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29 de marzo de 2024

El líder fascista italiano Benito Mussolini, en el centro, con las manos en las caderas, con miembros del Partido fascista, en Roma, Italia, el 28 de octubre de 1922, luego de su Marcha sobre Roma

El líder fascista italiano Benito Mussolini, en el centro, con las manos en las caderas, con miembros del Partido fascista, en Roma, Italia, el 28 de octubre de 1922, luego de su Marcha sobre Roma©GTRESONLINE

El fracaso militar de la Italia fascista en la Segunda Guerra Mundial

Mussolini llegó a creer que podía ser capaz de grandes empresas, de un esfuerzo homérico, pero la realidad era otra. La nación no iba a responderle

Mussolini según Jasper Ridley fue apodado el hombre del Foreing Office en Europa. Una estrategia, la de desviar los problemas internos a una política exterior agresiva no era original de Italia ni de Mussolini, ni menos del fascismo. Mussolini llegó a creer que podía ser capaz de grandes empresas, de un esfuerzo homérico, pero la realidad era otra. La nación no iba a responderle. En este espacio, desarrollaré las causas del fracaso militar del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, a propósito del último libro de John Gooch, La guerra de Mussolini (2022).

Los soldados italianos no eran dignos descendientes de aquellos aguerridos hombres del Latium, pues carecían de disciplina, preparación y moral de combate

Se ha comparado al fascismo italiano con el bonapartismo y parece coincidir en establecer que la pervivencia de ambos estaba vinculada al triunfo militar. En una sociedad romántica, donde el culto al héroe era un estímulo, el triunfo como consecución de la gloria correspondía al culto de los héroes a lo Carlyle. Además, los éxitos bélicos mantenían la unidad de la nación en torno a su caudillo en esa idea de prestigio, imagen de fuerza, pero en el siglo XX era una paradoja. ¿Y si fracasaban, si eran derrotados? Pues el sistema tendía a derrumbarse. Una falsa confianza que se convirtió en debilidad personal del mismo Duce. Pero, sus fuerzas militares no eran esas legiones romanas que marchaban impertérritas en formación, arrollándolo todo en su avance, como soldados de bronce. Al menos, según aparecían en las ilustraciones de la biografía que hiciera Enrico Farinacci sobre Julio Cesar (1970). Los soldados italianos no eran dignos descendientes de aquellos aguerridos hombres del Latium, pues carecían de disciplina, preparación y moral de combate. Podemos hablar de una serie de aspectos que desencadenaron la derrota militar de Mussolini.

Recuperar su consideración internacional

Cuando Italia entró en la Segunda Guerra Mundial aquel 10 de junio de 1940, lo hizo para no repetir la experiencia del final de la Gran Guerrea –su esfuerzo militar, su sacrificio no fue reconocido entre las naciones en Versalles– y debía recuperar su consideración internacional. Por ello, la famosa frase «hay que poner en la mesa de negociaciones unos miles de cadáveres italianos para poder empezar a hablar», hoy nos puede parecer un disparate, pero era una mezcla de decisión personal condicionada por los insuperables éxitos alemanes.
La experiencia de la alianza con los tudescos en el pasado fue una traición que no les benefició. Abandonar la Triple Alianza fue algo lógico si se considera que fue una alianza antinatural. En los albores de la Segunda Guerrea Mundial hay quien piensa lo mismo, que la alianza italo-germana era antinatural y les traería consecuencias. De hecho, estar del lado de los alemanes no agradaba a muchos miembros del Gran Consejo fascista ni a los italianos, según exponen Ciano en sus Memorias y por separado su viuda Edda Mussolini, hija del dictador, cuyas Memorias han sido traducidas al castellano. Mussolini se dejó llevar por el bando de la guerra (George Roux).
A pesar de los pactos de acero, de amistad y defensa mutua, Mussolini deseaba una guerra aparte, la suya, al margen de Hitler, lo que constituyó un error estratégico, al no existir un mando único, ni objetivos uniformes. Fue lo que convirtió a Italia en un peso muerto, una rémora en los planes estratégicos y militares del Führer como ocurrió en la campaña de los Balcanes y de Grecia o en África. La guerra paralela era sin duda un peligro con consecuencias no solo militares sino políticas.

La guerra paralela era sin duda un peligro con consecuencias no solo militares sino políticas

Esa idea de que Italia como nación debía ser considerada en el concierto internacional era muy anterior. De hecho, ya había tropas piamontesas en Crimea en 1854-56. Mussolini llevó a cabo la consecución de los antiguos planes que la democracia decimonónica desde crear un Imperio mediterráneo a costa de Turquía primero (Guerra italo-turca de 1911-1912) y de Grecia después. Tras apoyar diplomáticamente a la primera en la guerra greco-turca de 1919-23, Italia siempre había buscado su influjo sobre Salónica, el Dodecaneso y el Levante turco como se puede deducir de la conquista de Libia en 1912. Por eso intervino en la Gran Guerra. Para mantener su poder.
Sus ambiciones sobre Albania fueron también tempranas, anteriores a 1939 fecha de la ocupación oficial. Igual cabe decir del Imperio africano en los territorios del África oriental. La derrota de Adua de 1896 había que vengarla, recuperar la imagen de competitividad y presionar sobre Eritrea o la Somalia para completar el Imperio, pero ello implicaba el enfrentamiento con la Gran Bretaña.
No era solo repartirse los despojos del Imperio colonial de Vichy a instancias del vencedor, la Alemania de Hitler. Había otro presunto competidor en su caso, alguien que hacía un doble juego, la España de Franco. El caudillo buscaba el mayor provecho al menor costo, lo que no hacía gracia ni a Hitler ni a Mussolini. Por su parte, este último debía tomar la iniciativa en un supuesto compromiso de reparto con el dueño de Europa, con lo que su peso militar se debía hacer notar, lo que no ocurrió.

El fascismo italiano no era antisemita

A pesar de poseer una estructura totalitaria, el fascismo permitió o convivió con la Monarquía, el catolicismo y las importantes comunidades judías, fuerzas que estaban al margen de las decisiones del Duce, que tenían su propio ámbito, ajenas en el interior al nuevo orden italiano. Había que mantener el equilibrio en el interior entre esas fuerzas.
Si la guerra hubiese ido bien, estos sectores hubieran estado más unidos al sistema. El fascismo italiano no era antisemita, utilizaba la retórica como en España del complot, pero no se podían adjudicar progromos de ninguna especie, salvo cuando Italia fue invadida en septiembre de 1943 por los ejércitos de Hitler al saberse traicionado por su aliado. Como expone Jasper Ridley los funcionarios italianos escurrían el bulto a la hora de aplicar las leyes antisemitas tardías (1938) y publicadas para satisfacer a su aliado germano, pero no se llevaron acabó segregaciones, salvo cuando cayó Italia en manos de Hitler.

Un país políticamente joven

Italia, país políticamente joven y desestructurado, había accedido demasiado temprano a un programa de fuerza, sin poseer infraestructuras consistentes, instituciones coherentes con su situación económica, administrativa y territorial. Es decir, con un país no unificado pretendía seguir la misma política que sus antecesores.

Mussolini creyó que el fascismo iba a redimir, cambiar o regenerar el espíritu y psicología colectiva del italiano

Creyó que el fascismo iba a redimir, cambiar o regenerar el espíritu y psicología colectiva del italiano, pero las manifestaciones y las pruebas de fuerza eran solo fachada. No había convencimiento más allá del circo de los espectáculos de masas. Sobrevalorar al italiano, creer como decía la Giovanezza, en aquel «pueblo de héroes» no iba a favorecer los propósitos del Duce.

No supo aprovechar su Armada

Italia en esa consecución de fuerza, tenía desde muy pronto una Armada moderna, que quiso ser activa ya desde tiempos de la Unidad como demostró en la batalla de Lisa a pesar de perder en 1866, en las décadas siguientes siguió construyendo importantes unidades navales.
Para la Gran Guerra ya tenía una considerable flota y un numeroso ejército. El fascismo continuó y trató de incrementar esa idea, pero a pesar de lo moderno de la flota de combate, ni estaba completa, ni sus mandos eran activos preparados. La flota submarina era importante en número y técnica, había actuado en la guerra civil española, pero en la Guerra Mundial no supo sacar provecho ni supo coordinarse con la flota de superficie.
La Regia Aeronáutica estaba provista de aviones modernos, si bien combinaba biplanos y monoplanos, sus unidades se mostraban competentes en general, tenían experiencia de la guerra de España y de Etiopia, pero sin coordinación básica en objetivos definidos, sobre todo a la hora de combinar sus esfuerzos con otras unidades de tierra o la Armada.
El ejército de tierra era muy desigual técnicamente. Numeroso sí, pero con carros pobres en blindaje, artillera, en maniobra o rapidez y sin la coordinación debida con las unidades de infantería con mandos ineptos. La artillería era respetable en cualquiera de sus niveles ligera, media, pesada, pero faltaba como siempre el dispositivo de un mando apto, que supiera planificar y coordinar las operaciones sobre todo con el resto de las unidades. Mussolini se consideraba un estratega, pero no era un militar profesional, en ese sentido se parecía mucho a su homólogo alemán. Solo que a este sus intuiciones le salieron bien al principio, pero no podía durar siempre al que no tenía estudios, ni preparación militar, y a Mussolini le pasaba algo parecido.

En 1939 Italia no estaba en absoluto preparada para un conflicto a gran escala

Los mandos más preparados, Balbo, Badoglio, Roatta por ejemplo, hablaban en 1939 de que había que esperar al 1942 o 43 prudentemente para iniciar un conflicto parcial, pero en 1939 Italia no estaba en absoluto preparada para un conflicto a gran escala. Además, sus escasas experiencias en la guerra de España o en Abisinia, vencer a un ejército pobre y atrasado con lanzas, no era muy meritorio.
En España la mezcla de individuos que constituía el Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV), presos políticos, camisas negras y una proporción de militares menor, incomparable con los técnicos alemanes perfectamente bien preparados e incluso rusos del otro lado.
Así que, la llamada agresividad contra imperialismo fascista no era más que una herencia decimonónica en aras del prestigio, de la consecución de una imagen de fuerza, que ha perseguido Italia siempre, desde el nacimiento de su democracia decimonónica. Si la Italia fascista hubiese tenido una coherencia interna, una preparación y una moral de combate como la Alemania Nazi, ahora seriamos fascistas ante la falsedad de quienes se llaman árbitros de derechos, libertades y un largo etcétera justificativo.
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