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29 de marzo de 2024

tribunaFernando Almena

La corinavirus

La mayoría de los españoles no se deja embaucar por los cantos de sirena que ofrece la ultraizquierda, y reconoce cuanto el Rey Juan Carlos I ha hecho por nuestra democracia

Actualizada 10:25

Terrible situación provocada por el coronavirus, agravada en sus inicios por negligencia del Gobierno en la toma de medidas y en su burlesca y burda minimización del problema. Pero no le faltó diligencia para regocijarse con otro virus, asimismo dañino, incubado desde hace tiempo y hembra al eclosionar, que pretende emponzoñar nuestra Constitución, sistema político, unidad de nuestra nación y convivencia. La pareja que necesitaba el coronavirus en celo.
Lejos de mi intención de frivolizar con pandemia alguna, pero cuando España tenía suficientes problemas, le cayó este nuevo virus, que difiere del coronavirus en que no ataca a la ultraizquierda y separatistas –solo transmisores– que componen este engendro que nos gobierna. El epicentro de este virus lo ocupa la exprincesa Corinna Larsen, de la que toma nombre, al igual que este artículo, aunque haya perdido una ene en el camino. Princesa que lo fuera por consorte, sin mayores méritos de realeza, en los que no quiero entrar, que la vida de cualquier cortesana solo es cosa suya.
Me refiero a lo viral que esta pájara ha gestado con la denuncia por acoso contra Juan Carlos I en el Reino Unido, además de imputarle otros asuntos turbios sobre donaciones que asegura que le hizo y sobre presuntas comisiones, cuando ella ha sido acusada de blanqueo de dinero y se indicia que quién ha sacado tajada suma del pillaje que cacarea. Mas obviemos estos truculentos asuntos para centrarnos en quien llaman Rey Emérito, a mi juicio erróneamente, ya que abdicó, no se jubiló, y obligado sería que conservara su título de Rey a perpetuidad.
La vida privada de Don Juan Carlos de Borbón no nos incumbe mientras no se desvíe en su navegar y pueda afectarnos en lo público, a la legalidad o en lo concerniente a su pasada jefatura del Estado. En cualquier caso, corresponde a las más altas magistraturas fallar si infringió o no la ley, mas no a la prensa pagada ni a una comisión del Congreso, solicitada por separatistas y comunistas para investigar sobre presuntas irregularidades fiscales cometidas por don Juan Carlos, que la Mesa del Congreso rechazó, pues no tenía requerimiento de la justicia por delito alguno, ni siquiera de fiscalidad.
Juan Carlos I ha sido un gran Rey y un excelente embajador de España por el mundo, respetado y admirado por otros jefes de Estado. Su designación como sucesor del régimen anterior a título de Rey ha deparado grandes beneficios, ya que logró el desarrollo político de nuestra nación y la consolidación de la democracia. Estos éxitos, y muchos más, consiguieron la gratitud de los españoles, además del internacional Premio Carlomagno, que contribuyó al ingreso de España en la Unión Europea. Asimismo, su creciente empatía fue logrando el afecto popular, incluido el de la izquierda, sobre todo cuando salvó la democracia de la intentona de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Siempre ha defendido a España y sus gobiernos, plantando cara a cualquier injerencia, incluso cuando, con un par de razones, mandó callar al dictador venezolano Chávez, resultó poco formal, empero oportuno, aunque la circunspección que antes tuviera nunca debería haberla perdido.
Me pregunto por esos muchos españoles que se confesaban no monárquicos, pero sí juancarlistas, y no digamos de los monárquicos convencidos, ¿dónde se esconden? ¿Por qué callan? ¿Y muchos de los triperos que aceptaban las invitaciones de Don Juan Carlos a sus fiestas onomásticas? Entre ellos, lo más guay del rojerío, encima jactándose de republicanos. ¿Han perdido su fe y confianza por unos cuantos escarceos amorosos y por la participación en una vituperada cacería? Cuando obedecía a la invitación de un Príncipe árabe, y su rechazo sería un desprecio y una ofensa inaceptable para la idiosincrasia de quienes ayudaban a nuestro país por su intercesión. Distinto fue que Don Juan Carlos, la Casa Real y el Gobierno, legal fiscalizador del jefe del Estado en una Monarquía parlamentaria, permitiesen la asistencia de la viral cortesana por muy profesional de cacerías y de armas vender que fuera.
Todos esos, ahora críticos acerbos y los gurruminos silentes, y por ende permisivos, se han dejado contagiar por los políticos transmisores de la corinavirus. Pero la juiciosa mayoría de los españoles ha sabido reaccionar a tiempo y se ha vacunado contra los embaucadores cantos de sirena que nos ofrecen. Prueba evidente ha sido que los ciudadanos se han volcado con entusiasmo en la reciente y breve visita del Rey don Juan Carlos a España. Y seguirán apoyándolo, con sus mayores luces que sombras, y luchando por que pronto regrese a España con honores merecidos y durante el tiempo que desee o para siempre, no ya por su edad o estado de salud, sino por gratitud debida a los muchos años de democracia que nos proporcionó. De igual modo que el apoyo a su hijo, el Rey Felipe VI, no sólo por su alta preparación y valía, moderación, ética, empatía con los ciudadanos y equilibrio como Rey, sino también por las duras decisiones familiares que ha tenido que adoptar. La mayoría de los españoles lo hacemos y haremos con nuestro reconocimiento y lealtad constitucional y por convicción, de igual modo que nuestros ejércitos y los cuerpos de seguridad del Estado, bajo su indiscutible mando, como no podría ser de otro modo. Y con él, a la Monarquía, garante de la unidad de España y de la democracia.
  • Fernando Almena es escritor
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