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25 de abril de 2024

tribunaJosé Manuel Otero Lastres

El compromiso del intelectual con la verdad política

Qué es la verdad, qué es la mentira, qué es el progreso, cómo hay que entender el progreso. Esas son las verdades que trata la literatura, no la propaganda política

Actualizada 03:21

Este artículo también podría titularse «el mosquito contra el elefante», que, según Stefan Zweig, es la frase manuscrita por Castellio en el ejemplar de su famosa diatriba contra Calvino por haber ordenado la muerte de Miguel Servet. Lo digo porque yo soy un mosquito intelectual y voy a criticar a un elefante del pensamiento como es Jean-Paul Sartre. Apoyándome eso sí en alguien que lo conoció muy bien y tiene, como poco, su misma talla intelectual.
Adelanto el motivo de mi crítica. Pienso que un verdadero intelectual tiene que tener un compromiso absoluto con la verdad política. No existe razón alguna que justifique que un intelectual comprometido con la libertad pueda omitir la verdad, restringirla y mucho menos adulterarla.
Si entendemos por intelectual el sujeto dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras (significación 3 del Diccionario de la RAE); y consideramos que por su alto nivel de entendimiento tiene una elevadísima capacidad para captar la realidad; y a ello añadimos que es objetivo; esto es, antepone su percepción de las cosas según lo que resulta de sí mismas sin plegarse a las conveniencias de la ideología, cabe preguntarse si alguien con este bagaje mental tiene también un compromiso irrevocable con la verdad política.
Planteo la pregunta porque la rectitud, probidad, decencia y honradez que con la libertad e independencia son condiciones inherentes a todo intelectual, han sido desde siempre los trofeos más deseados por los poderosos. El principal enemigo del poder es la libertad y por eso el poderoso, pertrechado con las armas de las creencias y la ideología, se ha afanado permanentemente en aniquilarla. Al hombre de poder solo pueden oponérsele con éxito las ideas, esas a las que el mencionado Stefan Zweig, en Castellio contra Calvino, denomina las más inmateriales de las fuerzas que existen sobre la Tierra.
Pues bien, si damos por bueno que los intelectuales están constantemente acechados por el poder ¿se puede seguir siendo un verdadero intelectual sabiendo que se abandona el compromiso con la verdad política y se da como cierta la realidad amordazada o disfrazada que intenta imponer el poder?
Mi respuesta es tajantemente negativa. Por eso, me siento profundamente decepcionado con los que habiendo sido verdaderos intelectuales han «comerciado» con la libertad cambiando la realidad que percibían por la falsa construida por su ideología. Esto es lo que hizo, como se desprende de las palabras de Vargas Llosa, un intelectual de la talla de Jean-Paul Sartre.
Dice Vargas Llosa que cuando él era joven estaban muy de moda los existencialistas franceses y, sobre todo, Sartre. La idea fundamental de este era que el escritor debía comprometerse, porque le gustara o no la literatura tenía una función social, que era denunciar aquello que andaba mal. Y claro, el relato «oficial» de los acontecimientos políticos lo dictaba la izquierda que era la que señalaba lo que estaba socialmente mal y cuál era la versión con la que tenía que comprometerse el escritor. De tal modo que solo era «buen» escritor el que no contradecía la visión unitaria de la literatura militante. Y Sartre llegó a afirmar que «todo anticomunista es un perro».
Influido por Sartre, Vargas Llosa se hizo comunista, porque le parecía que el comunismo representaba la antípoda de la dictadura militar, de la corrupción y sobre todo de las desigualdades. Pero, como él mismo afirmó, «milité solo un año», siendo el motivo de su ruptura definitiva con el comunismo el proceso contra el escritor cubano Heberto Padilla, encarcelado en 1971, y acabó acercándose a la doctrina liberal a base de lecturas.
Pues bien, Sartre, que conocía la realidad de los países comunistas por haberlos visitado, nunca dijo la verdad sobre ellos. Su ideología comunista se sobrepuso sobre su visión de la realidad y por eso faltó, en mi opinión, a su compromiso irrevocable con la verdad, cuando defendió la Revolución Cultural china, o cuando declaró, en 1946, a su regreso de Moscú: «La libertad de crítica es absoluta en la URSS». Prefirió la despreciable propaganda política a la verdad.
Se comprende que Vargas Llosa se sintiera decepcionado con los vaivenes ideológicos de Sartre. Y que lo hubiera criticado porque consentir que primaran sus razones ideológicas sobre su compromiso con la verdad: hasta cae en el disparate –recuerda Vargas- de ver en De Gaulle y la Quinta República un fascismo renaciente y en Estados Unidos un nuevo nazismo.
Sostiene el nobel hispano-peruano que la literatura es mucho más trascendente que la política, ya que asocia a los lectores con los grandes temas permanentes de la existencia, de la vida. Qué es la verdad, qué es la mentira, qué es el progreso, cómo hay que entender el progreso. Esas son las verdades que trata la literatura, no la propaganda política. Tiene razón.
  • José Manuel Otero Lastres es académico de número de la Real de Jurisprudencia y Legislación de España
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