Cualquier cordobés mayor de 30 años tiene motivos suficientes para desconfiar sobre el posible uso del aeropuerto de la capital para vuelos regulares. Por unos motivos u otros, esta es una infraestructura que no ha gozado de buena suerte, si es que la suerte es una variable que nos pueda servir para entender su situación.
La reciente reunión de la Mesa del Aeropuerto puede quedar en una foto más cogiendo polvo en las hemerotecas o puede ser decisiva para dotar de actividad a la instalación aeroportuaria que busca líneas regulares y empresas turísticas que confíen en la viabilidad de un aeropuerto que le toca competir con los de Sevilla y Málaga -cercanos en términos aeroportuarios, digan lo que digan los cordobeses más localistas- y con una alta velocidad ferroviaria que nos traslada cada vez más y mejor a los destinos habituales tanto para el turismo como para el ámbito profesional y de negocios. Nos parece, no obstante, un error de planteamiento el que sea una entidad pública como AENA la que salga en busca de aerolíneas cuando deben ser estas (empresas privadas), las que valoren si les es rentable en términos económicos – claro- el operar o no en Córdoba. Parece que olvidamos que el sistema de libre mercado es precisamente el que manda en estos y otros sectores, por mucho que los socios de Gobierno de Sánchez insistan en intervenir cada vez más la economía.
No obstante no deja de ser llamativo ver a algunas caras en esa Mesa en busca de un aeropuerto activo, cuando también ideológica y políticamente, esas mismas caras con nombres y apellidos apoyan, no ya la Agenda 2030, sino su vuelta de tuerca que es la Agenda 2050 de Pedro Sánchez, esa hoja de ruta que entre sus medidas estrella contiene la de prohibir los vuelos que se puedan hacer en tren en menos de 2 horas y media. El aeropuerto no solo es un tema recurrente, sino también amparo de una hipocresía demasiado habitual entre la clase política.
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