había estado en silencio ante los reproches de las madres y esposas de los soldados que envió al frente, pero Vladimir Putin, antes de que su reputación siguiera cayendo en picado y para evitar el riesgo de manifestaciones y protestas multitudinarias de las mujeres, decidió reunirse con ellas.
Naturalmente, el presidente de la Federación Rusa, no eligió un grupo al azar. Todas fueron cuidadosamente seleccionadas para no exponerse a situaciones incómodas.
«Quiero que sepan que yo, personalmente, y todos los dirigentes del país compartimos el dolor. Sabemos que nada puede reemplazar la pérdida de un hijo», les dijo Putin.
El hombre que decidió invadir Ucrania el 24 de febrero y va perdiendo su guerra, reflexionó ante ellas: «La vida es más compleja que lo que vemos en la televisión o en internet (...), hay muchas mentiras».
Las palabras de Putin son un intento más de enmascarar un conflicto bélico que provocó por sus ansias expansionistas y afán de conquistar los viejos territorios que formaron la Unión Soviética.
Su obsesión por Ucrania, un país considerado el granero de Europa, viene de atrás. En 2014 invadió la península de Ucrania y la anexionó por las bravas ante la reacción tibia de Occidente. Este año pensaba que iba a vivir una segunda parte de esa historia, pero el tiro le ha salido por la culata de sus pretensiones.
Su vecino, pese a la diferencia de tamaño y recursos, está dando la batalla con un coraje imprevisto. Como imprevisto ha sido para él, y posiblemente para Zelenski también, que la OTAN y los aliados se hayan convertido en los distribuidores de armamento más eficaces para Kiev.