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20 de abril de 2024

El teólogo y filósofo Julio L. Martínez, autor del libro 'Por una política del bien común' (BAC)

El teólogo y filósofo Julio L. Martínez, autor del libro 'Por una política del bien común' (BAC)Evelio Jiménez

Entrevista con el teólogo y filósofo

Julio L. Martínez: «La crispación y la polarización políticas son enemigas del bien común»

El profesor de la Universidad Pontificia de Comillas nos habla de su obra literaria y de su nuevo libro, Por una política del bien común, la única salvación posible a la situación política y social actual

Julio Luis Martínez Martínez es jesuita y profesor en la Universidad Pontificia de Comillas. Su área de trabajo es la teología moral, la filosofía social y política. Las inquietudes como profesor durante la pandemia y la propia experiencia vivida le hicieron ponerse a escribir este libro, Por una política del bien común. Mientras escuchaba a la ciudadanía y a los políticos hablar del «bien común» continuamente, se decidió a profundizar en este concepto tomando como punto de partida la tradición católica. El autor hace un recorrido extenso por el panorama social y político actual y por las mayores amenazas contra el bienestar social y lanza un mensaje de optimismo: debemos trabajar unidos por nuestros derechos fundamentales
–¿Cuál fue el origen de la obra y por qué se produjo durante la pandemia?
–El libro surge de mi propia experiencia durante lo peor de la pandemia, y tras escuchar el discurso de los políticos sobre lo que estaba pasando. Todos teníamos dentro una angustia sobre el futuro, y empezaron a surgir una serie de frases sobre «participar todos», «trabajar juntos», «mantenernos unidos»... Incluso dentro del Boletín Oficial del Estado: «Es bueno que la sociedad que trabaja junta por el bien común pueda manifestar junta su dolor». Por otra parte, veía también cómo los políticos, a la hora de ponerse de acuerdo, hacían todo lo contrario a la lógica del bien común.
¿Cómo explicaría el concepto de bien común?
–Consiste en pensar en lo de todos, no dejar a nadie descartado y hacer lo posible para que los bienes sociales lleguen a todo el mundo. En ello hay una parte de la acción de las administraciones públicas que es indispensable, pero también lo es la activación de la sociedad civil. La pandemia fue como un gran laboratorio para mí de lo que podía ser el bien común y de cómo se malograba por las actitudes de auto interés y de búsqueda partidista frente a los problemas que nos afectaban a todos.

La pandemia fue un gran laboratorio de lo que podía ser el bien común y de cómo se malograba por las actitudes de auto interés y de búsqueda partidista frente a los problemas que nos afectaban a todos

¿Es posible un encuentro político y social para conseguir este bien común?
–Para que haya un pensamiento sobre el bien común y que luego nos pongamos a trabajar por él, hace falta ponerse de acuerdo en cosas fundamentales. Es evidente que los distintos partidos tienen todo el derecho y, si me apuras, casi la obligación de presentar sus propuestas y de confrontarlas, de discutir y de hacer valer sus posiciones. Pero ante las cuestiones que son clave para todos (los derechos fundamentales, las relaciones básicas, las necesidades indispensables para vivir) debería haber unos acuerdos que realmente pongan a la sociedad a favor del bien común.
Con el ambiente de crispación social y política actual, ¿cuáles son las mayores amenazas para el alcance de esta meta?
–Hoy por hoy, la crispación política es tan fuerte que, efectivamente, es una de las cosas que más daño hace al posible alcance de un bien común. Como consecuencia de esta crispación (o muchas veces, como causa) está la polarización, que tiene muchas ramificaciones. Una de ellas es el concepto de la posverdad. No cuentan los hechos, sino que cuenta el relato que cada uno hace con sus intereses, donde no importa mentir y cuyo objetivo es agitar emociones. Después hay muchos otros factores que son parte de la globalización y de la revolución tecnológica, en particular de la digital. Gran parte de las cosas que pasan, de cómo las noticias se difunden y de cómo los bulos se producen, son causa de esta digitalización tan potente que hace que los mensajes lleguen a multitudes, en un momento, sin matices o directamente falsos e interesados.
El equilibrio es un término clave dentro del concepto principal del libro, ¿algo fundamental para redefinir el futuro?
–No está mal pensado así. Aunque no querría es que ese punto de equilibrio se acabase convirtiendo en mediocridad. El bien común no puede ser nunca conseguido porque yo ceda todo lo mío que veo que es bueno y el otro ceda lo suyo que crea que es bueno. Como decía Aristóteles, la virtud es un término medio entre dos extremos que son vicios. Pero respecto de lo bueno, lo mejor, la virtud es un extremo, porque quiere decir que la virtud no es una mediocridad, no es una medianía.
–¿Qué perspectiva tienen, en su opinión, liberales y socialistas respecto al bien común?
–Muchas veces los políticos tienen ese arte que viene de los diálogos platónicos, cuando Sócrates confrontaba a los sofistas, quienes querían persuadir pero no estaban interesados en la verdad. En la actualidad, por culpa de la digitalización, esa práctica se ha multiplicado. A los socialistas hay que corregirles siempre ese sesgo que tienen hacia la administración pública: parece que lo que no es de propiedad estatal les molesta. Y a los liberales hay que corregirles la creencia de que el mercado lo resuelve todo, la lógica del derrame que el Papa critica con bastante fuerza. Es una lógica interesada de los más poderosos.

A los socialistas hay que corregirles ese sesgo que tienen hacia la administración pública; a los liberales, la creencia de que el mercado lo resuelve todo

–¿Son opuestos el bien común y el utilitarismo?
–La tradición y la confluencia entre liberales y socialistas en Europa se han apoyado mucho, o fundamentalmente, en un tipo de filosofía moral del utilitarismo. El estado del bienestar tiene en su base filosófica el utilitarismo. La lógica del bien común no es que desprecie la lógica del utilitarismo, pero sí la critica en algunas cosas. Por ejemplo, que una minoría quede al margen o quede descartada por el bien de la mayor parte no se puede dar por bueno teóricamente.
¿Hay algún Estado que actualmente se acerque a este modelo?
–Es bastante fácil encontrar elementos fundamentales en muchos países, en la Europa continental y en la Europa mediterránea, pero evidentemente ninguno de manera perfecta. Es difícil que lo que filosóficamente pensamos después quede representado en una realidad empírica y concreta. Una dosis necesaria de Estado que vele por que libertades, derechos, relaciones y necesidades básicas estén garantizando unos mínimos, pero activando la sociedad civil: esa es la clave.
¿Cuáles serían los factores principales que amenazan el alcance del bien común?
–El Papa Francisco, en sus discursos a Europa, incide sobre el tema de la política convertida en tecnocracia, algo disonante con la lógica del bien común. También hay peligro en pensar únicamente en nuestras sociedades, olvidándonos de otras. Se nota mucho en el tema de las migraciones, como con la crisis de refugiados. El Papa Francisco ha tenido discursos fuertes hacia la actuación de Europa en Lampedusa y en el Mediterráneo.
¿Cuáles son los factores para que un país consiguiera alcanzar el bien común?
–El bien común no es un algoritmo o una fórmula; tiene mucho que ver con las personas que ejercen las responsabilidades. Por una parte, con los propios ciudadanos, y por otra, y de una manera muy especial, con aquellos que tienen más responsabilidad de liderazgo público, como el del alcalde de Madrid. Martínez Almeida no solamente estaba al servicio de la sociedad madrileña a través de su despacho, sino que estuvo presente en los lugares donde más se veía el efecto de la pandemia.

La religión, cuando está sana, cuando no es un fundamentalismo, siembra en el corazón esas actitudes de compartir, de colaborar, de sacrificarse por el bien de los demás

Habermas habla de que el compromiso cívico del ciudadano es más potente en las sociedades donde está presente la religión antes de que existiera la política.
–Porque las actitudes de la ciudadanía que construyen el bien compartido necesitan de unas motivaciones que el Estado mismo no puede dar, y Habermas es plenamente consciente de esto. Para eso necesitamos cultivos prepolíticos. Sin ser él mismo religioso, Habermas ha visto con mucha lucidez que las religiones son los surtidores de estos enclaves políticos más potentes, en el sentido de que la religión, cuando está sana, cuando no es un fundamentalismo, un sectarismo, siembra en el corazón de las personas esas actitudes de compartir, de colaborar, de sacrificarse por el bien de los demás.
–La sociedad de los cuidados y la tecnocracia...
–Es otro tema muy importante, y además nos permite poner en diálogo a la Doctrina Social de la Iglesia con otras visiones que no tienen nada que ver con la católica, como el tema del cuidado. La tecnocracia no acaba de incorporar bien el concepto del cuidado, aunque por otra parte tiene cosas que, bien aprovechadas, pueden ser muy buenas y útiles. No estamos defendiendo una sociedad de cuidados que se salte a la torera lo científico-técnico.
–¿Cómo se concibe la educación interdisciplinar dentro de la Doctrina Social de la Iglesia?
–En el caso de la Doctrina Social de la Iglesia hablamos de educación integral, que es la que mira todas las dimensiones de la persona, no solamente los conocimientos científicos, sino que trata de hacer buenas personas y profesionales. En la tradición jesuítica entendemos que hay una serie de pilares básicos sobre la formación de las personas como buenos profesionales: una formación científico-técnica pero también sobre la justicia social, amparada en el humanismo y en la fe; formación de personas que se pongan en el lugar del otro, que sean empáticas, compasivas y que ejerzan un liderazgo positivo y constructivo al servicio de la sociedad.
¿Sería el principio de subsidariedad un término más acorde, más justo entre las dos corrientes políticas?
–El principio de subsidiariedad no es simplemente que el Estado no intervenga en aquello que las unidades menores pueden hacer, sino que el Estado activamente apoye que esas unidades menores lo hagan. A veces se olvida que el Estado tiene una función indispensable en una sociedad compleja y plural como la nuestra, porque sin él, no habría respeto de los contratos o habría situaciones de inseguridad continua, por ejemplo. De hecho, las sociedades que no tienen un Estado mínimamente decente tienen crimen y extorsión. Por otra parte, el Estado tiene que tratar de que la sociedad sea lo más rica, plural, justa y fraterna posible.

El mundo de la política tiene que tocar fondo y darse cuenta de que hay que hacer las cosas de otra manera

Ante el futuro que se presenta, ¿cree posible una rehabilitación política, una en la que se alcance el entendimiento?
–Sí, y no solo creo posible, sino absolutamente necesario. El mundo de la política tiene que tocar fondo y darse cuenta de que hay que hacer las cosas de otra manera. Afortunadamente, tenemos algunos políticos que tiene un talante de moderación, de diálogo, de capacidad de propuesta. Por eso he escrito este libro: confío en que se puede y se debe hacer, y en que hay políticos que están realmente muy interesados en que ocurra.
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