Abogados de Oficio: héroes sin salario, sin voz y sin respeto
«La profesión más vieja del mundo tiene competencia desleal, y somos nosotros»
El Turno de Oficio: esa gloriosa esclavitud moderna que nuestros gobernantes llaman «garantía constitucional», pero que en la realidad se parece más a un voluntariado disfrazado de profesión.
No hay hipócrita mayor que el político de turno cuando habla del Turno de Oficio. Se les llena la boca de «justicia gratuita», «acceso universal» y otras palabras rimbombantes, mientras los abogados que sostienen ese sistema con sus espaldas curvadas cobran tarde, mal y nunca. O mejor dicho, tarde, mal y, si hay suerte, después de mendigar a la Junta de Andalucía unos honorarios que no compensan ni el desgaste de la suela de los zapatos.
Los honorarios de un abogado de oficio son tan miserables que harían llorar a un contable somalí. Resolver un asunto penal completo, con sus guardias intempestivas, su cliente mal agradecido (que no pagará un euro) y su correspondiente riesgo profesional, se remunera con menos que un sueldo mínimo mensual. Y no hablemos de las demoras, como si el Turno de Oficio fuera una especie de crowdfunding estatal, solo que sin éxito y sin recompensa.
Pero claro, mientras el consejero de Justicia sale a la palestra a hacerse fotos con toga —que no ha sudado ni en Carnaval—, nosotros seguimos picando piedra. Y a quien no le guste, puerta.
Algunos pensarán que exagero. ¡Ojalá! Pero la triste verdad es que el Turno de Oficio no es solo un mal negocio: es una ruina personal y profesional. La profesión que debería ser noble y digna se ve convertida en un último refugio de buenas voluntades explotadas, en la prostitución legalizada del conocimiento jurídico. Y todo esto bajo la sonriente mirada de unos políticos que gastan más en dietas que en justicia gratuita.
El Turno de Oficio es la última trinchera de la abogacía. La última donde los principios importan más que el dinero, donde la vocación no se mide en euros sino en la íntima satisfacción, única paga real, de saber que uno ha hecho lo correcto. Pero no puede ni debe ser un sacrificio perpetuo. Nadie le pide a un cirujano que opere gratis a diario, ni a un arquitecto que levante casas a cambio de promesas. ¿Por qué al abogado sí?
Nuestros políticos, esos genios del arte de la palabrería vacía, han conseguido que el Turno de Oficio sea un ejemplo perfecto de cómo arruinar una buena idea. En lugar de dignificarlo, lo han dejado caer en el olvido presupuestario, enterrado entre subvenciones millonarias a chiringuitos ideológicos y asesores cuyo único mérito es la lealtad al partido.
Quizás haya llegado el momento de recordarles que sin abogados no hay justicia, y sin justicia no hay democracia. Aunque claro, para eso haría falta que entendieran el concepto de «democracia» más allá de un eslogan electoral.
En definitiva, el Turno de Oficio en Andalucía, y en buena parte de España, está tan maltratado que ya ni siquiera se puede decir que sea un trabajo mal pagado: es, directamente, un insulto remunerado. La profesión más vieja del mundo tiene competencia desleal, y somos nosotros.
No les pediré que se sonrojen: hace años que perdieron esa capacidad. Pero, al menos, no se atrevan a hablar de dignidad profesional mientras pisotean a quienes la defendemos cada día en los juzgados de guardia, en las asistencias a víctimas, en los procedimientos que sostienen un sistema que ustedes, sí, prostituyen sin pudor.
Señores políticos: no somos voluntarios. No somos ONGs. No somos peones de su propaganda barata. Somos abogados. Y merecemos algo más que su hipócrita condescendencia y su desprecio presupuestario.
La próxima vez que un ciudadano de bien se vea en problemas y tenga que confiar en un abogado de oficio, recuerden que seremos nosotros, y no ustedes, quienes daremos la cara. Aunque sea con una mueca amarga y el saldo bancario en rojo.
Y quizás, sólo quizás, algún día el Turno de Oficio sea lo que siempre debió ser: un orgullo, y no una cadena de la que solo se puede huir renunciando a la decencia o al pan.
Hasta entonces, seguiremos, como siempre: cobrando tarde, mal y, con un poco de suerte, cobrando.
Pero si somos honestos, también debemos reconocer que la culpa no es sólo de ellos. Es nuestra. Nuestra por callar, por aceptar las migajas, por no hacer temblar los cimientos del sistema con una protesta digna de nuestro nombre. Hemos cambiado la toga por un bozal y la dignidad por una resignación cómplice. ¿Qué pasaría si un día, todos, al unísono, dejáramos caer la pluma y cruzáramos los brazos? Que la justicia, esa diosa ciega que apenas se sostiene, caería desplomada y, con ella, toda esa fachada de legalidad que los políticos tanto gustan enarbolar mientras nos ignoran. No hay tirano que resista a un pueblo digno; no hay injusticia que sobreviva a una profesión unida. El Turno de Oficio no se salvará esperando milagros: se salvará cuando los que vestimos la toga recordemos que también sabemos luchar.