Julio Romero de Torres en Madrid: otra forma de vida
Clases en la Academia, pintura en el estudio y tertulias con los amigos componían su rutina
La vinculación de Julio Romero de Torres con la ciudad de Córdoba pudiera dar a parecer, a quien no conoce mucho de la vida del pintor, que no vivió en otro sitio que no fuera en su ciudad natal. Recorrió diversos países europeos que fueron fundamentales para perfeccionar su estilo, conoció Africa y expuso en Argentina, lo que le abrió las puertas del continente americano y durante una larga etapa de su vida residió en la capital de España.
Mercedes Valverde Candil ha descubierto hasta cuatro domicilios diferentes entre 1905 y 1930 en que fallece, aunque desde 1915 es cuando decide establecerse al obtener plaza como profesor de ropaje en la escuela de la Real Academia de San Fernando.
La última de sus residencias acaso sea la más conocida de todas. Estaba en una construcción ya desparecida de la calle Fernando VI, junto al palacete que habitaba el doctor Florestán Aguilar, el dentista de Alfonso XIII que luchaba por combatir la halitosis del monarca, y que actualmente es la sede de la Sociedad General de Autores de España. Allí vivía, pintaba, recibía a sus amigos en un reducto que era algo así como una embajada de Córdoba en la corte.
En el libro ‘Julio Romero de Torres. Entrevistas y confesiones. 1899-1930’ (Editorial Cántico, 2021) Rafael Inglada recopila una selección de entrevistas, cartas y escritos de Julio Romero que son muy válidos a la hora de recomponer todo lo que envolvía a la persona.
Unas veces por boca del propio pintor y otras según la apreciación del periodista se suceden descripciones de situaciones que son muy válidas a la hora de rehacer la vida de Julio en la capital, que es una de las facetas menos conocidas de su biografia.
De Córdoba a Madrid
El pintor conocía Madrid antes de establecerse allí. En 1910 señalaba en ‘Por esos Mundos’ que «Córdoba resulta una ciudad muerta comparada con Madrid» y reconocía que en ésta «hay más intelectualidad, más tráfago de ideas e impresiones artísticas». Por eso, en cuanto pudo se estableció en la capital.
Su llegada a Madrid no fue nada fácil. En 1922, con motivo de su exposición en la galeria Witcomb de Buenos Aires, reconocía en una larga entrevista en ‘La Correspondencia de España’ que la primera vez que llegó, en 1905, «pasé grandes fatigas y sufri innumerables desengaños viendo cómo Madrid no me abría sus puertas». Añadía que «como todo el que empieza, sufrí la indiferencia del vacío, primero, y las dentelladas de la envidia después». Volvió a Córdoba, pintó la ‘Musa gitana’, triunfó en la Exposición Nacional de Bellas Artes y gracias a dos pintores, Benedito y Sotomayor, se comenzó a reconocer su obra.
Sobre el estudio de la casa de Florestán Aguilar, del que hoy sólo queda una placa que recuerda el lugar sobre un edificio moderno, hay numerosas fotografias así como algunos metros de celuloide. En ‘La Correspondencia de España’ apareció en 1992 una descripción en la que el periodista reseña «a nuestros pies, una alfombra de las Alpujarras; a nuestra espalda, un bargueño con una refracción de sol en cada cruz de su herraje; junto a un ángulo, la guitarra». Y continúa con la decoración: «Platos andaluces, cerámicas de Zuloaga, alfanjes morunos, bocetos apenas manchados, apuntes al lápiz, lienzos que el afecto no dejó marchar; todo, todo en espontánea y discreta mezcolanza».
La rutina diaria
En este espacio pasaba Romero de Torres buena parte del día, porque pocas eran las horas de la noche en que paraba ahí. En 1920 reconocía en la publicación malagueña ‘La Unión Ilustrada’ que se levantaba tarde: «Desde las tres estoy aquí estoy aquí en el estudio trabajando; luego me voy a la Escuela y a la siete vuelvo y pinto otra hora y media más. Luego, al teatro y por ahí. Hago vida de noche».
En los años que vivió en Madrid cambió muy poco su rutina. En 1927 insistía en el ‘Heraldo de Madrid’: «Yo soy un enorme trasnochador. Me acuesto tarde y me levanto no muy tarde. Por la mañana doy una clase en la Academia de San Fernando. Como donde se me ocurre -pues mi esposa y mi hijo viven en Córdoba-; por la tarde, de tres a cinco, permanezco en el estudio. Después paseo, leo, veo a los amigos y nada más». A este mismo diario señalaba un año más tarde que sólo hacía dos comidas al día, porque «el desayuno me lo paso durmiendo».
Este ritmo de vida le pasó factura. Con el discurrir del tiempo se acabó aburriendo y en 1929 ya tenía pensado abandonar Madrid para establecerse en París. Las razones las explicó en una entrevista en el ‘Heraldo de Madrid’: «Todos los días la misma vida, el mismo horario. Que si el casino, que si el café, que si la Academia. Nada, nada. Se impone el cambio. Y voy a cambiar». A los pocos meses enfermó y efectivamente salió de allí pero para fallecer en Córdoba.
Los amigos
Desde su llegada a Madrid se integró rápidamente en el mundo cultural e intelectual. Esas tertulias y esas largas noches le hicieron intimar con escritores, poetas y artistas ya consagrados o que simplemente buscaban fortuna. Romero de Torres pasó a formar parte de pleno derecho de este grupo de intelectuales que inmediatamente se solidarizaban con él cada vez que se le negaba una Primera Medalla en un certamen de pintura.
Sus lugares de reunión solían ser variados pero de uno de ellos ha quedado el testimonio en un artículo de 1919 publicado en ‘ABC’ en el que cuenta que en Maxim’s tenía una tertulia de literatos y artistas a la que acudían Luis Bagaría, Luis Bello, Julio Camba o Ramón del Valle Inclán, un imprescindible para entender a Romero de Torres.