
Ermita del Pretorio
Los avatares de la ermita del Pretorio
La presencia del tren ha condicionado la ubicación de la capilla
Ahora está medio escondida en los jardines del Vial, pero durante siglos fue la ermita del Cristo del Pretorio un humilladero que, en las afueras de la ciudad, despedía y recibía cada jornada a quienes se buscaban la vida en la Sierra, ya fuera con el popular picón o con los productos de temporada, como los espárragos, las tagarninas o los caracoles, entre otros.
Hay constancia desde el siglo XVIII de la existencia de una ermita adosada a los muros de la Huerta de la Reina, que llegaban casi al convento de la Merced. La irrupción del ferrocarril en el ecuador del siglo XIX modificó por completo el aspecto de esta zona de la ciudad. Durante un tiempo se temió por el futuro de la ermita, ya que se sospechaba que fuese engullida por la infraestructura ferroviaria, pero en febrero de 1859 informaba el ‘Diario de Córdoba’ de que «no estorba para la estación del ferrocarril y podrá conservarse donde se encuentra el Santo Cristo del Pretorio».
Llega la ruina
Las vías férreas cruzaron por lo que entonces era una zona deshabitada y la ermita quedó debilitada, sin apoyo alguno, por lo que comenzó su deterioro al carecer del muro que la sustentaba.
Una primera tiple que actuaba en el Teatro Principal, de apellido Hernández, se encargó de sufragar las obras de arreglo de la ermita. De poco sirvió este generoso gesto, ya que al cabo de seis años entró en estado de ruina. Los vecinos del barrio del Matadero Viejo, grandes devotos de esta advocación, vieron claro que aquello no tenía remedio y que había que construir una ermita nueva, razón por la que el lienzo que recibía culto en su interior fue trasladado a la parroquia de San Miguel, de cuya feligresía formaba parte.
El óleo, de autoría desconocida, representa el momento en el que Jesús recoge en el Pretorio el manto rojo. El gesto con el que sujeta con las dos manos la prenda es exactamente igual a como los toreros cogen el capote. Esta imagen gozó de la devoción del mundillo taurino del barrio del Matadero Viejo con Rafael Molina ‘Lagartijo’ a la cabeza.
Al conocerse la grave situación de la ermita y la necesidad de construir una nueva, José Cabezas, conde de Zamora de Riofrío, hizo el ofrecimiento del suelo que fuese necesario en su vecina granja, donde tenía establecida una escuela de agricultura. Finalmente se decidió ubicarla junto a la tapia del convento de la Merced, en el camino de la estación, que más tarde se llamaría avenida de América.
La primera piedra
En abril de 1867 ya está decidido el lugar exacto y el ambiente, no sólo en el barrio sino en toda la ciudad, era muy favorable a la nueva ermita, con la intención de sufragar la obra en base a limosnas de los fieles. En ese mismo mes comienza el derribo de lo que quedaba de la construcción del siglo XVIII.
El Ayuntamiento ya tenía preparado el proyecto, obra del arquitecto municipal Amadeo Rodríguez, en estilo neogotico, de cuya labra se encargaría el taller del padre de Mateo Inurria, especializado en la talla en piedra. La primera piedra se colocó en mayo de 1867 por parte de la condesa de Torres Cabrera, María Isabel de Arteaga, esposa del alcalde, Ricardo Martel Fernández de Córdova, en el transcurso de un acto en el que el cura regente de San Miguel, Pedro Blancas, pronunció un discurso en el que avanzó que en el futuro se recordaría a quienes hicieron posible esta ermita «en tiempos tan infelices, en días tan borrascosos, [que] lograron levantar a fuerza de sacrificios esta pequeña capilla que sostendrá encendida en el corazón de muchos la antorcha de la fe».
Los donativos siguieron fluyendo y se canalizaban en la sacristía de San Miguel. En los dos meses siguientes participaron decenas de cordobeses, desde las clases más populares a la alta aristocracia, y se consiguió recoger 4.398 reales.
Finalización de las obras
La cantidad no fue suficiente y al año ya estaban paralizados los trabajos. Así estuvieron durante tres años. A la vista de la situación, Lagartijo, que vivía entonces frente a la ermita, en lo que ahora es Acera de Guerrita, decidió tomar la iniciativa y organizó una corrida el 26 de diciembre de 1870, con él como único espada, con reses de Rafael Barbero, que fue todo un éxito y que arrojó un beneficio neto de 4.788 reales.
En febrero de 1871 recoge el guante el alcalde, Juan Rodríguez Sánchez, y decide que sea el Ayuntamiento el que corra con los gastos de la culminación de la ermita. Estos trabajos salieron a pública subasta por importe de 2.333,64 pesetas. A partir de ese momento se aceleró el ritmo y el 14 de enero de 1872 se procedió a la bendición con el regreso a su barrio del lienzo del Cristo del Pretorio.
El acto fue presidido por el obispo, Juan Alfonso de Alburquerque, las autoridades locales y un inmenso gentío en el que no faltó la banda municipal de música. Así quedaba inaugurada una nueva etapa en la vida de esta ermita que no sería la última.
La última etapa
A lo largo del siglo XX convivió en este lugar, adherido al muro del huerto de la Merced hasta que el tráfico hizo necesario que se abriera un carril por detrás de la ermita. Junto a sus muros, el 18 de diciembre de 1996, fueron asesinadas las agentes de la Policía Local María Ángeles García y Marisol Muñoz por Claudio Lavazza, un anarquista italiano integrante de la conocida como banda de la nariz que esa misma mañana había asaltado el Banco Santander de la calle Gondomar. Como recuerdo de estas dos servidoras públicas se levantó un monolito de mármol blanco en el mismo lugar.
Las obras de lo que se conoció como Plan Renfe obligaron a una nueva mudanza de la ermita. En esta ocasión, la Diputación Provincial se encargó del traslado piedra a piedra, así como de la restauración del óleo del Señor del Pretorio, en su nueva ubicación, en los jardines del Vial.