El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Olor y color

«Son pequeños detalles, a veces no suficientemente valorados, pero que otorgan un contundente plus de calidad a las ciudades»

Esta semana se ha gestualizado la cesión al Ayuntamiento por parte de la Junta de Andalucía de lo que fue el antiguo jardín del Palacio Episcopal, que se convertirá en una zona verde que ampliará la ya existente del Campo Santo de los Mártires y que recordará a lo que allí hubo, al menos, desde el siglo XVIII. El proyecto es ambicioso, con un presupuesto de 1,9 millones de euros y bastante delicado por encontrarse en el epicentro de la. Córdoba monumental: entre la Mezquita Catedral y el Alcázar de los Reyes Cristianos y, por si fuera poco, sobre los restos del Alcázar Califal.

Estos condicionantes, que harían temblar a muchos a la hora de redactar el proyecto, se resuelven con solvencia en la Gerencia de Urbanismo de Córdoba. En este caso, el Servicio de Proyectos, con Rafael Ruiz al frente y los arquitectos Rosa Lara y Rafael García Castejón, se ha enfrentado al morlaco y el resultado ha sido una cirugía de precisión donde había que equilibrar numerosos factores muy delicados y de gran importancia.

No sólo está la parte arqueológica ya mencionada, a la que hay que añadir los restos del palacio gótico, la portada barroca o lo que pueda aparecer a última hora, sino que el diseño vegetal debe respetar lo existente y buscar un objetivo práctico de sombra y frescor. Además, la iluminación tampoco tiene que contaminar, el riego tiene que ser eficiente y los estanques estarán naturalizados para evitar el uso de productos químicos en su mantenimiento.

Un detalle no menos importante es el interés de los autores del proyecto para que la vegetación ofrezca los olores y colores tradicionales de un jardín meridional. Este apunte, que a cualquiera le puede parecer irrelevante, cobra su importancia en una ciudad en la que el olor y el color han desaparecido casi por completo de nuestras zonas verdes. Criterios economicistas les llaman.

En la plaza de Capuchinas había una celinda tras el monumento a Osio que desapareció -llamémosle así- tras la última reforma y en una esquina de la plaza de Ramón y Cajal pervive un jazmín casi como vestigio arqueológico de lo que hasta hace no mucho eran las plazas de Córdoba, ahora ocupadas por granito, césped o cortezas de pino, que se llevan mucho. Son sólo unos ejemplos de lo que hubo en la ciudad.

Imagino que a estas alturas de la columna, habrá lectores que hayan tirado la toalla al ver que estamos hablando de flores. Quienes perseveren coincidirán en que son pequeños detalles, a veces no suficientemente valorados, pero que otorgan un contundente plus de calidad a las ciudades.

El futuro Jardìn del Obispo en el Campo Santo de los Mártires podría tener otra concepción menos elaborada, con una vegetación estandar, con taquetes sintéticos en los pasillos, con farolas de catálogo. Pero no, finalmente se ha optado por la calidad, por el respeto y por lo singular. En año y medio, si todo va bien, podremos disfrutarlo y ofrecerlo a quienes nos visiten como una muestra de cómo se sabe en Córdoba hacer bien las cosas.

comentarios

Más de Jesús Cabrera

  • Guijuelo y el gazpacho

  • Una carambola perfecta

  • Una tasa por el calor

  • De gallinas y bueyes

  • Vuelve el metro

  • Más de Córdoba - Opinión

    tracking

    Compartir

    Herramientas