La puerta del SagrarioPatricio Ruiz

Domingo VII del tiempo ordinario

«Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el Cielo»

Actualizada 05:00

Amigos míos:
Nos despertamos este domingo con la noticia siempre nueva de amar al prójimo, no de cualquier manera sino como nos amamos a nosotros mismos. Así lo revelan la primera, del Levítico y el evangelio de san Mateo; ¡es difícil! Porque no se refiere el Señor a amar tan sólo a los conocidos y familiares a los que queremos ya, sino a los desconocidos y más aún, a los que nos odian y persiguen.
Dios no nos manda algo y se queda observando desde su trono del Cielo, sino que se ha hecho hombre como uno más y ha demostrado que se puede vivir esta premisa del amor en propia persona. Él murió en la cruz, muerte terrible de la época, perdonando a todos sus verdugos y a sus apóstoles que estaban la mayoría escondidos, habiéndole abandonado a su suerte.
Si todos viviéramos este evangelio, que distinto sería el mundo de cómo lo vemos hoy: guerras, matanzas humanas, aborto, odio, uso malvado de la vida humana y tantos males que podrían hacer que Dios volviera de nuevo para acabar con la raza humana definitivamente. Pero «el Señor es bueno y misericordioso», como reza el salmo de hoy, demostrando que tiene más paciencia de la que nos imaginamos, porque espera que volvamos más bueno este universo que nos ha regalado por amor.
Y no pensemos que esto se puede vivir sin la ayuda de Dios, porque sería presunción de la mala. Sólo con su fuerza, al alcance de cualquiera que la pida, sea pequeño o grande, podremos amar sin medida a todos los que llevan rostro humano, alma e inteligencia racional, aunque se nos vaya la vida en ello. Santa Teresa de Calcuta, san Juan Pablo II, santa Ángela de la Cruz, amaron sin esperar otra cosa que el amor de Dios en sus vidas; con ellos, todos los mártires y santos que han pisado este mundo.
Ánimo hermanos: que estamos llamados a vivir una vida de cielo ya en esta tierra y a construir un reino totalmente distinto del que a nosotros se nos pudiera ocurrir. Porque se le ha ocurrido a Dios, como no podía ser de otra manera.
Feliz Domingo. Feliz día del Señor.
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