Firma invitadaAntonio Morales López

De la salud mental y la tolerancia

«Si no me toleran tal y como soy, es que son personas tóxicas que no aportan a mi vida y tengo que alejarme de ellos»

Amigo Pepe, hace un año me recomendaste ir al psicólogo, «ve, te hará bien», decías. Ahora que es importante hablar de salud mental, presumir de asistir a terapia, que todo el mundo te reconozca débil y vulnerable. Es un buen momento.

Pues aquí estamos, un año después, más de quince sesiones, a cincuenta eurazos los tres cuartos de hora; te escribo estas líneas para contarte la experiencia: en primer lugar, durante un año he podido presumir de cuidar mi salud mental, me he sentido como una de esas muchachas que van de alternativas por la vida y tuitean cosas que empiezan por «normalicemos…» (ir al psicólogo y hacerlo público aunque nadie te lo pregunte, verbigracia), te da una sensación de estar por encima del común de los mortales. Ahora que he probado las mieles de la superioridad moral, la gloria moderna, no puedo prescindir de tan dulce placer.

En segundo lugar, he descubierto, gracias a mi fantástico terapeuta, que los responsables de todas mis faltas y defectos son otros, ora mis padres, ora un mal amigo, ora la sociedad. ¿Tercero? Diagnóstico: todo está bien. Tras años reprimiendo mis emociones, he aprendido a abrir la boca y a escupir veneno. Después de una vida de cristiana resignación aguantando cortésmente las impertinencias de otros —porque vivir en sociedad consistía, en parte, en ello—, de no decir lo que pienso por no dañar, de fingir para no ofender… Nada, me he vuelto insufrible, intratable; vamos, que me he quedado sin amigos. Porque si no me toleran tal y como soy, es que son personas tóxicas que no aportan a mi vida y tengo que alejarme de ellos: mi personalidad la decido yo, no tengo que encajar en un molde; y la soledad está bien, porque he de aprender a quererme y a valorarme. Naturalmente me he dejado un poquillo y estoy algo fondón, pero es que he aprendido también a amar mi cuerpo tal y como es, no hay cuerpos perfectos y nadie me puede ahora convencer de lo contrario. Me he abandonado al más delicioso hedonismo.

En fin, aunque ahora me haya quedado sin nadie a quien contarle esto más que a ti, me alegro por saber identificar las red flags en los otros —las clavo sobre sus lomos como el mejor banderillero—, ya no me la dan más: empiezas a hablarme y, antes de que me digas tu nombre ya conozco tus miserias más profundas y mejor que tú mismo, ya te he plantado la etiqueta. He aprendido tela de cosas sobre cómo los demás me manipulan y me hacen daño… que si el gaslight para acá, el ghosting para allá, el curving por el otro lado; no veas y todo en inglés, me entusiasma este nuevo glosario de dogmas tan chic. También he dejado de ir a la Iglesia, básicamente me sentía constantemente observado y juzgado, nadie puede obligarme a mejorar: lo haré yo; cuando yo vea; a mi ritmo. Además, ¡qué es eso de contarle al cura tus intimidades! ¡Que encima me escuchaba gratis! Algo sacaría de todo ello y, para eso ya tengo al psicólogo y no me suelta moralinas demodé. A todo esto, me he apuntado en un cursillo de meditación guiada para abrir chacras y eliminar la ansiedad —ya te contaré en la próxima misiva—.

Vamos, Pepe, que estoy mejor que quiero. Abandonarme así, física y espiritualmente me ha salido algo caro, pero al cabo, he comprado la auténtica felicidad, el verdadero confort. ¡Y nos reíamos de los chavales de ahora! ¡Ilusos nosotros! Ahora hago lo que quiero, no me comprometo con nada ni con nadie, no me lo pueden reprochar, encima, ¡todo está bien! De haber descubierto esta novedosa filosofía, hace años, ¡ay, amigo Pepe! Otro gallo hubiera cantado.

Un saludo de tu amigo, a ver cuándo te subes al carro de los modernos.

P. S.: Ya he pedido cita para que me manden los ansiolíticos esos, que por lo visto son mano de santo. Ya te contaré.

comentarios

Últimas opiniones

Más de Córdoba - Opinión

tracking

Compartir

Herramientas