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25 de abril de 2024

Galardón conjunto a la Ópera de Odessa a la Ópera de Leópolis

Galardón conjunto a la Ópera de Odessa a la Ópera de LeópolisInternational Opera Awards

Los Oscar de la Lírica premian el coraje de los teatros ucranianos

El Teatro Real acogió la primera ceremonia de los International Opera Awards fuera del Reino Unido, que distinguió a las compañías líricas de Leópolis y Odessa como las mejores del año en un claro gesto reivindicativo y solidario

A los anglosajones, tan pragmáticos en algunas ocasiones, o quizá por eso mismo, no se les suele escapar la singular relevancia, la fuerza ejemplar de lo simbólico. Si ya el año pasado los International Opera Awards, que conceden desde hace unos años la revista británica Opera, otorgó el principal, el que distingue a la más destacada compañía lírica durante una temporada, al Teatro Real madrileño por su testimonio de tesón, responsabilidad, valentía e imaginación al haber mantenido abiertas sus puertas durante la mayor parte del trágico episodio pandémico, en esta ocasión premiadas han resultado las óperas de Leópolis y Odessa, faros de resistencia civil ucraniana frente a la barbarie mesiánica del enajenado Putin.
Supremo ejemplo de dignidad y valentía al seguir ofreciendo una actividad hoy más necesaria que nunca para resaltar la impotencia destructora de bombardeos y sabotajes, el extraordinario coraje que exhiben estas y parecidas instituciones históricas de la música demuestra que la infinita crueldad humana puede arrasar vidas y haciendas, pero jamás logrará su objetivo de aniquilar esa memoria sobre la cual, más pronto que tarde, volverá a florecer la cultura, alimento indispensable del espíritu.
Denominar «Oscars de la lírica» a estos galardones resulta a lo mejor algo pomposo, precipitado e inexacto si se compara con el modelo de los reconocimientos que históricamente concede la academia norteamericana. De hecho, existen al menos hasta tres o cuatro premiaciones de ese estilo (un par de ellas sin salir de Italia), que en un puro afán de marketing intentan atribuirse, de cara a la opinión pública, la existencia de un equivalente al invento cinematográfico californiano.
Pero aunque todas ellas reclamen para sí mismas la condición de «oscars líricos», hay que reconocer que quizá la iniciativa que haya alcanzado una mayor relevancia sea la que propone la revista británica que reúne a una decente nómina de colaboradores repartidos por todo el mundo, cumpliendo con la meritoria función de informar puntualmente sobre casi todo lo que ocurre en un universo operístico que, lejos de menguar, se expande. Quizá el género no atraviese su mejor momento en el continente como se explicó durante el acto: el público todavía no se ha recuperado del shock de la covid y es posible que abrace definitivamente otras formas o medios de consumo cultural.

El Teatro Real como anfitrión

Mientras, en Gran Bretaña el nuevo gobierno cercena o elimina directamente los apoyos financieros condenando al destierro de Londres a la venerable y dinámica English National Opera y rebajando su prepuesto drásticamente. En contraste, cada día algún nuevo país se adhiere a la eterna fascinación que ejerce la lírica en destinos tan exóticos a los ojos de un europeo ensimismado en la adoración de su propio ombligo como puedan serlo Omán, China (con magníficos teatros en varias de sus imponentes ciudades), India o Kazajistán, entre muchos otros.
Sea como fuere acaba de celebrarse la ceremonia anual de estos premios, y por primera vez fuera de las islas, con el Teatro Real como anfitrión destacado. El excelente equipo técnico del coliseo madrileño contribuyó a organizar una gala bastante fluida y agradable, a pesar de lo tediosos que suelen ser los discursos de agradecimiento en estos casos. Y se benefició, sobre todo, del saber hacer del reconocido y simpático periodista de la BBC (que retransmitió el evento en directo), Petroc Trelawny. Su acreditada experiencia le permitió tirar de buen gusto, sofisticación y unas capas de sentido del humor teñidas de fina ironía, de sello netamente británico, para darle aún más colorido a la glamurosa cita.

El modelo de ópera que se ha premiado es sobre todo el que se ha consolidado durante años en Alemania

A la gala apenas asistieron autoridades, personalidades locales de la cultura ni responsables de teatros españoles (estaban por allí el Liceo, Peralada, …), aunque en cambio sí que contó con la presencia del embajador de Reino Unido y una nutrida representación de grandes nombres de la organización operística internacional, como Nicholas Payne, o vinculados a las instituciones que resultaron galardonadas, mayoritariamente centroeuropeas y anglosajonas. Quizá los posibles asistentes españoles no se sintiesen concernidos por unos galardones cuyo palmarés refleja bien a las claras una cierta tendencia: el modelo de ópera que se ha premiado es sobre todo el que se ha consolidado durante años en Alemania y su área de influencia cultural, o en aquellos teatros anglosajones que no se sitúan entre los más populares por sus aires renovadores.
A través de la concesión de estos reconocimientos se pretende señalar como punto de máxima referencia a la originalidad que resulta de la nueva creación, la búsqueda de enfoques distintos para el repertorio más habitual, la recuperación de obras ignoradas o escasamente difundidas en su momento, todo ellos mezclado con ese discurso actual que vale lo mismo para una fábrica de automóviles o un centro artístico y que tiene que ver con el fomento de la diversidad o de la sacrosanta sostenibilidad, ese ave fénix o cajón de sastre de la nueva modernidad.

Más allá del Real y el Liceo

Bajo esos parámetros resulta evidente que la mayoría de los teatros españoles, más allá de Real y Liceo, cuyos generosos presupuestos les permiten una cierta apuesta por el equilibrio de sus propuestas, no se encuentran en condiciones de competir bajo los cánones de excelencia que este tipo de galardones reclaman. De ahí que los reconocimientos principales recayeran fundamentalmente en la Ópera de Santa Fe (mejor festival lírico), Ópera de Frankfurt (título redescubierto, el Ulisse de Dallapiccola), Ópera Nacional de Holanda (por su apuesta en nuevas tecnologías con la ópera digital Upload), La Monnaie de Munt (a partir del estreno mundial de El tiempo de nuestro canto de Kris Defoort), Glyndebourne (nueva mejor producción para el programa doble de La Voz humana»/Las tetas de Tirésias debido al siempre inteligente Laurent Pelly) o la Ópera de Ciudad del Cabo y su magnífico programa formativo de jóvenes cantantes (premio a la igualdad de oportunidades), uno de cuyos inspiradores es el director norteamericano Kamal Khan.
Las únicas candidaturas españolas, todas derrotadas, eran las atribuidas a la estupenda soprano Saioa Hernández en el premio popular que conceden los lectores (esta vez fue para el simpático tenor Pene Pati) y dos correspondientes a grabaciones en teatro y estudio. A la relativa a una producción operística optaba la Rusalka del Teatro Real con la gran Asmik Gregoriam (cayó ante un registro de la burbujeante Le voyage Dans la lune de Offenbach). Y en la de recital en solitario se encontraba la espléndida Filarmónica de Gran Canaria (que el año próximo tendrá una actuación muy relevante en el Real), bajo la dirección de su espléndido titular, Karel Mark Chichon, en un cd de arias del tenor Jonathan Tetelman. Finalmente distinguió al norteamericano Michael Spyres, que ha firmado uno de los discos más audaces de la reciente temporada.
Hace unos años, aquellos recordados Premios Líricos españoles (equivalentes a los Goya, igualmente se podría afirmar), que con tanto eco como buenos resultados se organizaban en el Campoamor ovetense, impuso una excelente práctica: los artistas ganadores propiciaban con sus actuaciones una suerte de gala lírica que sumaba interés al acto. Estos International Opera Awards proponían algo parecido, pero ante la dificultad de contar con todos los galardonados (ni la soprano Sabine Devieilhe ni el barítono Stephàne Degout podían comparecer este día), se optó por una opción intermedia. El Teatro Real acogió un concierto con algunos de los cantantes que participan estos días en los ensayos de La Sonámbula a los que se sumarían las sopranos Barno Ismatullaeva y, en este caso, sí una ganadora, Nardus Williams, reconocida como la Artista Emergente.
Del programa comunicado en principio se cayeron dos de los principales reclamos, las sopranos Nadine Sierra y Serena Sáenz y el tenor Iván Ayón Rivas. Este último estaba nominado en la categoría de artista emergente, y al final no compareció (quizá ya sabía que no se lo iban a dar). Nadine Sierra, entre el cansancio de su reciente Traviata en el Met y los ensayos de la ópera de Bellini que se estrena en un par de semanas, no se encontraba en las mejores condiciones de actuar. De Serena Sáenz no se supo el motivo de su cancelación. Pero el Real contó para sustituirla con una todoterreno, la soprano Sabina Puértolas. El que no se borró fue el tenor español del momento, Xabier Anduaga, motivo de constante alegría y esperanza para el oyente. Como siempre es un placer escuchar a su antigua compañera de agencia, Jessica Pratt, belcantista de altos vuelos.
Contando con la Orquesta y Coro titulares del Real se recurrió a las buenas intenciones de un director reclamado insistentemente para este tipo de embolados, José Miguel Pérez Sierra, por su reconocida capacidad para la concertación eficaz y una amable predisposición hacia esta suerte de retos de último minuto que casa muy bien con su naturaleza templada. Este director madrileño es el equivalente, a alguna distancia, de aquellos maestros italianos del pasado (los Molinari-Pradelli, Votto, Cleva, Santi, …) de maneras sobrias y trabajo sereno, tenidos más que por verdaderos artistas como sólidos artesanos, siempre discretos, conocedores a fondo de su oficio, con los que se sabía que nada podía resultar mal, aunque para las grandes ocasiones se prefiriese contar siempre con las estrellas de cada momento.
Aquí se hizo cargo de un programa deslavazado, sin ningún tipo de rigor constructivo ni idea vertebradora, más allá de aunar esfuerzos con lo que había disponible y dar, eso sí, unas pinceladas de exotismo hispano, que por algo la cita se celebraba en Madrid. De ahí que se recurriera a lo de siempre, los más habitual en estos casos, La vida Breve, No puede ser, Me llaman la primorosa, … todo mezclado con el Patria Opressa de Macbeth, el Dove sono mozartiano o dos grandes dúos románticos, los de Lucia y Puritani.

Mini-concierto

El mini-concierto lo dirigió con acierto y fluidez, pero luego el premio al mejor director recayó en el muy sobrevalorado Daniele Rustioni, aunque con un agenda mucho más diversa e influyente y la imagen requerida estos días. El «Interludio» de La vida breve tuvo un arranque algo brusco, pero enseguida Pérez-Sierra se hizo con el control aportando un acompañamiento bien calibrado en volúmenes y contrastes, manejándose con su particular habilidad en la concertación de las voces donde este director, más que en el apunte fantasioso o en la finura de la búsqueda de colores y matices, se maneja como pez en el agua. Buenos resultados de orquesta y coro.
El puro hecho musical era quizá lo de menos, salvo para quienes iban a escuchar a los más conocidos, sobre todo un anticipo belcantista de esa espléndida «Sonámbula» que se figura con Anduaga y la Sierra, pero que finalmente no se dio. Hay que quedarse con la aparición en escena de una Nardus Williams que recuerda en porte y elegancia a Shirley Verret para ofrecer un Mozart servido con delicadeza y autoridad a partir de un fraseo de buena ley y un timbre carnoso. Lo contrario quizá del tenor Francesco Demuro, cantante honesto, dueño de un material pobre en esencia, con ese timbre ingrato pero unos agudos como saetas, seguros y plenos, que le abren de par en par las puertas de este repertorio.

El próximo año esperamos que la ceremonia pueda celebrarse en una Ucrania en paz

Sabina Puértolas, de presencia siempre grata, no es una soprano como la Pratt, una artista que sacude el escenario con su magnetismo y unos medios técnicos deslumbrantes, pero posee encanto, aplomo y frasea con intención. Todos fueron muy aplaudidos, aunque la palma seguramente se la llevó el que ya se ofrece como ídolo local entre los tenores, un Anduaga pletórico de medios e intenciones, algo envarado en escena quizá por temperamento, es un hombre del norte, pero que se perfila ya como uno de los grandes de los próximas décadas. Escucharle es soñar siempre con aquello que está por venir.
Decía Proust, al que se vuelve estos días, que «gracias al arte, en lugar de ver un solo mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse y tenemos a nuestra disposición tantos mundos como artistas originales existen». Esa es también la esencia y grandeza de la ópera, la lengua franca que en cierto modo vertebró Europa dándole sentido y continúa emocionando al mundo con su mensaje universal. Eso es lo que se ha celebrado ahora con esta ceremonia propiciada por ingleses contrarios al Brexit, acogida por españoles, enriquecida por las aportaciones de artistas y técnicos de las más diversas nacionalidades, que ha servido para señalar de nuevo la vía civilizadora de la cultura como contrapunto al horror de la guerra y denunciado la indiferencia de los políticos cuyas medidas, en forma de recortes, resultan a veces tan letales y nocivas para la regeneración educativa, para la elevación espiritual como las bombas. El próximo año esperamos que la ceremonia pueda celebrarse en una Ucrania en paz, como desearon los responsables de las óperas de Leópolis y Odessa, y todos cuantos estuvimos allí.
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