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25 de abril de 2024

obituario presidente mali

EFE

Ibrahim Bubacar Keita (1945-2022)

Incapaz de frenar el yihadismo

Presidente de Mali entre 2013 y 2020, su primer mandato sembró ciertas esperanzas, pero la consolidación de la guerrilla islamista en el norte del país y la recesión económica desembocaron en un golpe de Estado

icono presidente mali
Nació el 29 de enero de 1945 en Kutiala (Sudán francés) y ha fallecido en Bamako el 16 de enero de 2022

Ibrahim Bubacar Keita

Un demócrata convencido

Formado en Relaciones Internacionales en la Sorbona, volvió a Mali en 1986 como alto funcionario. Ministro de Exteriores en 1993, primer ministro entre 1994 y 2000, fue derrotado en las elecciones presidenciales de 2007, pero venció en las de 2013 y 2018.

Ibrahim Bubacar Keita fue elegido presidente de la República de Mali en el verano de 2013, un año después del golpe de Estado del año anterior y meses después de que Francia desplegase a sus miles de soldados en el marco de la Operación Serval para erradicar el yihadismo en el Sahel. Keita no había contemplado ese escenario cuando anunció su candidatura en 2011, pero supo adaptarse con habilidad: de entrada, y pese a condenar el golpe, no rompió el contacto con sus promotores. Estos le devolvieron el favor adoptando una actitud de neutralidad a lo largo del proceso electoral. Asimismo supo aglutinar en torno a su persona a una pluralidad de partidos y personalidades. El pragmatismo exhibido por Keita fue plasmado con el 77 % de los votos en la segunda vuelta. Y con el temprano reconocimiento de la derrota por parte de su adversario, Sumaila Cissé. Un detalle importante en un país carente por completo de cultura democrática.
El comienzo de su primer mandato transcurrió en un ambiente de relativa tranquilidad, gracias a una situación militar más o menos controlada y a una economía aceptable. Esta estaba certificada por un crecimiento del 5 %, una inflación baja y un incremento de la producción de algodón, sector crucial para el país. Con el tiempo, sin embargo, estos indicadores favorables no fueron suficientes ante unos males endémicos que reaparecieron: un paro desatado –resulta prácticamente imposible evaluar su tasa real–, la situación precaria del sistema educativo –según la Ocde un tercio de los jóvenes del país no saben leer y escribir–, por no hablar de los niveles de pobreza. A estas dificultades se le añadieron las generadas por una inestabilidad política que trajo consigo cinco cambios de primer ministro. En el plano militar, el sistema de colaboración entre el Ejército de Mali y las tropas francesas alcanzaba paulatinamente sus límites, siendo el corolario una recuperación de posiciones por parte de los yihadistas.
Tamaño cúmulo de dificultades no impidió la reelección de Keita en 2018, si bien con diez puntos menos que en 2013, y con unas acusaciones de fraude que ni fueron más allá por las garantías ofrecidas por los observadores de la Unión Europea. Pero el deterioro, agravado por las devastaciones de la COVID-19, avanzaba de forma imparable. El estallido era cuestión de tiempo. Se produjo en julio de 2020. La mecha fueron, además de la gravedad de la situación económica y del fortalecimiento yihadista en el norte del país –una amenaza para todo en norte de África–, la sospecha que se cernía sobre las recientes elecciones legislativas. El 18 de agosto, Keita fue derrocado por el Ejército. Aunque esta vez los golpistas dejaron al presidente despedirse por medio de un mensaje televisado. El interesado recogió el guante y asumió su derrota con elegancia. Lo que no pudo impedir fue el asalto de la multitud a la lujosa villa de su hijo en Bamako. Esas imágenes también salieron por televisión. 
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