EditorialLa Voz de Córdoba

Un pastor entregado

Actualizada 04:30

El próximo relevo episcopal en la diócesis de Córdoba marca el final de una etapa fecunda bajo el magisterio y labor de monseñor Demetrio Fernández. Quince años de entrega incansable, de evangelización constante, de visita cercana a cada rincón de la diócesis, de predicación incesante del amor de Dios y del compromiso cristiano en la sociedad. Su reciente carta pastoral de despedida, lejos de ser un adiós, es el testimonio de una vida consumida en el servicio, en la que la gratitud y la humildad se entrelazan con la firmeza de quien ha gastado su vida por Cristo y su Iglesia.

Desde su llegada a Córdoba en 2010, nombrado por Benedicto XVI, Demetrio Fernández asumió su misión con un ardor apostólico inquebrantable. Ha recorrido la diócesis de arriba abajo, celebrando la Eucaristía en todos sus altares, visitando cada parroquia, cada aldea, cada comunidad, con la determinación de un pastor que no quiere dejar a ninguna oveja sin su cuidado. Ha sido sacerdote, obispo y hasta chófer de sí mismo como refleja con humor en su misiva, pero sobre todo ha sido testigo del Evangelio con palabras y obras.

No es fácil despedirse de quien ha sido un referente de fe, pero su propia carta nos da la clave para comprender este momento: «Distinto rol, los mismos amores: Cristo y la Iglesia». Su ministerio no acaba, cambia de forma, porque un obispo nunca deja de serlo, aun cuando pase a la condición de emérito. Su amor por Córdoba sigue intacto, como él mismo afirma, y su vida continúa orientada al horizonte definitivo del cielo, pero sin dejar de hacer el bien en la tierra mientras Dios lo disponga.

En su testimonio resuena la voz de un apóstol que ha dado todo, que ha gastado sus fuerzas hasta la última gota. Y en ese desgaste hay una plenitud que solo pueden comprender quienes han encontrado en Cristo el sentido total de su existencia. Su alegría en el servicio, su amor por los sacerdotes –a quienes ha dedicado palabras de gratitud y admiración– y su preocupación por el futuro de la diócesis, con la llamada a pedir al Señor más vocaciones sacerdotales, muestran la hondura de su corazón de pastor.

Ahora nos queda rezar por él, como él mismo nos lo ha pedido. Y también dar gracias a Dios por su ministerio fecundo, por estos años en los que ha acompañado a Córdoba con la cercanía de un padre, la firmeza de un guía y la humildad de un servidor. Que el Señor lo bendiga en esta nueva etapa y que la diócesis de Córdoba siga bebiendo del testimonio de un obispo que no se ha reservado nada y que, «si mil vidas tuviera, mil vidas entregaría» al amor de su vida: Jesucristo.

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