El parcelista preparacionista
Envidio a los preparacionistas estadounidenses. Aquellos continuamente dispuestos para la supervivencia. Siempre listos. Siempre atentos. Siempre alerta. Tienen la indispensable navaja suiza. Tienen la cantimplora. Tienen el filtro para potabilizar el agua. Tienen el pantalón táctico. Tienen el puñal con la empuñadura hueca llena de artilugios. Tienen las barritas energéticas. Tienen alimentos liofilizados. Tienen el botiquín de primeros auxilios. Tienen las cerillas anti-tormenta.Tienen el silbato. Tienen los sedales. Tienen la brújula. Tienen los walkie-talkies. Tienen el hacha y la pala. Tienen la lanza o el arco. Ni siquiera necesitan armas de fuego. Algunos se bastan con un tirachinas especial. Capaces de superar la plaga, el holocausto nuclear, la erupción volcánica, la guerra o la invasión extraterrestre, estas personas cuentan siempre con un refugio a prueba de cualquier percance. Jamás se les pilla en un renuncio.
Ante el apagón que afectó el lunes y parte del martes a toda España y Portugal, los cordobeses se acercaban a esta disciplina desde sus primeras etapas, las que podemos llamar embrionarias. En El Corte Chino, sito en el Marrubial, la cola era inmensa. Delante del que suscribe estas líneas, que acudía para comprar una linterna y velas, dos hombres, perdón, jóvenes de treinta y muchos, charlaban sobre lo sucedido. Uno de ellos estaba visiblemente afectado por la situación, más bien asustado. Cuando el otro le indicó que posiblemente todo estuviera solucionado en diez horas desde la interrupción, el preocupado indicó: «¿Cómo? ¿Diez horas?». Y a continuación señaló ambas manos con la mirada, ya que no podía moverlas. Cinco bolsas del Mercadona completamente atestadas en cada una le estaban dejando los dedos sin circulación sanguínea, ya rojos aemet tirando a morados. El tipo quería decir sin palabras un sencillo: «pero si he comprao p’a siete apocalipsis». Quise ver en él el germen del preparacionista cordobés. De acuerdo, aún muy rudimentario, pero con la actitud correcta: supervivencia a largo plazo aunque al principio sea con latas de fabada El Litoral.
El apocalipsis eléctrico me pilló trabajando, y charlando con un grupo de personas en los primeros lances del particular evento, uno decía con humor no exento de orgullo: «tengo en Trassierra un cobertizo con generador, agua de un pozo, y desde mi casa veo jabalíes». Debemos reconocer que si el anterior sujeto de El Corte Chino es apenas un aprendiz en ciernes, el parcelista cordobés está ya en una etapa media-avanzada del preparacionismo por su mera idiosincrasia. Agua aparte, luz propia y animales suculentos, a la postre con su salsa, para cazar llegado el caso. Y todo a un paso. No nos damos cuenta, pero la naturaleza es un Mercadona con coníferas.
Los parcelistas arrasaron con los alrededores de Córdoba, expoliaron zonas como las de Medina Azahara, llegan al río cuando no deben y pueblan la sierra por lugares prohibidos. Ahora sabemos con qué objeto subrepticio: la supervivencia. Córdoba se divide en dos: la gente de la capital, que caerían como moscas en un apocalipsis medio, e incluso en uno suave, y los que tienen su huertecito con sus gallinas ponedoras y una fosa séptica. El fenómeno parcelista siempre fue un incipiente fenómeno preparacionista, sólo que el perol nos deslumbraba con su ambiente festivo y no supimos ver lo que había tras aquella cuchará y paso atrás.
A efectos de apocalipsis, los parcelistas son nuestro grupo de operaciones especiales. Hemos de disculparles que convirtiesen las afueras de Córdoba en un secarral, que invadiesen el cauce del Guadalquivir o pusieran la casa en una zona forestal con peligro de incendio dentro de un espacio natural protegido. A cambio, las autoridades deberían generar procesos de adopción de cordobeses por parte de parcelistas en caso de emergencia. Si, por ejemplo, llega el fin del mundo con zombis, cada cordobés de ciudad, aunque no tenga familiares con parcela, tiene a su padre parcelista adoptivo, que le cobijaría ante semejantes alimañas. El torpe cordobés de barrio encontraría así un sitio, y podría aprender del parcelista preparacionista un montón de habilidades para subsistir. Por eso solicito un perdón general a los que se encuentran en situación irregular. Quid pro quo. Te dejamos que hayas construido sobre la tumba de un monarca Omeya, pero me adoptas a esta gente de la Fuensanta, Valdeolleros o Fátima cuando las máquinas tomen conciencia de sí mismas y se rebelen.
Y es que el parcelista es mejor que los americanos, porque es un preparacionista que cuando viene lo chungo hace una barbacoa y te pone un vargas.