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25 de abril de 2024

en primera líneaEmilio Contreras

Líneas rojas y líneas de plastilina

Líneas rojas como un cinturón de hierro ideológico que el PP no debe traspasar para pactar con Vox. Y líneas de plastilina, frágiles y moldeables, para el PSOE que se pueden mover a conveniencia para pactar con los herederos de ETA, con los separatistas y con los radicales

Actualizada 01:48

Cercado por la subida del coste de la vida (8,4 por ciento en abril), el paro que dobla la media europea (13,7 por ciento) y la casi nula recuperación de la economía (solo el 0,3 por ciento), el Gobierno trata de sacar la cabeza sobre la oleada de encuestas que lo alejan de la victoria en los procesos electorales que están por venir.
Hasta hace unos meses su esperanza estaba en los fondos europeos, un maná que iba a encarrilar la recuperación económica y asegurar una mayoría de izquierdas en las elecciones generales de 2023. Pero como ese pan caído del cielo no lo hemos visto, y si existe lo está desmigando la lluvia torrencial de la crisis económica que descarga la tormenta de Ucrania, el Gobierno se ve obligado a buscar un argumentario electoral alejado de la economía. Y lo ha encontrado en el posible pacto del PP con Vox tras las próximas citas electorales.
Tratan de asustar con el eslogan «que viene la extrema derecha». Con esta estrategia Pedro Sánchez pretende recuperar la que siguió el PSOE en las elecciones generales de 1996 cuando los sondeos, incluido el del CIS, daban al PP una ventaja de entre 9 y 12 puntos por el desgaste de casi 14 años de Gobierno, los escándalos de corrupción de Filesa, del gobernador del Banco de España o del director general de la Guardia Civil, entre otros.
Entonces, los dirigentes socialistas pusieron en marcha la estrategia del miedo. Difundieron en las televisiones un spot en el que se veía un perro –la llamaron la campaña del dóberman– que mostraba sus dientes afilados junto a la imagen del dictador Miguel Primo de Rivera, mientras una voz en off decía: «La derecha no cree en este país, mira hacia atrás y se opone al progreso». El PP dejó sin respuesta el mensaje a pesar de que lo tuvo fácil con solo recordar que el PSOE y UGT colaboraron con el dictador durante años y Largo Caballero aceptó ser consejero de Estado de la dictadura. No se sabe si su pasividad se debió a torpeza o a ignorancia, pero lo cierto es que la campaña fue eficaz porque, aunque los populares ganaron las elecciones, solo lo consiguieron por el muy estrecho margen del 1,16 por ciento de los votos y no del 12 por ciento que auguraban los sondeos.
Visto el panorama económico y social y el resultado de todos los sondeos que coinciden en una derrota de los partidos de izquierda, a Sánchez no le ha quedado otro recurso que reeditar la amenaza de «que viene la extrema derecha» en forma de Vox; su campaña se basará en exigir «líneas rojas» al PP para impedir que pacte con él. Lo veremos en las elecciones andaluzas del 19 de junio, y será su punta de lanza, su idea-fuerza, su argumento más insistente contra el Partido Popular.
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Lu Tolstova

Pero han pasado 26 años desde la campaña del dóberman, y el PSOE tiene un pasado cercano que entonces no tenía y que ahora restará credibilidad a su mensaje. Ese lastre son sus pactos para asegurar la supervivencia del Gobierno de Sánchez.
Pactaron con Bildu, los herederos de ETA, que tienen pendiente un recorrido ético que hacer; una cosa es que entren en política y otra bien distinta pactar con ellos.
Otro lastre no menor se llama Esquerra Republicana de Cataluña. Nunca ha engañado. Desde el momento primero del proceso constituyente afirmaron que estaban contra cualquier texto que reconociera la unidad de España. Y cuando el 30 de octubre de 1978 hubo que votar en el Congreso el proyecto de Constitución como trámite previo al referéndum del 6 de diciembre, Heribert Barrera, único diputado de Esquerra, votó «no» a la Constitución. Desde entonces, la posición del partido no se ha movido un milímetro y a nadie debió sorprender que en octubre de 2017 fuera ERC la espoleta que activó la intentona separatista. Pero para ellos no hay «líneas rojas» y sí indultos.
A estas alturas de la legislatura poco hay que añadir al pacto con Podemos, el partido cuyo principal objetivo es acabar con «el régimen del 78».
Es lógico que a muchos electores, incluidos los que nunca hemos votado a un partido situado en los extremos, les sorprenda el rigor del PSOE contra el acuerdo del PP con Vox, mientras Sánchez pacta con los herederos de ETA y con el partido que está frontalmente contra la Constitución, cuyos dirigentes fueron condenados por sedición y malversación a varios años de cárcel por haber tratado de separar ilegalmente a Cataluña del resto de España.
«Líneas rojas» para el PP como un cinturón de hierro ideológico, como un muro infranqueable tras el que todo estaría contaminado y que no debe traspasar para pactar con Vox. Pero «líneas de plastilina» para el PSOE, frágiles y moldeables, que se puedan manipular a conveniencia para pactar con los herederos de ETA, con los separatistas y con los radicales.
A eso siempre se le ha llamado «la ley del embudo»: lo ancho para mí, y lo estrecho para ti. El problema es que hoy esa táctica electoral ya no cuela por el embudo. Solo se la tragan los incondicionales, y con ellos solos no se ganan elecciones.
  • Emilio Contreras es periodista
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