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23 de abril de 2024

El concierto de la Orquesta Nacional ha interpretado la obra 'Chichén Itzá' (1944), de María Teresa Prieto

El concierto de la Orquesta Nacional ha interpretado la obra Chichén Itzá (1944), de María Teresa Prieto

México y España se dan a la mano, gracias a una mujer

La Orquesta Nacional recupera una obra concebida en México por la compositora ovetense María Teresa Prieto, mientras Leonidas Kavakos triunfa con el cinematográfico concierto de Korngold

No es que en España el talento musical le estuviese de algún modo vedado históricamente a las mujeres, como una suerte de fatalidad. Más bien lo ocurrido es que hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XX no comenzó a reivindicarse, como se merecía, el papel de la rica nómina de compositoras, todavía hoy desconocidas en su mayoría, que han contribuido a enriquecer con su quehacer anónimo el extraordinario patrimonio artístico de nuestro país.
Desde luego, a la dedicación de las mujeres a las tareas musicales, incluso simplemente como intérpretes, no contribuyeron juicios como el que, en 1613, expuso Pedro Cerone en su Melopeo y maestro: «A las mujeres no se les debe permitir que aprendan canto si no es que hayan de ser monjas...». Eran otros tiempos, podría argumentarse. Pero tampoco más adelante la difusión de las obras de muchas de estas féminas que, a pesar a de no contar con un clima propicio para sus intereses, aún así, dedicaron nobles esfuerzos a la escritura musical, se vieron beneficiadas por prácticas muy extendidas como la de una reconocida sociedad de conciertos española que, entre los años 1957 y 1992, no incluyó en sus programas una sola obra de compositoras españolas ni extranjeras.
No todo fue marginación y desprecio. La Orquesta Nacional, en su primer concierto de la temporada 1957/58, dirigido por Ataúlfo Argenta, propuso el estreno en España de una obra escrita por una compositora española, María Teresa Prieto, que vivió buena parte de su vida en México y concibió su poema sinfónico Chichén Itzá (1944) bajo la honda emoción que le proporcionó una visita de varios días a la ciudad sagrada, vestigio de la opulenta civilización maya, uno de los principales enclaves arqueológicos de la península del Yucatán, Patrimonio de la Humanidad desde 1988.

Lazos entre España y México

Ahora que las relaciones entre España y el país centroamericano no atraviesan quizá su mejor momento, aunque sólo desde el punto de vista institucional, como suele ocurrir en estos casos, resulta interesante comprobar cómo en otro tiempo una compositora de nuestro país se interesó por esa otra mitad de México, la que Octavio Paz denominaba «el pasado precolombino enterrado pero vivo», para proponer una obra que se inspira en tradiciones, costumbres y ritos pretéritos de los mayas como los que se celebraban en aquellos anfiteatros llamados «juegos de pelota», donde singularmente se representaba el combate entre el águila y el jaguar, la tierra y el cielo, hombres y dioses.
Como parte de su nueva temporada de abono, bien centrada una de sus principales líneas de actuación en destacar las imprescindibles conexiones entre los continentes europeo y americano, la ONE ha vuelto a programar esta obra, que más que describir sugiere al modo de los impresionistas. La pieza de la autora asturiana, relacionada durante su periplo mexicano con personalidades como Adolfo Salazar, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Erich Kleiber, Darius Milhaud o el mismísimo Igor Stravinski, destaca por la transparencia de sus líneas puras, el colorismo sutil, la fluidez melódica que propicia una cierta evocación nostálgica de ese mundo ancestral, misterioso y perdido.
David Afkham, al frente de la ONE, nos ha ofrecido una interpretación servida con cuidado y esmero, como el delicado gesto del estupendo director, en el tramo ya final de su beneficiosa relación con esta agrupación. Para quienes deseen profundizar más en esta pieza y en el resto de las composiciones sinfónicas de Prieto, José Luis Temes y la Orquesta de Córdoba las han grabado todas en un volumen para Verso. Parece que han llegado mejores tiempos para nuestras compositoras. Ya era hora.

Debussy, Ravel... y Korngold

La otra gran nota de interés en el programa se intuía en la segunda obra, el Concierto para violín, en Re mayor, op. 35 de Erich Wolfgang Korngold, poco interpretado aquí. No es que el resto de las piezas escogidas resultasen baladíes, pero es que tanto La Mer de Debussy como La Valse de Ravel suelen gozar de mayor atención, pertenecen ya al gran repertorio de las orquestas. Korngold no se estila tanto, de ahí el acontecimiento que supuso, hace un par de temporadas, la presentación de su maravillosa ópera La ciudad muerta en el que para mucho es el mejor teatro europeo, la Bayerische Staatsoper de Múnich. Claro que aquellas funciones se beneficiaron además de contar con la presencia del tenor Jonas Kauffmann. Ahora, en Madrid, y para tocar un concierto que debe buena parte de su difusión a otro divo, pero del violín, el gran Jascha Heifetz, se ha contado con el que para muchos es el mejor intérprete, o el más cualificado, de este instrumento en nuestros días, Leonidas Kavakos.
Kavakos, que inauguraba la fructífera colaboración prevista con la ONE durante esta temporada como «Artista residente», no pudo tener un mejor comienzo. En sus dedos, esta delicia de Korngold adquiere su justa dimensión como una obra a la vez encantadora y exigente. Como triunfó en el cine (su concierto contiene música de al menos tres de los filmes para los que escribió bandas sonoras), a este compositor se le tiene en ocasiones por un artesano que vendió su alma a Hollywood para enriquecerse elaborando música deliberadamente relamida con la que surtir de azúcar al gran público. Absurdos prejuicios.
El compositor astrohúngaro Erich Wolfgang Korngold

El compositor astrohúngaro Erich Wolfgang Korngold

En su magníficamente estructurado concierto se aprecian algunas de sus mejores cualidades como compositor, una inagotable vena melódica, que ya quisieran para sí muchos de sus detractores, y sobrada pericia como orquestador de la mejor ley. En la versión escuchada, ni Kavakos ni Afhkam mostraron asomo alguno de vulgaridad ofreciendo, por el contrario, una lectura muy sólida, transparente, bien dialogada, que no dejó pasar los pasajes de mayor lirismo, como el hermoso segundo movimiento, ni el sentido del humor, sin excesos, de esta pieza amable, concebida para agradar, algo no siempre tan sencillo como parece.
La orquesta, en un momento espléndido, nunca cubrió, ni en los pasajes de mayor opulencia, el sonido terso, seguro del violinista griego. Las ovaciones fueron correspondidas con un Bach expuesto de manera prodigiosa, austero pero a la vez muy sentido, de una honda expresividad, seguido con un silencio reverencial por el público, sobre todo después de la terrible mirada con la que Afkham fulminó a ese espectador que había dejado sonar su móvil al inicio del segundo movimiento del concierto de Korngold. Tener a Kavakos en Madrid para varios programas es como contar con los servicios de Benzema, un inmenso acierto.
Y lo dicho, en la segunda parte dos obras mayores del sinfonismo francés del siglo XX, plenamente instauradas por derecho propio en el gran repertorio. Se revalidó el éxito con ambas, si bien quizá el público apreció en mayor medida ese tourbillon que es La Valse, que podría considerarse como la transcripción sonora, la síntesis musical de aquellas páginas tan estremecedoras que Stefan Zweig nos legó en su imperecedero El mundo de ayer, canto del cisne por un mundo idealizado que ha perdido su inocencia para siempre, la felicidad que se nos escurre definitivamente entre los dedos al descubrir el rostro del horror, la guerra aniquiladora de todo atisbo de civilización.
Al mar de Debussy, bien expuesto en la forma, delineado con precisión exquisita en todos sus contornos por las expresivas manos de Afkham, se le echó en falta en cambio algo más de misterio, de inquietud. Ese desasosiego sí estuvo presente, desde el inicio, en la abrumadora lectura del vals raveliano. Perfecta prácticamente la ONE en todas sus secciones en una partitura que pone a prueba el virtuosismo, las mejores cualidades de un conjunto, individuales y colectivas. El público les dedicó ruidosas, intensas, bien merecidas ovaciones.
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