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23 de abril de 2024

TRIBUNAÁlvaro de Diego

El legado de De la Quadra-Salcedo

Con Miguel de la Quadra-Salcedo se fue un hombre de arriba a abajo que, como todos ellos, se hizo de abajo a arriba. Perito agrícola, atleta, explorador, botánico y, sobre todo, periodista, fue un español de una pieza

Actualizada 16:50

Los grandes hombres suelen ser antepasados de sí mismos. Lo malo es que a veces no pervive su legado. Leo con tristeza que, tras la desaparición de Miguel de la Quadra-Salcedo, el patrocinador suprimió la Ruta Quetzal, antes Aventura 92, una iniciativa expedicionaria que hermanaba a hispanohablantes de ambos hemisferios, recuperaba la cultura precolombina y reivindicaba el acervo español que, entre otras cosas, ha permitido la supervivencia de aquella.
Escribí en su momento que con el fallecimiento de Miguel de la Quadra-Salcedo desaparecía una forma de hacer información o, más bien, una forma de ser reportero. Desapareció, sobre todo, una forma de ser hombre. Perito agrícola, atleta, explorador, botánico y, sobre todo, periodista, hizo de su vida una aventura. Pocos comienzos hay tan novelescos como el suyo. Plusmarquista nacional en varias modalidades –representó a España en los Juegos Olímpicos de Roma 1960–, se enroló en un arponero en busca de cachalotes. Y solo desde esa experiencia, propia de las mejores páginas de Melville, dio el salto a la información. Su corazón desprendido e intrépido le llevó al Amazonas, donde le fichó Televisión Española. Cubrió la guerra de Vietnam y el golpe de Pinochet. Esquivó una condena a muerte por filmar el fusilamiento de prisioneros en el conflicto del Congo. Y desde los altos del Golán, en primera línea, relató la contienda del Yom Kipur. No podía faltar allí donde las balas reescriben la historia. Por eso, aún tuvo ocasión de acercar a los telespectadores las escaramuzas del Polisario en nuestra última crisis colonial del Sáhara, el que hoy ha vendido un presidente sin otro principio que la desvergüenza.
Como Oriana Fallacci, De la Quadra-Salcedo entrevistó a los personajes más relevantes de su tiempo: Pablo Neruda, el emperador etíope, el Dalái Lama, Allende, Indira Gandhi o Arafat. Sin embargo, no dejó ningún libro que diera testimonio de ello. Quizá no lo hizo porque apenas tuvo tiempo y priorizó las crónicas que son páginas de historia, de una historia que se escribe pisándole los talones a quienes la hacen y protagonizan.
Hubo en él una simbiosis perfecta de ética y estética, esa elegancia moral que transmiten los grandes temperamentos. Me atrevo a decir que sorteó lo que Unamuno denominó «hacerse estilo», esa pulsión de los artificiosos y hombres de pega. Nada tuvo que ver con quienes se empeñan en redactar autobiografías donde cada mentira desnuda a un alma remilgada, mezquina. A fin de cuentas, el cursi siempre resulta «una persona satisfecha de lo que tiene, pero no de lo que es». Y nadie menos acomodado que este periodista, para quien los empachados de bienestar debían aprender a ser felices con menos.
Se le ha comparado con Clark Gable, pero quizá le haga más justicia David Niven, ese perfecto arquetipo del caballero británico, capaz de avanzar en la selva a golpe de machete o caminar junto a reyes sin perder la sencillez. ¿Quién no recuerda ese soberbio momento en que el embajador al que interpreta en 55 días en Pekín aparta de un puntapié el almohadón que se le tiende para postrarse ante la emperatriz china? Hubo mucho de Kipling en esa última audiencia en Zarzuela cuando, despojado por un momento del suero y el tubo de oxígeno, De la Quadra-Salcedo se levantó para estrechar la mano de Felipe VI.
Acertó Ignacio Camacho al asegurar que el reportero «pasó del periodismo a la aventura para eludir el nihilismo, el tránsito moral que convierte a un observador en un cínico». Sabedor, como el personaje de La condición humana, de que «hay derechos que no se conceden sino con la única finalidad de que no sean empleados», se embarcó en otra gesta. Surgió así Aventura 92, más tarde rebautizada como Ruta Quetzal, un programa que becó a miles de jóvenes para conocer la obra española en Iberoamérica y el patrimonio cultural precolombino, cuyo rescate forma parte de la primera. Este ambicioso hermanamiento expedicionario, desde 1979, recuperaba un viaje de ida y vuelta: el que, entre otras cosas, permitió traer la quinina a Europa en la lucha contra el paludismo; el mismo que, desde España, llevó la concepción grecolatina y una sensibilidad trascendente al Nuevo Mundo. Hoy el acervo común de una lengua compartida vehicula todo un continente.
Con Miguel de la Quadra-Salcedo se fue un hombre de arriba a abajo que, como todos ellos, se hizo de abajo a arriba. Perito agrícola, atleta, explorador, botánico y, sobre todo, periodista, fue un español de una pieza. Hoy solo sus amigos, antiguos expedicionarios y colaboradores, se esfuerzan en conservar una parte de su legado.
  • Álvaro de Diego es director del Departamento de Periodismo y Narrativas Digitales de la Universidad CEU San Pablo
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