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29 de marzo de 2024

En primera LíneaJesús Fernández-Miranda y Lozana

Resistencia

Decenas de miles de ciudadanos constitucionalistas han clamado por la dimisión de Sánchez y por el respeto a la Constitución que el Gobierno se salta en coalición con comunistas y apoyo mutuo con los separatistas antiespañoles

Actualizada 01:30

«Jamás existirá un Estado realmente libre e iluminado hasta que ese Estado reconozca al individuo como un poder más alto e independiente, del cual se deriva su propio poder y autoridad y lo trate de acuerdo con ello». Henry Thoreau.
La pregunta esencial que se plantea en relación con ese Estado irrespetuoso con sus ciudadanos es el de la «desobediencia civil» que nos plantea una cuestión esencial:
¿Qué debe prevalecer la ley o la justicia?
La mayoría de los autores que tratan este asunto se manifiestan a favor de la primacía de la ley cuando nos encontremos en un sistema democrático, si bien hoy nuestro sistema está amenazado por las desviaciones totalitarias de la izquierda gobernante y sus leyes injustas e inconstitucionales.
Además, no debemos olvidar que la representación en nuestro sistema ha socavado ilegítimamente la participación, por cuanto votar ahora, y más adelante, parece haberse convertido en el único objeto y finalidad de nuestra democracia.
Con lo que se ha creado un sistema en el que la falta de control de los elegidos por parte del pueblo elector hace que aquellos actúen, en muchas ocasiones, en contra de su mandato representativo –sin responsabilidad alguna por ello– creando una cuasi «dictadura de la mayoría electa» –lo que Adam Smith llamó «tiranía de la mayoría»– en perjuicio de los derechos de los propios electores, fundamentalmente de las minorías discrepantes.
Ello, en la práctica, da lugar a leyes injustas o contrarias a la moral mayoritariamente aceptada por el pueblo, lo que ha llevado a la resistencia de los ciudadanos abandonados por el poder, que perciben ese poder como una fuerza disolvente, como una única realidad impuesta que pretende destruir todo lo que vale la pena.
Por ello, resistir ante las tiranías, los populismos y los totalitarismos es resistir ante aquella disolución que no articula ni teje la vida en sociedad, sino que homogeneiza a todos imponiendo un todo aparente y falso.
Es decir, el «resistente» no cede ante las fuerzas y las amenazas disgregadoras, no permite que se pierda, que se nos arrebate, lo guardado cuidadosamente, que no son sino los conceptos de justicia y de libertad.
Así, el resistente se opone a los excesos de disolución de los derechos individuales por el exceso de «socialización» hoy en día imperante, de modo que, basándonos en las teorías de Adorno, podríamos concluir afirmando que la imposición de un ideal abstracto de integración, socialización u homologación de los ciudadanos, con la creciente insignificancia de la individualidad, son el signo de una época marcada por la creciente concentración populista de poder y la destrucción de lo que, en la sociedad occidental, había permitido un margen de libertad, de autodeterminación y autonomía de los individuos.
Ilustración: Resistencia

Paula Andrade

Y ello lo vemos, sistemática y cruelmente, hoy en día en España, en donde el socialcomunismo está empeñado en controlar todo el poder, y todos los poderes –incluido el llamado cuarto poder que, salvo honrosas excepciones, está comprado con subvenciones y publicidad institucional, que le priva de su objetividad– con un talante totalitario que discrimina al discrepante y fulmina al resistente con la imposición de su ideología falsamente progresista, trufada de corrección excluyente y transgresora de los derechos individuales de los ciudadanos que, además, no soluciona los problemas sociales ni económicos de estos, sino que actúa como mero régimen de consolidación de los privilegios de las tribus que conforman la coalición de gobierno y sus apoyos parlamentarios.
Así, tenemos hoy un Gobierno tan solo preocupado por llevar a la práctica medidas puramente electoralistas y en hacer aposición descalificadora a la oposición.
Unas Cortes Generales dominadas por la coalición socialcomunista con el apoyo de separatistas y filoterroristas, Cortes gobernadas por marionetas del propio gobierno, pues no otra cosa son Batet y Gil.
Y un poder judicial y un Tribunal Constitucional dominados por los partidos políticos y, por tanto, carentes de su necesaria independencia.
Y lo que es más grave, todo ese ilegitimo control de todos los poderes del Estado, y de la Sociedad, se utiliza en la aplicación de una política que, obviando los grandes principios básicos establecidos en nuestra Constitución –como la unidad de España, la separación de poderes o los derechos individuales de los ciudadanos– premia a los separatistas, compra los votos con limosnas, paguitas y privilegios a los miembros de la tribu, discrimina a categorías enteras de ciudadanos, vulnera sus derechos elementales como la libertad de expresión, la presunción de inocencia, el derecho a la propiedad privada o los derechos de los padres a la libertad de educación y formación moral de sus hijos, y todo ello por el mero deseo de perpetuarse en el poder.
Y, ante este panorama, a quienes amamos nuestra libertad y nuestros derechos individuales, no nos queda más que mantener permanentemente la «guerra cultural» desde la resistencia que al menos nos permita «luchar» contra la sumisión a los códigos de corrección política del falso progresismo –a su mensaje manipulador y sectario– que nos quieren imponer las izquierdas extremas y montaraces desde el poder.
A ello ha respondido la manifestación de Cibeles del pasado día 21, en la que decenas de miles de ciudadanos constitucionalistas (30.000 según la sanchista delegación del Gobierno en Madrid –750.000 según los organizadores– 400.000 según los cálculos más realistas) han clamado por la dimisión de Sánchez y por el respeto a la Constitución que el Gobierno se salta en coalición con comunistas y apoyo mutuo con los separatistas antiespañoles.
Y eso es verdadera «resistencia» expresada en la calle, por mucho que Sánchez en un acto electoral el mismo día en Valladolid –con perímetro vallado para evitar abucheos– considerase que en Cibeles se habían reunido un «grupito de ultraderechistas nostálgicos».
Sí, nostálgicos del respeto debido a la Constitución y a sus derechos individuales, no respetados por las políticas de extrema izquierda implantadas por el Gobierno.
  • Jesús Fernández-Miranda y Lozana es abogado
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