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28 de marzo de 2024

En primera líneaCristóbal Villalobos

En torno al «neocasticismo»

En una sociedad con un problema de identidad nacional, el debate público se centra periódicamente en problemas como la discriminación por razón de género, orientación sexual o, incluso, de raza, precisamente en uno de los países más avanzados y tolerantes del mundo en estos asuntos

Actualizada 23:35

Entre desembarcar en Iwo Jima y dejar que te asalten el Congreso hay un abismo, el mismo que los Estado Unidos han recorrido en los últimos setenta y seis años: de primera potencia mundial a iniciar un declive político, económico y cultural que deja huérfano al mundo civilizado. Los resortes de la economía mundial se manejan ya desde China, como prolegómeno de un dominio ideológico del que no puede salir nada bueno.
Pongo YouTube, suena Sinatra. «Esto es la vida», me dice, y la elegante cadencia de su fraseo me habla de caer y de levantarse, de seguir en la carrera aunque te derriben del caballo. El sueño americano, la tierra de la libertad y de las oportunidades, resumido en tres minutos. Con sus aristas y zonas oscuras, tan numerosas como las del propio crooner.
En Netflix, y en el resto de plataformas, desde donde pervive todavía el proselitismo cultural norteamericano, ya no suena ese discurso que construyó una nación. Me topo con una serie, titulada The Bold Type, de unas chicas que trabajan en una revista de moda. Sus problemas cotidianos están repletos de profundísimos dilemas sobre el racismo o el acoso sexual en un entorno laboral, precisamente, donde predominan los personajes negros y femeninos en posiciones de poder. Sus vidas giran alrededor de unos problemas que no existen en su día a día, en un mundo paralelo en el que la realidad debe acabar pareciéndose a la ficción y no al contrario.
El pensamiento «woke», que parte de la noble intención de ponerse del lado de los oprimidos, ha convertido grandes causas universales en perversas caricaturas al servicio de la llamada cultura de la cancelación, que promueve la exclusión del espacio de debate público de cualquier idea, o persona, que se salga de los cánones del nuevo puritanismo anglosajón.
Este fenómeno cultural, que por ejemplo ha llevado al exilio creativo a Woody Allen, ha tenido una buena acogida en Europa, donde se mezcla con los traumas nacionales de cada país. Así, en una de las últimas series más exitosas producidas en Francia, y aunque Macron advierta sobre el fenómeno, Lupin, en un salto mortal del guion, pasa a ser negro, como si así se enjugasen todas las vergüenzas de la «Banlieue».
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Paula Andrade

Hace unos días, un recién nombrado secretario provincial del PSOE enunciaba cómo sería su gestión en el cargo: feminista y ecologista. Punto. Dos palabras que son todo lo que, por ideología, concibe actualmente la izquierda española, que domina el discurso político actual fomentando una enorme paradoja. En una sociedad con un problema de identidad nacional y una crisis económica galopante de origen estructural, el debate público se centra periódicamente en problemas como la discriminación por razón de género, orientación sexual o, incluso, de raza, precisamente en uno de los países más avanzados y tolerantes del mundo en estos asuntos.
Pero fuera de los medios de comunicación, donde resulta delirante como se puede «cancelar» a Plácido Domingo mientras se tolera sin discusión alguna el reguetón o La isla de las tentaciones, el grueso de la población ve ese beaterio de nuevo cuño como algo absolutamente absurdo, desatándose poco a poco una reacción popular a esa dictadura «progre» que esconde unas ansias totalitarias insaciables.
Esa reacción se basa en la búsqueda de lo auténtico frente a la falsa realidad que se nos quiere imponer. Es así que, de unos años a esta parte, aquellos fenómenos culturales de los que renegábamos, por castizos y cutres, nos parezcan ahora lo más moderno del mundo, frente a un mundo cada vez más homogéneo y estandarizado.
Esto explica el éxito de Rosalía cantando por Los Chunguitos, del Madrileño de Tangana, con su reivindicación del bar de barrio de toda la vida y la estética quinqui, o que Lola Flores, tantos años después de su muerte, protagonice campañas publicitarias mientras las jóvenes pasean su estampa flamenca en camisetas y bolsos.
Y es que nos es más fácil identificarnos con ese «neocastizismo», que al fin y al cabo es parte de lo que somos, que con esas ideologías foráneas que ya no esconden su pulsión liberticida y que quieren imponer, en esta nueva era de las redes sociales, un pensamiento artificial y vano, en el que es pecado enseñar un pezón y delito cantar por Glutamato Ye-Yé. Las vidas de los negros importan, pero solo si viven en una democracia.
Como ha escrito José Antonio Marina, el pensamiento «woke» acaba por cancelar de forma global todo lo realizado por Occidente. Bajo el mantra de acusar de machista y racista al hombre blanco, se acaba condenando el liberalismo, la Democracia y los derechos humanos. Una auténtica estupidez que enmascara un gran peligro, pues fuera de estos ideales solo hay barbarie.
  • Cristóbal Villalobos es historiador y escritor
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