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Fernando Carratalá

Reflexiones para favorecer la creación de un lector

El fomento de la lectura es un esfuerzo personal y colectivo

Libros para devorar en familia

Es importante fomentar el hábito de la lecturaPexels

Nuestra experiencia docente nos permite afirmar que la lectura de la buena literatura está en crisis, y que muchos alumnos no desarrollan el hábito lector como la vía que mejor contribuye a su formación integral como personas.

Estamos convencidos de que cada día se lee menos y peor. Y por muy esperanzadores que parezcan los datos recogidos en el «Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros en España 2023», publicado el 31 de enero de 2024, en el que ha participado la Federación de Gremios de Editores de España (citamos textualmente: «La lectura de libros en el tiempo libre hasta los 18 años se ha mantenido relativamente estable en los últimos años, destacando el tramo de 10 a 14 años, que durante el año pasado alcanzó el 85,7 %»), sin embargo, los datos de los últimos Informes PISA ponen de manifiesto que muchos de nuestros adolescentes escolarizados no leen comprensivamente un texto ni encuentran en la lectura el soporte cultural con que ir desarrollando su personalidad.

Pensamos que esa parte del fracaso escolar del que es responsable directo la vuelta de espaldas de la sociedad al mundo de la lectura solo puede reconducirse desde un ingente esfuerzo personal y colectivo: del alumno, de sus padres y familia, de los docentes, del sector editorial y de las administraciones públicas.

Porque con el empeño de todos podríamos dar visibilidad al eslogan «Más libros, más libres». Tenemos que intentar entre todos convertir la lectura en el revulsivo que ayude a nuestros adolescentes a crecer en cultura y humanidad.

Leer para comprender y comprender para disfrutar

Los docentes nos enfrentamos al reto de formar lectores que lean —sobre todo— por el puro placer espiritual de leer. Y uno de los pocos caminos para lograrlo es el de garantizar una cabal comprensión de lo que se lee, evitando posar los ojos ante una colección de «signos sin significancia», donde nada tendría sentido —empleando la acertada expresión de Salinas—.

A partir de aquí, y soslayando el riesgo de «leer por los sentidos, pero sin sentido», ya es más fácil disfrutar de lo que se lee y propiciar un acercamiento a los textos literarios. Este tránsito de la comprensión de un texto, pasando por su análisis y comentario, al deleite estético debe conducirse cuidadosamente por los docentes, quienes en último término somos los mediadores entre los alumnos y los textos literarios, y los encargados de ir desarrollando en cada uno de ellos la necesaria —y personal— conciencia de lector.

Y todo ello sin negar que, por lo general, los textos literarios exigen ese esfuerzo lector sin el cual no es posible un mínimo desarrollo de las capacidades comunicativas.

La «responsabilidad» del docente en la formación del lector

El mundo de la literatura —en el que se ingresa por medio de la lectura reflexiva como punto de partida para ir desarrollando la capacidad crítica y descubriendo los múltiples valores estéticos que encierra— no puede permanecer al margen de una educación integral que persiga el «aprender a ser uno mismo», que es lo más difícil de enseñar.

Y puesto que educar es algo más que la simple transmisión de conocimientos, la lectura placentera de buenos libros está llamada a convertirse en el mejor aliado para contribuir a ese desarrollo global y armónico de la persona, potenciando sus capacidades cognitivas, el sentido estético, la capacidad crítica y creativa e, incluso, la dimensión espiritual y trascendente.

Y aquí es decisiva la colaboración del docente, encargado de proporcionar a sus alumnos textos que reúnan ese mínimo de calidades lingüísticas y literarias que los hagan aptos para favorecer un dominio cada vez mayor del idioma por parte de dichos alumnos; y siempre desde la óptica de que es preferible pocos libros bien leídos, a muchos leídos malamente.

Asumamos nuestro compromiso como docentes de mediar entre los alumnos y los textos literarios, para que vayan desarrollando, a través de tales textos, su sensibilidad, y se vaya despertando en ellos un progresivo interés por los valores estéticos.

Así, poco a poco, serán ellos mismos quienes vayan conformando esa «conciencia de lector» que les llevará, por propia iniciativa, a entrar en contacto con los mejores maestros de lectura: los buenos libros. Porque no se puede concebir a una persona libre desposeída de libros: «Sería —puntualiza Juan Manuel De Prada— como imaginarla desposeída de alma, extraviada en los pasadizos lóbregos de un mundo que no comprende.» («Vindicación del libro». ABC, 24-04-2000).

Lectura es cultura, y cultura es libertad

Decíamos que la lectura ayuda a desarrollar la capacidad crítica, ya que estimula nuestras facultades intelectuales. Cuanto más se recurre a la lectura, menos sometido se está a cualquier tipo de manipulación, en especial a la de los medios de comunicación y, muy en particular, a la que la televisión ejerce sobre sus espectadores habituales.

Para convivir en un mundo plagado de mensajes audiovisuales se requiere propiciar una educación que ascienda de las sensaciones a la lógica. Solo así dejarán de conmovernos tantas trivialidades que ofenden a la inteligencia y nos degradan como personas.

La lectura, además, favorece la creación del ambiente de tolerancia que facilita nuestra convivencia y contribuye a mejorar nuestras relaciones sociales.

Convirtamos, pues, la lectura en un «espacio de Libertad», porque, coincidiendo con Gianni Rodari, «el uso total de la palabra para todos es un buen lema, de bello sonido democrático, no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo».

La Literatura es un cauce para la libertad, un vehículo de expresión de tolerancia; y el amante de la literatura, una persona con la suficiente sensibilidad como para hacer de esa libertad –bien entendida– una manera de vivir; porque de la libertad forma parte sustancial la libertad de expresión y, por tanto, también la artística y literaria.

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