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20 de abril de 2024

Stanislav Shushevich

Stanislav ShushkevichEFE

Stanislav Shushkevich (1934-2022)

Intentó que Bielorrusia fuera una democracia

Artífice de la desintegración de la Unión Soviética, fue derrocado por una moción que impulsó el hoy sátrapa Lukashenko

Stanislav Shushevich icono
Nació el 15 de diciembre de 1934 en Minsk, falleciendo en la misma ciudad el 3 de mayo de 2022

Stanislav Stanislavich Shushkevich

Hijo de un poeta que pagó las acusaciones de «trotskismo» con más de 20 años en el gulag, Shushkevich desarrolló una importante carrera científica hasta 1990, año en el que fue elegido diputado. Presidió Bielorrusia desde 1991 a 1994

Stanislav Shushkevich se convirtió en presidente de una Bieolorrusia aún soviética el 25 de agosto de 1991, tras el fracaso del golpe de Estado llevado a cabo en Moscú por un puñado de representantes del ala dura del Partido Comunista, hostiles a las reformas impulsadas por Mijail Gorbachov. Una intentona apoyada a distancia por el entonces presidente del Soviet Supremo bielorruso, Mikalay Dziemiantsey, que se vio obligado a dimitir, siendo sucedido por Shushkevich, a la sazón primer vicepresidente. Este último había logrado un escaño el año anterior, sin ser alto cargo del partido, en los primeros comicios con cierto viso democrático que se celebraban en más de setenta años.
Su realismo le hizo entender muy pronto que la Unión Soviética tenía los días contados. Y se puso a trabajar bajo esa premisa. Pero prudencia y realismo, sabedor de que la mayoría de sus colegas de las instituciones bielorrusas no compartían el proyecto. Por eso al diseñar con el ruso Boris Yeltsin y el ucraniano Leonid Kravchuk la reunión de Belaveza, prevista para el 8 de diciembre de 1991 y en la que le incumbía ejercer de anfitrión, optó por la prudencia al incluir solo reformas políticas y económicas en el programa oficial.
Mas el transcurso de la cumbre aceleró los acontecimientos: los tres líderes firmaron unos acuerdos cuyo contenido dinamitaba de hecho la Unión Soviética, a la que transformaron en una comunidad de Estados independientes, entidad débil a la que rápidamente se fueron uniendo el resto de repúblicas. El 25 de diciembre, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas había dejado de existir y Shushkevich había sido uno de los artífices de un histórico acontecimiento que generó una honda amargura –perceptible al leer sus memorias– en Gorbachov, empeñado en sacar adelante un nuevo tratado de la Unión. Además, Shushkevich negoció correctamente las condiciones de la segregación bielorrusa.
Pensó entonces el mandatario que ya podía emprender una transición hacia una democracia más o menos viable, con una política exterior pragmática que hubiera hecho de Bielorrusia un país cercano a Occidente, pero sin enfrentamientos con Moscú. Esa era la idea. Pero a Shushkevich, pese a cierto prestigio en el exterior, le costaba dominar la situación interna. Los nostálgicos del comunismo seguían omnipresente en las instituciones.
A finales de 1993, uno de ellos, Alexander Lukashenko, lanzó en su contra graves acusaciones de corrupción, en su mayoría inventadas, contra los reformistas. Pero surtieron eficacia y en enero de 1994, Shushkevich fue derrocado bajo la única acusación de «falta de modestia personal». De poco sirvió semejante ridiculez: en julio de ese mismo año sólo obtuvo el 10 % de los votos en las primeras elecciones presidenciales de Bielorrusia, que llevaron a Lukashenko al poder.
Desde ese momento, Shushkevich se convirtió en uno de los críticos más feroces del hoy sátrapa, que correspondió con una persecución a fuego lento, repleta de bajezas, como las maniobras para que no pudiera de nuevo participar en unas elecciones. Los golpes bajos no solo eran estrictamente políticos: el año pasado ordenó que desaparecieran de los libros de historia todas las referencias a Shushkevich, que no se sintió intimidado, denunciando hasta el final las tropelías de Lukashenko.
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