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20 de abril de 2024

La entrada de los Hunos en Roma 1887, de Ulpiano Checa

La entrada de los Hunos en Roma, 1887, de Ulpiano Checa

El brutal ataque del Gobierno a la alimentación tradicional

Está dificultando el trabajo habitual de granjas, agricultores, ganaderos y hasta cazadores, muchos de ellos abocados de forma inminente al cierre o a la ruina

Las noticias de este verano galopan en tromba, haciendo retumbar en el ambiente una muy seria preocupación por los alimentos. Nada es banal, nada es casual. Todo está orquestado ¿qué o quiénes están detrás de todos estos procesos intencionados y complejos? Dejemos que cada uno reflexione sobre esta perspectiva, pero vamos a lo que nos preocupa: los productos del día a día.
La cuestión es que la alimentación está viéndose atacada desde varios frentes. El primero es el propio gobierno español, dificultando el trabajo habitual de granjas, agricultores, ganaderos y hasta cazadores muchos de ellos abocados de forma inminente al cierre o a la ruina. Y, por tanto, encaminándonos a dejar un mercado desabastecido y con un conflicto que no hará más que aumentar. La industria de los lácteos y de la carne de vaca, la de las aves y con ellas los huevos, se hunden. Mientras, el otoño, que está a las puertas, se avecina terriblemente complejo en lo más básico, que es la necesidad de comer cada día.
Resulta incomprensible el ataque a la alimentación tradicional, porque entra en el terreno de lo absurdo demoler algo que funciona bien y en el que somos modelo en todo el mundo. En España somos capaces de elaborar unos menús deliciosos y saludables hasta con pocos medios. Ese es el valor de la alimentación tradicional. Y tratar de demolerlo es el valor de la majadería. Desde luego no ayudan los tambores de guerra en tierras ucranianas, ni una situación internacional dotada de una tirantez insoportable. A pesar de todo, ni siquiera esta cuestión es la más profunda; es evidente que tras todo esto se está gestando un indiscutible ataque a los símbolos.

Demoler el pasado

La cuestión es que los alimentos son, mucho más allá de platos o de menús, incluso de gastronomía, auténticos modelos capaces de representarnos. Símbolos, sí, unas alegorías a través de las que expresamos quiénes somos, qué pensamos y de dónde venimos. Y esa es la diana en la que juegan seriamente a acertar, y con ello a hundir un estado de las cosas. La izquierda tratando de destruir nuestro presente, quiénes somos y qué fuimos, la cultura milenaria expresada a través de platos que a todos nos son familiares. Incluso con la fantasía (inútil) de demoler el pasado, aunque esto desde luego, será imposible, por mucho que lo intenten. Hay una intención directa de destruir un extraordinario recetario que es de todos y no es de nadie, al que cada generación y cada persona aporta, modifica y mejora un ápice. Un recetario milenario que se basa precisamente en los productos que muchas de estas empresas producen.
El valor de las imágenes es algo bien conocido en la historia. Las imágenes (y los platos tradicionales lo son) han sido objeto en distintos momentos de la historia de la furia iconoclasta. Bajo la justificación de prohibir la adoración de los ídolos, se derribaba a esas imágenes que representaban ideas, formas de vida. Desde época del emperador León III, en tiempos de Bizancio, el 730 d. C., cuando se dictó un edicto en contra de los iconos, en adelante, se han visto muchas actuaciones parecidas. El mundo musulmán, igualmente mantuvo la prohibición de la representación de figuras humanas, e incluso en el ámbito protestante se considera la veneración a las imágenes como idolatría. La cuestión es que los símbolos nos importan, y tienen un valor en nuestra cultura, pero también importaron en otros tiempos y en otras culturas, con diferentes significados.
Primero destrozaron y derribaron estatuas, imágenes de personas que habían representado altos y admirados valores históricos. Que habían formado parte de nuestra cultura a lo largo de los siglos.
Ahora toca corromper la alimentación. Y con ello, hacer que el cocido, el queso manchego, la paella o el chuletón de Ávila se releguen al olvido mientras proliferan las granjas de insectos, las carnes de laboratorio o el polvo de cucaracha, que Dios sabe cuántos problemas nos acarrearán. Tanto en la salud como para nuestra alimentación tradicional. Es una estrategia que empieza pareciendo anodina y que termina siendo peligrosa. Pero que en cualquier caso es deliberada y con un firme criterio de intención.

Inflación desbocada

Productos que significan tanto para nuestra dieta como los cereales, el aceite de oliva o el pollo están sufriendo una inflación desbocada. El IPC del mes de julio para los alimentos sin elaborar alcanzaba el 13, 1%. A la vez que se desploma el gasto, como corresponde a esta elevada subida de los precios. Si sumamos las dificultades económicas a los obstáculos que deliberadamente se están articulando, convendrán conmigo en que se está gestando una crisis monumental. Y no solamente económica. Una crisis que ya es. Un desequilibrio de valores, en el que hasta ese átomo al que aún no habían atacado, que es la alimentación tradicional, está sufriendo una auténtica embestida.
Los ciclos históricos presentan estas recurrencias, sufren en sus finales una serie de catarsis que amenazan su identidad. No es la primera vez que ocurre y tampoco será la última, si Dios quiere. Y por este motivo no hay que descuidar los símbolos, porque tienen un significado, porque una civilización se nutre de ellos tanto como de las comidas. Otros bárbaros están en otras puertas. ¿Es posible que no estemos viéndolos?
Estimados lectores, a la vista de las circunstancias, coman lo mejor que puedan, cocinen y transmitan a sus hijos el valor de la alimentación española tradicional, que es una de las mejores y más inteligentes cocinas del mundo.
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