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El filósofo Leo StraussX

El Debate de las Ideas

Fukuyama se equivoca con Strauss

Strauss quería poner en guardia a su auditorio estadounidense. El nihilismo alemán de antes de la guerra y su deseo de destruir el statu quo equivalía a una queja moral

Francis Fukuyama anda bastante errado. El pasado 4 de junio publicó algunos extractos de la conferencia de Leo Strauss impartida en 1941 sobre «El nihilismo alemán». En los párrafos introductorios, Fukuyama se detiene en algunos aspectos de las advertencias de Strauss sobre la cultura liberal del Occidente moderno. Pero no se atreve a expresar las implicaciones de lo que Strauss claramente expone: sólo una educación que se proponga arraigar amores y lealtades iliberales puede sostener una cultura liberal. Quizá sea porque Fukuyama, al igual que los profesores liberales alemanes que Strauss critica, está demasiado ocupado vigilando nuestras ideas políticas, criticando a los postliberales como «irresponsables» y «extremistas».

Strauss empieza fijándose en el nacionalsocialismo. El gran erudito judío-alemán describió este movimiento político-cultural como la «forma más baja, más provinciana, menos ilustrada y más deshonrosa» de un fenómeno mayor, el deseo de aniquilar (de ahí lo de «nihilismo») nuestra civilización. Pero aquel movimiento consiguió apoyo porque hablaba de algo menos bajo, menos provinciano, menos poco ilustrado y menos deshonroso.

Inmerso en la cultura intelectual alemana durante toda la década de 1920, Strauss estuvo en estrecho contacto con el clima de la Alemania de Weimar. Contempló cómo algunos intelectuales alemanes, especialmente estudiantes y jóvenes académicos, estaban hastiados por lo que consideraban la promesa espiritualmente vacía de una sociedad liberal y «abierta», un mundo de mera utilidad, procedimientos y libertades nominales que engendraba una «falta de seriedad».

Este juicio contra la supuesta falta de vigor del liberalismo de Weimar engendró un irritado radicalismo: «el deseo de destruir el mundo actual y sus potencialidades». Fukuyama nos insta a fijarnos en este impulso peligroso y destructivo que, según sugiere, sigue vivo «en la extrema derecha estadounidense actual».

Pero este enfoque no era el de Strauss. Él quería poner en guardia a su auditorio estadounidense. El nihilismo alemán de antes de la guerra y su deseo de destruir el statu quo equivalía a una queja moral (Strauss es enfático en este sentido). «La perspectiva de un planeta pacificado, sin gobernantes ni gobernados, de una sociedad planetaria dedicada únicamente a la producción y el consumo, a la producción y el consumo de mercancías tanto espirituales como materiales, horrorizaba positivamente a bastantes alemanes muy inteligentes y muy decentes, aunque muy jóvenes».

Aquella queja moral estaba justificada, sugiere Strauss. El problema residía en la cultura intelectual de la Alemania de Weimar (y quizá del Occidente moderno en su conjunto). «Los adolescentes de los que hablo necesitaban profesores que les explicaran en un lenguaje articulado el significado positivo, y no meramente destructivo, de sus aspiraciones».

Pero no sucedió así. Como relata Strauss, los profesores alemanes eran, de un modo u otro, modernos. Disertaban sobre contextos históricos y enseñaban materias técnicas. En una palabra, la educación era antimetafísica, es decir, «progresista», como la llama Strauss. En lugar de tomarse en serio aquella queja moral, aquellos profesores se contentaban con señalar el carácter juvenil del impulso destructor, o la incoherencia de diversas propuestas «postliberales» de la época, como hace Fukuyama, quien, como tantos otros hoy, suele decir que el grave error de quienes critican el liberalismo reside en que no son liberales. Estas pretendidas refutaciones no eran más que (como sostenía Strauss) «repeticiones de cosas que los jóvenes ya sabían de memoria». Lo mismo ocurre hoy.

Ahí se fraguó el desastre. «[Los alumnos nihilistas] más bien necesitaban maestros a la antigua». Necesitaban sentir las exigencias de quienes hablaban con una autoridad nacida de la devoción a una tradición de verdad que tiene raíces profundas. El antídoto contra el nihilismo no es una enumeración de advertencias sobre la intolerancia y el «autoritarismo». Ese antídoto hay que buscarlo en el peso metafísico, por así decirlo, en el poder de obligar a las mentes y de inspirarles amor: el deseo de servir al amado, incluso de sacrificarse uno mismo.

La razón es fría. Analiza, sopesa y juzga. Strauss fue un gran defensor de la razón. La consideraba el fundamento de la civilización, que describió como «la cultura consciente de la razón». La civilización moderna eleva este principio al máximo nivel, engendrando el universalismo característico del Occidente moderno: la gestión científico-tecnocrática, el Estado de derecho y los derechos humanos. Pero Strauss sabía que, para que esto perdure, ese logro debe nutrirse de fuentes y tradiciones premodernas.

Strauss termina su conferencia con un elogio a las élites inglesas. Sí, ellos fueron los grandes teóricos del liberalismo moderno en el siglo XIX y, con su vasto poder imperial, lo difundieron ampliamente. Pero «aunque los ingleses originaron el ideal moderno, el ideal premoderno, el ideal clásico de humanidad, no se conservó en ningún lugar mejor que en Oxford y Cambridge».

Hoy en día, el ideal premoderno ya no se encuentra en nuestras principales universidades. Se denuncia como «patriarcal», o como vinculado de alguna manera a la esclavitud o a alguna otra forma de dominio injusto. Obligados a subsistir con los lugares comunes de la «sociedad abierta», los jóvenes se ven privados de cualquier vocabulario de trascendencia.

Fukuyama termina su introducción así: «Lo que Strauss quiere explicar es que los liberales necesitaban comprender mucho mejor las raíces más profundas de la política antiliberal y mirar más allá del horizonte definido por el liberalismo para ver el poder de las críticas a su doctrina». Pero esto es una verdad a medias. La verdad completa es que Strauss creía que una cultura liberal necesita cultivar voces antiliberales dentro de sí misma: la autoridad de la naturaleza humana, por ejemplo, y la autoridad de Dios.

Por supuesto, esas voces están actualmente silenciadas en nuestras universidades. ¿Ha empleado Francis Fukuyama alguna vez algo de su capital político en defenderlas? Si no, entonces él es parte del problema del que Strauss nos advirtió.

R. R. Reno, publicado originalmente en First Thing