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19 de abril de 2024

Paco Gento posa con los trofeos de su época

Paco Gento posa con los trofeos de su épocaEFE

Una cena muy especial y otros relatos con Paco Gento

Todos sus compañeros miraban a «La Galerna del Cantábrico» al principio de los partidos para ver si se frotaba las manos, porque si don Paco se frotaba las manos todo iba bien

Yo caminaba por las calles de Chamartín en busca de un restaurante. Había quedado con mis amigos de La Galerna, la revista madridista que tiene el sobrenombre de don Paco Gento. Al doblar una esquina los vi, a dos de mis amigos. Estaban de espaldas. Les llamé. Se dieron la vuelta. Me miraron raro y se abrieron como un telón. Aparecieron dos hombres. Uno era Paco Gento y el otro también era Paco Gento, su hijo. Balbuceé unas palabras extrañas, casi ininteligibles, supongo que elogiosas, admirativas, no lo recuerdo. Y don Paco se azoró, dijo: «hombre» y movió la cabeza, como si ganar 12 Ligas y 6 copas de Europa y construir la leyenda del Real Madrid fuera una cosa normal. Y el caso es que parecía una cosa normal. Un señor normal. Vestido de un modo normal. Un hombre sencillo con la voz ronca al que acompañaba otro hombre sencillo, sonriente y orgulloso del efecto que provocaba aún en la gente la presencia de su ya anciano padre.

«¡Raúl y yo!»

Esto fue hace algunos años, y Paco Gento, «La Galerna», se vino a cenar con los de La Galerna. A la mesa estábamos todos callados, intimidados, incrédulos. Allí estaba él, el mayor campeón de la historia del Real Madrid y del fútbol, que pidió vino y empezó a hablar a todos esos ojos que debía ver como a los de los dibujos animados en la oscuridad. Yo miré a mi alrededor y observé algunos de esos ojos brillantes en mis amigos. Filtraciones del alma imposibles de ocultar, recuerdos de familia, emociones contagiosas al pensar en el origen de todas ellas. Fantasías de niñez, viejas imágenes, historias contadas. Era Paco Gento y parecía encantado de estar allí, no tanto en su expresión dura, la piel gruesa y curtida, sino en la de su hijo, que lo miraba con un gesto de admiración que invitaba a llorar.
Así que todos lloramos un poco esa tarde. Algunos por fuera y otros por dentro. Uno ya escribió que Paco Gento podía ser un marinero retirado que podría pasar por el arponero Queequeg («Llamadme Paco», comienza este Moby Dick), un caníbal del fútbol que tenía ron en la garganta al que la revista L’Equipe había elegido el segundo mejor jugador de la historia de la Copa de Europa, después de Di Stéfano. Eso le gustaba a don Paco, y que en esa lista hubiera seis madridistas entre los diez primeros, «¡Raúl y yo!», dijo, los únicos españoles. Y Rial, de quien recordaba lo «buenísimo» que era y lo mucho que le ayudó. Para Gento entrar en el Madrid fue como para Alejandro entrar en Babilonia junto a Pachín.

«La Sexta» la mejor de sus Copas de Europa

Decía Vicente Miera que al saltar al campo todos miraban a Paco a ver si se frotaba las manos, porque si Gento se frotaba las manos no había nada que perder. Y contó que la mejor de las seis Copas de Europa fue la Sexta «porque nadie daba un duro por nosotros». En aquella cena de «La Galerna» con La Galerna no había galernautas, esos supuestos hombres mitológicos, sino un puñado de Azarías casi haciéndose pis en las manos, qué guarrería, y diciendo con los ojos: «Milana Bonita». Porque sí que era bonito Paco Gento. Qué tío. Don Paco tenía el rostro de dique sardinero que aún contenía las olas como el primer día. Ellas rebotan suaves, ya entregadas, y sus respuestas llevan el susurro de la espuma. Allí el pobre galernauta, el genérico, trataba de sobreponerse, de hacer honor a su fama, pero tan sólo podía musitar: «Milana Bonita...» con una risa babeante, incontinente.

Yo corría y me dejaba el balón atrás. Menos mal que alguien pensaba que todavía podía llegar a ser algoFrancisco Gento

Se dijo que hacía diez coma nueve segundos en los cien metros con el balón en los pies y le preguntaron que cómo lo hacía. «Yo ya nací así. Eso es natural», dijo. El delirio y los cojones, como pidió más entendimiento entre Bale y Cristiano («quizá así ganaríamos más títulos», dijo como si estuviera viendo a Di Stéfano), o como que comían carne y pescado y que no comían espagueti como ahora. «Eso y alguna copa de vino, que a Muñoz le gustaba el vinillo». «Fue Guijarro, el que mandaba entonces en los fichajes del Madrid, quien vino a Santander a por mí. La gente se enteró y vino al estadio a chillar. Nos tuvimos que ir al faro a firmar el contrato, y la gente nos siguió hasta el faro. Al final tuvimos que firmar en un garaje».
Contó don Paco que sus dos primeros años fueron muy malos. «Yo corría y me dejaba el balón atrás. Menos mal que alguien pensaba que todavía podía llegar a ser algo. Estaba asustado con todos esos jugadores allí. Aprendí mucho de Di Stéfano. Yo le veía por todos lados. Se ponía de delantero, de extremo, de defensa. Yo no la daba de tacón. Aprendí con Rial a hacer paredes…».

Los mangos de los paraguas

A Paco Gento le enseñaron dos tarjetas rojas en toda su carrera. La segunda fue porque Ilulegui le estaba sacudiendo, «...y entonces yo le sacudí. pero le pedí perdón, ¿eh?». «A pesar de que nos quieran hundir no van a poder», refiriéndose con sus ojos líquidos al Real Madrid del presente, dijo en un homenaje donde un espectador dijo que no habría mayor honor que ganar la Undécima por el «once» que llevaba Gento a la espalda. Y don Paco se emocionó, como se emocionó todo el auditorio cuando contó lo de la primera lo de la primera tarjeta: «Estaba Marquitos discutiendo con el árbitro. Pasé yo por allí y le dije: «mándale a tomar por culo»».
Uno siempre recordará cuando don Paco contó que el público antiguo era terrible, y que las mujeres sacaban los mangos de los paraguas para enganchar a los jugadores. Y otra cosa que ya no se le ha olvidado nunca, o casi nunca, es apagar la luz al salir de un cuarto porque es lo que les decía don Santiago Bernabéu a la Galerna del Cantábrico y a todos esos peloteros inolvidables de blanco y negro (como Santamaría, que dijo de Gento: «Le llamaban el rompemichelines porque corría veinte metros y se paraba, y luego corría otros veinte metro y se volvía a parar», «que hay que pagar la nueva tribuna». 
Entonces llorábamos de emoción al escuchar todas esas historias maravillosas y hoy lloramos de pena porque se ha muerto don Francisco Gento, presidente de honor del Real Madrid, al que un servidor tuvo la suerte de conocer. El hombre sencillo, el mito,  el «rompemichelines» al que una vez en San Mamés, contó Miera, «que es donde saben de fútbol, además de en Madrid», tuvo que salir don Paco a saludar como los toreros porque la gente no se iba. Al final el que se ha ido es él.
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