firma invitadaAntonio morales lópez

Vida y opiniones

En cuanto comenzamos a sumergirnos en la obra, descubrimos que el único propósito de Sterne es hacernos perder el tiempo y entretenernos de una forma sublime, intentando dar forma a una obra, atarla por un lado para que un cabo se suelte por otro

Actualizada 04:30

La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne relata la autobiografía ficticia del caballero que da título a la obra o, más bien, de su familia; su truncada concepción a causa del reloj de su padre; su aparatoso nacimiento y sus accidentes de narices. No desglosaré la obra —es muy larga— ni entraré en análisis literarios para los que no estoy cualificado. No le voy a hablar de los recursos estilísticos que utiliza Sterne como la extensión de los capítulos, la página negra, la página marmoleada ni la página en blanco que presta a nuestro lápiz para dibujar a la amante ideal del lector —¡diantres!—.

Más allá de eso Sterne o, más bien, Tristram, nos relata una vida que no empieza con el principio, sino antes de su concepción, una biografía donde el narrador protagonista no nace hasta el Volumen III. Un caballero que cuenta las andanzas de su tío Toby y su sirviente Trim, del pobre Yorick, del doctor Slop, del servicio de la familia, su padre Walter y su madre —aparcada durante un buen rato en una posición bastante incómoda—. En cuanto comenzamos a sumergirnos en la obra, descubrimos que el único propósito de Sterne es hacernos perder el tiempo y entretenernos de una forma sublime, intentando dar forma a una obra, atarla por un lado para que un cabo se suelte por otro. El ficticio y quijotesco Tristram sólo quiere ponernos al tanto de su vida, pero para comprender su vida no cesa la contextualización, los rodeos, las notas al pie y las vueltas y revueltas indicando incluso al lector cómo debe ser leído un capítulo o instando a que regrese a releer cierta parte del libro ahora que dispone de una mayor información para leer entre líneas.

El constante y sutil —o no— doble sentido de todo lo que se lee, la inmensa erudición del autor y la constante burla a los intelectuales, a los críticos y al propio lector, hace de esta una obra única y atemporal —e ignorada—. Sin duda fue escrita para lectores de otro tiempo y por ahí he leído que no ha envejecido bien, indudablemente es que no la han leído correctamente. Es un libro difícil, pero merece la pena. Ahora llega el momento en que debo montar(les) en mi propio hobby-horse y sé que no es de buen gusto exhibirlo en público, uno puede ganarse la enemistad de otros, quizá lo sensato sería montarlo discreto y oculto. Pero, llegados a este punto de la columna, me he delatado y lo he exhibido ante todo lector: me bajo y se lo muestro, he aquí. Llevo meses obsesionado y dando tumbos mentales, releyendo partes que me han parecido sublimes, ignorando fragmentos en los que por completo me perdí, buscando citas de eventos y escritos de dudosa veracidad. No me aclaro y pretendo venir a ustedes a exponerle la obra y tratar de explicar por qué deberían ir esta misma tarde a su librería de cabecera y encargar el libro. No hay motivos para ello. Es una obra que o se toma o se deja —o se toma y seguidamente se deja—.

Hubiera sido un acto de clemencia por mi parte para con ustedes no escribir esta columna, a la vez que hubiese sido un acto de impiedad por atesorar algo que me ha robado las horas de sueño y ratos muertos. Algo que me ha hecho posponer otras lecturas pendientes de la infinita lista, no debe ser despreciado por ustedes tan a la ligera. Sería una grosería muy grande ignorar su potencial interés y no rendirle el debido homenaje que cutremente puede uno rendirle a un autor. No obstante, les recomiendo la obra de la forma más humilde que puedo hacerlo —me quito la montera y hago una leve reverencia—. No pueden ustedes pasar sin leerla, en cualquier caso, pueden ver la película hecha para tratar de adaptar a la gran pantalla una obra inadaptable; por lo que no trata de la obra.

A estas alturas ya le habré aburrido, señora. Me excusará usted por ello, pero este es ya el quinto borrador. ¿Qué más le puedo decir? Que Cervantes es una constante en la obra de Sterne, sin duda, y que los ingleses supieron aprovecharlo mejor que nosotros —por dedicarle el tiempo de lectura que merece y por utilizar su humor como recurso—; o que la obra no trata de absolutamente nada, pero aborda muchas cosas. Soy muy aficionado a este tipo de obras que consumen a uno la paciencia y la vida, de hecho, no podía dejar de pensar en aquel funcionario anónimo de Dostoievski que nos regala su monólogo interno —aunque algo más oscuro, pero no menos patético—, esas obras que nacen más del autor que del personaje, que hablan al lector, que el autor aprovecha para, decía Henry Miller, envenenar al mundo; ser el rey y la marioneta de su propio mundo. Son obras hechas para no caducar, para no necesitar decir nada. Puedes recargar la obra de mil recursos de estilo, siglos después seguirá habiendo intelectuales discutiendo el porqué y el cómo; mientras tanto, Sterne soltará una risotada de soberbia desde el cielo porque no habremos comprendido nada, pero su cometido —burlarse de nosotros— será patente y patrimonio de la obra hasta el día en que los libros se pulvericen.

En fin, ¿qué esperaban actualidad y opinión política? ¡Qué vulgaridad! No pueden ustedes tomarse las cosas tan en serio.

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