Fundado en 1910

29 de marzo de 2024

-FOTODELDIA- ALCALÁ DE HENARES (MADRID), 22/04/2022.- La actriz hispanoargentina Cecilia Roth (c) sonríe tras recoger el Premio Cervantes en nombre de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi de manos de los reyes Felipe VI y Letizia, en presencia del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (i), durante la ceremonia de entrega del galardón este viernes en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. EFE/Ballesteros POOL

La actriz hispanoargentina Cecilia Roth recoge el Premio Cervantes en nombre de la escritora uruguaya Cristina Peri RossiEFE

La eterna polémica sobre la calidad del Premio Cervantes

El prestigio del Cervantes acarrea inevitablemente la polémica por la elección o la calidad de ciertos premiados, más o menos conocidos, en un país que ya no conoce a nadie

El prestigioso Premio Cervantes arrastra consigo el asombro del premiado, la admiración del que se hace el entendido, aparentando conocer al autor, y la inquina de los egos alimentados por camarillas y entornos literarios, tan proclives al ensalzamiento, como al olvido.
En 1976 se comenzó a dar un premio que debía estar a la altura de su nombre, y que debía recoger bajo su sombra a los nombres más señeros de las letras a ambos lados del Atlántico. Así que la polémica sobre la conveniencia o calidad de ciertos autores para recibir –o no– el Cervantes, siempre está y estará sobre la mesa.
A propósito de esta cuestión un tanto irresoluble, y a modo de ejemplo, en el marco de la no concesión del Nobel a Benito Pérez Galdós, Mario Vargas Llosa comentó recientemente en público que al preguntar en Suecia por esta decisión, la academia reconoció haber recibido una carta con más de quinientos firmantes pidiendo el premio al autor de los Episodios Nacionales. Pero, al mismo tiempo, habían sido muchas más las peticiones contrarias, en un momento en el que pesaba sobre Galdós el prejuicio moderno del «costumbrismo» y el «apolillamiento».
El Premio Cervantes, que se precia de estar a la altura de los galardones suecos, siempre arrastrará esta sospecha sobre sus premiados y sus olvidados, desde que arranca su andadura y aprovecha el clima de reconciliación democrática para acordarse de los supervivientes de la Generación del 27 y la del 36, como Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego (que en 1979 y, excepcionalmente, compartió con Jorge Luis Borges el premio), Luis Rosales o Rafael Alberti, en 1983.
La calidad de su escritura es innegable, como es innegable la selección posterior a ambas orillas del Atlántico: Alejo Carpentier, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Ernesto Sábato, Gonzalo Torrente Ballester, Carlos Fuentes o María Zambrano, son ejemplos de incuestionable calidad literaria.
Delibes, Vargas Llosa, Cabrera Infante, José Hierro, o Jiménez Lozano tampoco dejan duda sobre la altura de su prosa. Pero, al mismo tiempo, también planea sobre cada nombre otras alternativas a la misma altura.

Algunos olvidados

Algunos olvidados son especialmente llamativos. Entre los poetas españoles se podría citar a Blas de Otero, uno de los principales representantes de la poesía social de posguerra; a Jaime Gil de Biedma, Gloria Fuertes, que quizá acarrea cierta imagen «popular» que no le benefició, o José Ángel Valente, Ángel González o Claudio Rodríguez. Y en la narrativa hay verdaderos olvidados, no ya sólo de Cervantes pasados sino de la vida cultural, como Miguel Mihura, José María Pemán, Ramón J. Sender, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet, o José Luis Sampedro.
Magníficos escritores hispanoamericanos tampoco lograron el Cervantes como Juan Rulfo, Mario Benedetti o Julio Cortázar, además de Gabriel García Márquez, que no tiene tampoco el premio, aunque este, tras ganar el Nobel, se excluyó públicamente de entrar entre los elegidos, quizá en una mezcla de arrebato egocéntrico, tan típico de los escritores, que nos recuerda esas farragosas batallas en las que se solían embarcar los autores consagrados, cuando eran conocidos.

Con Cela llegó el escándalo

En la década de los ochenta empezó el murmullo y la controversia en torno a ciertos premiados, cuando la sombra de la política cae sobre la cultura. Cabrera Infante o la poeta Dulce María Loynaz, autores de innegable e insuperable calidad prosística y poética, parecían más bien gestos que buscaban incomodar al régimen castrista. Y, cómo no, Camilo José Cela, que se encontraba en su salsa dialéctica, también hizo su ruido acostumbrado al decir que el galardón cervantino estaba «lleno de mierda» porque le habían concedido el Nobel y no el Cervantes, que se le resistió hasta 1995.
Sobre Cela planea la sospecha de su presión para dar el premio a José García Nieto; y sobre los presidentes del gobierno José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, también pesa la elección de autores de su agrado: Jorge Edwards, José Jiménez Lozano, Antonio Gamoneda o Francisco Umbral, con protestas de asociaciones feministas y mujeres violadas incluidas, por algunas de sus líneas más desafortunadas en prensa, a propósito de la infidelidad y la violencia contra la mujer.
Después de estos auténticos divos, a excepción de Eduardo Mendoza, sólo encontramos el remanso de los nombres poco reconocibles excepto para esos lectores que descubrieron antes las perlas de Juan Gelman, Francisco Brines, Ida Vitale o la última premiada, Cristina Peri Rossi. Porque la calidad no la da la celebridad, y la celebridad tampoco hace versos ni escribe novelas. Además, los bancos y las cajas de ahorros, a pesar de sus ingentes beneficios anuales, ya no dejan nada para regalar libros por Navidad como antaño, ni a las plataformas audiovisuales les interesa lo más mínimo un escritor, y a sus consumidores tampoco. Las consecuencias las podemos ver todos.
Comentarios
tracking