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20 de abril de 2024

Pervez Musharraf

EFE

General Pervez Musharraf (1943-2023)

El dictador que quiso dar apariencia de demócrata

Derrocó a un Gobierno parlamentario, emprendió reformas y luchó medianamente contra el islamismo. Pero la realidad pudo con él

Pervez Musharraf icono
Nació en Delhi (India) el 11 de agosto de 1943 y falleció en Dubái (Emiratos Árabes Unidos) el 5 de febrero de 2023

Pervez Musharraf

El haber venido al mundo en la India fue motivo de discriminación al comienzo de su carrera castrense, si bien alcanzó la cúpula de las Fuerzas Armadas a finales de los 90. Desde esa posición accedió al poder por la fuerza, rigiendo los destinos de Pakistán hasta 2008.

El 12 de octubre de 1999, el general Pervez Musharraf, a la sazón jefe de Estado Mayor de la Defensa, derrocó al Gobierno democrático de Nawaz Sharif y asumió los plenos poderes en Pakistán. La causa inmediata fue el fracaso sin paliativos de las operaciones militares contra la India en la disputada zona de Kashmir. Unas operaciones deseadas y decididas por Sharif, si bien ejecutadas por Musharraf.
Mas el general supo sacar provecho, con mucha habilidad, la decreciente popularidad de un Sharif enfrascado en un sinfín de casos de corrupción –como suele ocurrir con los clanes políticos de Pakistán, los Bhutto incluidos– y con grandes dificultades a la hora de enderezar una situación económica más que comprometida. De ahí que el golpe de fuerza de Musharraf –que, además, acaeció sin derramamiento de sangre– fuera, en un principio, bien acogido por amplios sectores de la población.
También contribuyó a este inicial «estado de gracia» las intenciones manifestadas por Musharraf: prometió despolitizar las instituciones del Estado, hacer que el Gobierno rindiera cuentas de sus actuaciones –ejercicio poco habitual en la política pakistaní–, encarar las dificultades sociales, reactivar la economía y frenar la explotación de la religión por parte de los fundamentalistas islámicos. Este último punto tiene un especial interés en la medida en que no se puede entender la figura de Musharraf sin tener en cuenta su moderación en materia religiosa.
El nuevo mandatario abordó, asimismo, la cuestión del relato nacional de Pakistán: «Hace 52 años [se refería a 1947, año de la independencia], empezamos con un faro de esperanza, y hoy... estamos en la oscuridad», declaró tras el golpe, presentándose a sí mismo como «un usurpador a regañadientes del gobierno civil, decidido a resucitar la promesa fallida de la fundación de Pakistán en 1947 tras su traumática partición de la India». «Esto no es la ley marcial, sino otro camino a la democracia», recalcó en un alarde de cinismo.
La realidad fue bien distinta: suspendió todas las instituciones civiles, empezando por la Corte Constitucional, a cuyos miembros dio a elegir entre la renuncia o el acatamiento de su régimen. Por otra parte, nunca puso plazo a su permanencia en el poder.
En lo tocante a las reformas liberalizadoras, su balance fue más bien decepcionante: muchos de sus objetivos tropezaron con una fuerte resistencia social, religiosa o burocrática, o fueron sacrificados por conveniencia política. Dio marcha atrás en sus planes de modernizar los seminarios, penalizar los «crímenes de honor» y modificar las leyes que castigaban a las víctimas de violaciones. Logró, eso sí, sanear la economía en sus primeros años antes de que esta empezase a sufrir un inexorable deterioro.
El otro gran pilar de la gestión de Musharraf fue la política exterior, siendo eje de su estrategia una sólida alianza con Estados Unidos a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pakistán prohibió varios grupos islamistas y sectarios, advirtiendo su presidente de que «el peligro que nos corroe viene de dentro... Pakistán no permitirá que su territorio se utilice para ninguna actividad terrorista en ninguna parte». Y cumplió al tiempo que sus servicios de inteligencia practicaban la doblez a través de una colaboración encubierta con los talibanes.
Poco a poco se fue agotando el crédito de la «fórmula Musharraf», cada vez más desgastada por la violencia islamista del interior: la represión del asalto a una mezquita se volvió en su contra. Washington forzó el regreso del exilio de Benazir Bhutto –que moriría asesinada semanas después– y una liberalización efectiva, del régimen. Musharraf renunció a la jefatura de las Fuerzas Armadas, conservando la del Estado. No fue suficiente: el 18 de agosto de 2008 dejó el poder y emprendió el camino del exilio. Volvió para ser enjuiciado, pero consiguió salir de nuevo de Pakistán. Esta vez, para siempre.
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