglo de lucha que parecía condenada al fracaso por lo improbable de su objetivo pero que se ha saldado con un histórico resultado.
Las primeras reacciones fueron de entusiasmo o de pánico. Los entusiastas se apresuraron a proclamar que la sentencia era el principio del fin del aborto en Estados Unidos; quienes, como la mismísima ONU, entraron en pánico, se rasgaron las vestiduras hablando de un inadmisible atentado contra los «derechos reproductivos. Lo cierto es que el Supremo se limitó a afirmar que no existe ningún derecho al aborto en la Constitución estadounidense (algo tan evidente que incluso la abortista Bader Ginsburg así lo había confesado) y devolvía el asunto a cada estado, que el Supremo considera soberano para legislar sobre el asunto. Desaparece así el constitucionalmente inexistente «derecho al aborto», pero el Tribunal Supremo no considera que el derecho a la vida del niño no nacido sea un derecho inviolable que nadie, nunca, puede vulnerar (a diferencia de su postura en relación a la esclavitud), sino algo que cada uno de los estados que conforman la Unión puede decidir. En palabras del catedrático de filosofía del Derecho de la Universidad de Udine, Danilo Castellano, estamos ante una sentencia que refleja “el positivismo jurídico absoluto, la soberanía de los estados también sobre la justicia y licitud del aborto procurado».
De hecho, algo más de medio año después de Dobbs vs. Jackson en algunos estados se ha restringido el aborto hasta prohibirlo de facto en 13 estados, mientras que en otros se permite de manera indiscriminada casi hasta el día del nacimiento (en Maryland acaba de abrirse un nuevo negocio, Partners in Abortion Care, que realiza abortos durante el último trimestre del embarazo). Eso sí, un estudio de la abortista Society of Family Planning estima que el efecto combinado de la reducción de abortos en los estados con leyes más restrictivas y el aumento del número de abortos en aquellos con leyes más permisivas es de una reducción de alrededor de 100.000 abortos desde este verano. Otros hablan de 60.000 niños nacidos de más: en cualquier caso, se tome una u otra estimación, son decenas de miles de vidas las que ya ha salvado Dobbs vs. Jackson.
Nos guste más o menos, parece evidente que se abre un nuevo episodio en la gran batalla en defensa de la vida en Estados Unidos, un periodo en el que ni los objetivos ni el modo de actuar pueden seguir siendo los mismos que hasta ahora. Los demócratas han apostado por las políticas ya no de tolerancia, sino incluso de promoción del aborto en los estados que controlan, a la espera de conseguir la mayoría en las dos cámaras y hacer una ley federal que liberalice el aborto en todo el país, mientras que los republicanos impulsan diferentes cambios legislativos en los estados donde gobiernan para restringir el aborto. En este nuevo contexto, y con la Cámara de representantes en manos republicanas durante, al menos, los dos próximos años, la batalla, hasta ahora muy centrada en el Supremo, se traslada a cada uno de los estados.
Un primer test sobre este nuevo periodo fueron las elecciones de medio mandato, el pasado mes de noviembre, en las que se sometieron a votación diferentes propuestas relacionadas con la vida de los no nacidos. Ninguna de las iniciativas pro-vida consiguió el suficiente apoyo y los defensores de la vida salieron derrotados en los cinco estados donde se votaron medidas relacionadas con el aborto: Michigan, Kentucky, Montana, California y Vermont.
Una primera lectura de estos resultados arroja varias certezas. El fin del aborto en los Estados Unidos todavía está lejos. La realidad es que si bien algo más de un tercio de los estadounidenses es contrario al aborto, la mayoría es aún favorable en ciertos casos. Esa mayoría puede no estar a favor de legislaciones extremas que permiten incluso el llamado aborto por nacimiento parcial (menos del 20% de los votantes demócratas están a favor del aborto durante los tres últimos meses de embarazo), apoyadas por la franja más fanáticamente abortista, pero tampoco va a apoyar amplias restricciones al aborto en sus estados. También queda claro que los altavoces culturales, desde Hollywood hasta los grandes medios o las principales redes sociales, están en manos de quienes apoyan el aborto y esto se nota: nada de disimulo, los abortistas actúan abiertamente.
En este contexto, son muchos los pro-vida que hablan de promover leyes diferentes en cada estado en función del estado de la opinión pública respecto del aborto en el mismo. Tendrán que ser leyes incrementales, señalan, no maximalistas, que irán limitando paso a paso las posibilidades de practicar un aborto, desplazando así la ventana de Overton. Estas medidas, añaden, deberían combinarse con una ambiciosa política de ayudas a la maternidad, aunque son conscientes de que un mayor gasto público en este terreno puede causar fricciones con algunas sensibilidades dentro del Partido Republicano, muy reacias a aumentar el gasto y la intervención del Estado. Este enfoque supone un enorme cambio para muchos políticos, en su gran mayoría republicanos, para los que, hasta ahora, era suficiente con hacer algunas declaraciones contrarias al aborto para ganar el voto pro-vida y poco más, pues era una cuestión que se tenía que dirimir en el Tribunal Supremo y que excedía su campo de actuación. Ahora ya no es así y las solas declaraciones no bastan: las medidas concretas a las que se compromete y luego implanta, o no, cada político en cada estado van a ser observadas con atención por sus potenciales electores.
Otra importante lección es que aquellos gobernadores que apoyaron medidas para restringir el aborto no han salido perjudicados electoralmente por su actitud. Como recuerda el columnista del New York Times, Ross Douthat, «los gobernadores republicanos que firmaron leyes de latido de corazón en Texas, Georgia y Luisiana ganaron con facilidad la reelección y no hubo ninguna derrota catastrófica en los estados republicanos que ahora restringen el aborto». Brian Kemp, el gobernador de Georgia que firmó la prohibición de abortar cuando se detecta el latido fetal, ganó la reelección en un estado complejo y dividido. Greg Abbott, el gobernador republicano de Texas que ha prohibido de facto el aborto en aquel estado, también ha sido reelegido, por no hablar de Ron DeSantis en Florida, que firmó la prohibición de abortos pasadas las quince semanas de embarazo (por cierto, todos ellos acompañaron sus medidas restrictivas del aborto con ayudas importantes a las madres, tanto antes del parto como después). Se confirma de este modo, una vez más, la tendencia a la aceptación y consolidación de las leyes que, por su propia dinámica, acaban siendo asumidas con normalidad por la mayoría de la población (para bien o para mal) con pasmosa rapidez.
Pero lo que también queda claro es que ese corrimiento de la ventana de Overton, ese gradualismo impuesto por la realidad de un país en el que, si bien hay un importante y sólido bloque pro-vida, aún persiste una mayoría favorable al aborto en ciertos casos, dependerá de la evolución en la opinión pública de la percepción sobre el aborto. Y en este campo, viendo la hegemonía abortista en los grandes medios y en la industria del entretenimiento, la tarea que debe abordar el movimiento pro-vida es ingente. Porque el aborto es la piedra de clave del estilo de vida predominante en los Estados Unidos (y en todo Occidente), la válvula de seguridad del modelo de vida nacido de la revolución sexual. Por ello, aunque son muchos quienes preferirían vivir en una sociedad que proteja la vida humana en el seno materno, son más (a veces los mismos) quienes consideran que una sociedad sin aborto, hoy en día, no es posible. Probablemente tengan razón: el aborto es una pieza indispensable para una vida moldeada por los parámetros de la revolución sexual. Por eso el futuro del movimiento pro-vida, en última instancia, dependerá de su capacidad para promover un estilo de vida alternativo, comunicarlo adecuadamente y mostrarlo como viable en la realidad.
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