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29 de marzo de 2024

vehículos policiales en Rio Grande, cerca de Ciudad Juarez, controlan el paso de inmigración ilegal a Estados Unidos

Vehículos policiales en Rio Grande, cerca de Ciudad Juárez, controlan el paso de inmigración ilegal a Estados UnidosAFP

«Mamá, me están torturando, paga o moriré», el secuestro resuelto por la Guardia Civil

Tres personas, una de ellas menor de edad, son secuestrados durante casi dos meses: les agreden y les torturan hasta con pistolas taser. La Guardia Civil resolvió el caso

Una mujer acude al puesto de Navalcarnero de la Guardia Civil. Visiblemente alterada denuncia: «Han secuestrado a mi hijo, a su pareja y al hijo de ella y los van a matar. Ayúdenme por favor». Los agentes le hacen preguntas y toman todos los datos. Ella es una mujer residente en España, de nacionalidad nicaragüense. Está casada con un español. Su hijo viajó a Nicaragua con la novia a recoger al hijo de ella, menor de edad. Decidieron buscar una vida mejor en Estados Unidos en la creencia de que el nuevo gobierno de Joe Biden les dejaría cruzar la frontera libremente.

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Octubre, día 14: al llegar a Ciudad Juárez, localidad fronteriza con El Paso, en Nuevo México, Estados Unidos, a los tres los secuestró el coyote a punta de pistola. ¿Qué es el coyote en México? Los mexicanos les llaman polleros: son delincuentes que, a cambio de una fuerte cantidad de dinero, ayudan a los migrantes a cruzar ilegalmente la frontera de Estados Unidos. Pueden cobrar hasta diez mil dólares por ayudar a sus clientes. El problema es que, en los últimos meses, muchos migrantes están tratando de llegar a EEUU por su cuenta. Los delincuentes, al ver que se reduce su negocio, los están comenzando a secuestrar. Los retienen, les roban lo que llevan y piden a sus familiares en otros países dinero para liberarlos: así sobrevive el negocio.
Es el caso de la mujer que acudió al puesto de Navalcarnero a pedir ayuda. Ella reconoció que le habían exigido rescate y había pagado alguna cantidad de dinero para que liberaran a su hijo, pero cuanto más pagaba, más le pedían y nunca llegaba el momento de la liberación. La Guardia Civil se hizo cargo de las negociaciones desde España y estableció una nueva estrategia. Mientras, la mujer seguía recibiendo llamadas telefónicas desgarradoras: «Mamá, me están torturando. ¿Qué pasó con el dinero? Si no respondes me van a llevar a otra bodega y me van a matar. Necesito que respondas por mí, mamá, con un poco de dinero. No quiero morir». La madre, agobiada y llorosa, se justifica: «Por favor, estoy saliendo, pidiendo a la gente que me puede echar una mano».

«No le voy a dar un plomazo»

La explicación se ve interrumpida por la voz de una mujer: «Bueno pues ahorita no le voy a matar, para que tú vayas viendo poco a poquito como sufre el guey, ya por tus pinches mamadas de tú estar diciéndome mentiras, culera. A él le va a ir mal. Va a estar aquí hasta que se ponga aquí a morir, lo voy a dejar aquí sufriendo, sufriendo. No le voy a dar un pinche plomazo para que se muera rápido, culera. Así como tú estás haciendo las cosas que estás tardando días, estás haciendo tus pinches mamadas, así lo voy a tener yo al guey». La madre del joven secuestrado trata de explicársele: «Es que me estáis pidiendo tanto dinero. Eso no lo puedo conseguir. Ya sabes que estoy fatal, mal, mal estoy». La secuestradora sin ápice de compasión concluye: «Pues ya sabe entonces que es lo que va a pasar con su hijo, señora».
La llamada se corta y días después, el 5 de diciembre, esta mujer que vive en Navalcarnero recibe la noticia de que su hijo, la novia y la hija de ella han logrado llegar a Estados Unidos. Los secuestradores, cansados, quizá, de esperar el dinero, decidieron liberarlos. Los tres habían pasado 53 días privados de libertad, sometidos a constantes palizas y torturas. En algunos casos, para presionar, incluso mandaron a la mujer videos en los que se les agredía con pistolas eléctricas. Por seguridad les habían trasladado en tres ocasiones de sitio, siempre escondidos en subterráneos, con nulas medidas de higiene. El secuestro de migrantes se realiza en proporciones industriales: estos tres convivieron con cien más de diferentes nacionalidades y con todos actuaban de la misma manera. Algunos se mueren esperando.

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