Uno de los drones ucranianos kamikaze

Uno de los drones ucranianos kamikazeEFE

Ucrania desarrolla nuevos drones kamikaze en su competencia tecnológica con Rusia

El país acelera la fabricación de aeronaves no tripuladas de ataque para reforzar sus capacidades en el frente ante el avance de la guerra

En medio de la creciente carrera tecnológica entre Ucrania y Rusia, un pequeño grupo de ingenieros en Járkov trabaja prácticamente a contrarreloj. Su misión: perfeccionar y fabricar más rápido un arma que podría inclinar la balanza en el frente, los drones kamikaze con control por fibra óptica. Es un modelo relativamente nuevo, pero que en los últimos meses ha dado una clara ventaja táctica a las fuerzas rusas.

A diferencia de otros drones, estos se guían a través de un cable finísimo que se desenrolla mientras vuelan. No son tan rápidos, y requieren manos expertas para manejarlos, pero tienen un as bajo la manga: son casi inmunes a las interferencias electrónicas. Además, pueden recorrer distancias largas antes de lanzarse contra su objetivo.

Los rusos han aprendido rápido su potencial. En las últimas semanas los han usado de forma masiva contra convoyes militares a entre 5 y 15 kilómetros de la línea de combate, un golpe directo a la logística ucraniana, según contaron soldados y oficiales desplegados en la región.

Para los pequeños fabricantes ucranianos, la desigualdad de medios frente a las industrias estatales rusas es evidente. «Ellos siempre producirán más que nosotros, así que debemos asegurarnos de que los nuestros sean mucho mejores», dice Vlad, representante de una empresa local de robótica.

Los desafíos técnicos son casi un campo de batalla aparte. El cable, aunque resistente a la tensión, puede partirse si se dobla demasiado o roza con metal. «Incluso un pequeño cambio en cómo colocamos la bobina puede afectar al rendimiento», explica Antón, uno de los ingenieros, mientras repasa planos y prototipos.

La meta es clara: que un soldado pueda montarlo y ponerlo en vuelo en minutos, que resista el frío extremo o el calor sofocante, y que cada unidad supere pruebas durísimas antes de ir al frente. «Debe volar más lejos, más tiempo y con más carga para causar el mayor daño posible», subraya Antón.

Hoy por hoy, su autonomía ronda los 20 kilómetros, pero ya hay prototipos que doblan esa distancia. El problema es que para llegar más lejos hay que aligerar la carga explosiva, porque el cable y las baterías pesan más. Y ahí entra el reto final: rediseñar el fuselaje para encontrar el punto exacto entre potencia, alcance y letalidad.

Parece casi una ecuación imposible, pero en Járkov no se rinden. Porque en este tipo de guerra, cada metro extra y cada gramo bien aprovechado pueden marcar la diferencia.

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