Foto de archivo del cantante Elvis Presley
Cultura
Los museos de Barcelona que no salen en las guías: del cabello de Elvis a la colonia que usaba María Antonieta
Desde una peluca con forma de Sagrada Familia hasta cabezas reducidas amazónicas: el mapa secreto de las obsesiones convertidas en patrimonio
La ciudad tiene un submundo cultural que funciona al margen del circuito oficial. Mientras los turistas hacen cola en el MACBA o la Fundació Miró, existe otra Barcelona museística construida desde la pasión individual: coleccionistas obsesivos, religiosos viajeros y familias que transformaron sus herencias en espacios expositivos. Algunos ni siquiera tienen el reconocimiento oficial de museo, pero custodian piezas que provocarían envidia en cualquier conservador.
La dinastía que pintó caballos durante tres generaciones
Una masía del 1400 en Sant Genís dels Agudells resume la historia de los Palmero: abuelo, hijo y nieto, los tres llamados Alfredo, los tres pintores. Cuando compraron el edificio semiderruido en los setenta, decidieron convertirlo en santuario familiar.
El patriarca había inundado los comedores catalanes con sus estampas ecuestres, y la familia quiso perpetuar ese legado. Hoy el edificio está declarado monumento, y entre sus muros se esconde —o eso dice la leyenda sin confirmar— la cueva donde se refugió el bandolero Joan de Serrallonga.
Lo que los misioneros trajeron en sus maletas
Los combonianos llevan medio siglo viviendo en una torre de Horta. En el espacio anexo, han acumulado lo que décadas de misiones africanas producen: más de cuatrocientos objetos de cuarenta países que trazan un recorrido desde la prehistoria.
Las máscaras destacan por su carga simbólica: una marca el paso a la adultez en la tribu congoleña bakuba; otra, hecha con cabeza de tiburón, pertenece a los bidyogo de Burkina Faso. El museo abrió en los noventa, pero su colección habla de un siglo de presencia misionera en el continente.
Cuando un hotelero se enamora de un dibujante
Jordi Clos comenzó su obsesión en 1967. Lo que arrancó como afición coleccionista terminó ocupando toda la planta baja del Hotel Astoria: un templo dedicado a Ricard Opisso, el caricaturista que retrató Barcelona con lápiz mordaz.
A lo largo de décadas, Clos reunió más de doscientas cincuenta obras, incluyendo la serie deportiva que el expresidente del COI Joan Antoni Samaranch guardaba celosamente. Hay un detalle picante: dos dibujos eróticos que Opisso firmó bajo seudónimo permanecen ocultos tras una portezuela. Solo los curiosos insistentes los descubren.
Etnografía tras los muros del claustro
El monasterio capuchino de Sarrià esconde una colección amazónica que sobrevivió a un desastre. En 1911, un fraile pidió permiso para exponer lo que sus hermanos traían de la selva: vestimentas tribales, tambores ceremoniales, escudos de guerra.
La Guerra Civil arrasó con todo excepto dos cabezas de piedra. Cuando reabrieron en 1975, reconstruyeron el fondo con nuevas aportaciones misioneras. Hoy se visita con cita previa, como si fuera un secreto compartido a cuentagotas.
7.000 maneras de oler bien
La trastienda de la perfumería Regia guarda una cronología olfativa que abarca desde el antiguo Egipto hasta el cambio de milenio. Todo empezó con un regalo: una ánfora fenicia repleta de esencias que despertó la curiosidad de la familia Planas, propietaria del negocio desde su apertura en calle Casp.
A partir de 1961 comenzaron a buscar frascos históricos en subastas y anticuarios. Entre las gemas: dos recipientes con forma de libro que pertenecieron a María Antonieta. El museo funciona como prólogo aromático antes de entrar a la tienda.
Terror estético
Entrar en este museo es experimentar un flashback distópico. Secadores de casco que parecen cascos de astronauta siniestro, aparatos de permanente que evocan torturas medievales. El estilista Raffel Pagés acumuló en vida más de 10.000 piezas rastreando subastas y comercios de antigüedades.
Solo 500 están expuestas en lo que fue uno de sus salones, pero bastan para entender que la vanidad humana tiene una historia larga y, a veces, dolorosa. Hay mechones capilares de Napoleón, Luis XVI, Elvis y los Beatles. La estrella: una peluca monumental con forma de Sagrada Familia que entró en el Guinness hace tres décadas.
El sótano de los invertebrados
El Seminario Conciliar alberga desde 1874 lo que los paleontólogos consideran visita obligada: setecientos holotipos de invertebrados, esos ejemplares únicos que sirven de referencia científica para definir especies.
El geólogo Jaume Almera fundó la colección hace siglo y medio, convirtiéndola en referente internacional. Aunque se especializa en criaturas sin columna vertebral, también conserva el esqueleto completo de un mastodonte que apareció en Polinyà a mediados de los sesenta. La biblioteca anexa incluye volúmenes únicos sobre la materia.
Memorias de hacer la mili sin salir de casa
El barco minador 'Eolo' estuvo amarrado en el Moll de la Fusta entre 1947 y 1956. Cumplir servicio militar allí era un privilegio: dormías en tu cama, comías en tu casa. Solo los «enchufados» conseguían ese destino. Los veteranos crearon una asociación tras una cena de reemplazo en 1950, y sesenta años después, la Comandancia Naval les cedió espacio para reunir fotografías, uniformes y documentos. Hoy no queda ningún miembro vivo, pero el museo perpetúa la memoria de aquella mili de lujo.
300 de policía en 1.400 piezas
Los Mossos d'Esquadra nacieron después de la Guerra de Sucesión, hace tres siglos. Su museo en la comisaría de Sant Andreu condensa esa trayectoria en uniformes de todas las épocas, insignias y armamento variado. La pieza más veterana es una chaqueta de 1875. Inaugurado en 2012 en Mollet, se trasladó cuatro años más tarde a su ubicación actual. La colección crece con donaciones familiares de antiguos agentes y compras estratégicas en el mercado de antigüedades.
Este circuito alternativo demuestra que el verdadero patrimonio cultural no siempre cuelga en paredes blancas con iluminación profesional. A veces vive en trastiendas, claustros, hoteles o comisarías, esperando a que alguien toque el timbre y pregunte: «¿Se puede visitar?»