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20 de abril de 2024

tribunaGonzalo Ortiz

¿Con quién está la India… en el conflicto ucraniano?

La India de hoy combina tradición y modernidad. Es, quizás, la sociedad más insólita y exótica del mundo

Actualizada 09:48

Decía el politólogo norteamericano Francis Fukuyama, el pasado 5 de septiembre en la Fundación Rafael del Pino, que el liberalismo y la democracia están hoy de capa caída, y que los últimos años muchos países han evolucionado hacia modelos autoritarios. La India está considerada como la mayor democracia en el mundo, 815 millones de electores en 2014, y desde ese año dirigida por Narendra Modi, líder absoluto del partido nacionalista BJP, que ha puesto orden en casa, pero con un régimen de rasgos populistas y de hinduismo excluyente.
Como modesto observador de la política india, (viví en este país de 2006 a 2009), creo que subsisten dos «heridas» abiertas que están en el origen del Estado indio: el pasado colonial (aunque el Raj británico sólo duró en realidad entre 1854 y 1947), y la sangrienta división del país («The Great Divide») con ocasión de la independencia, propiciada por la negativa de Jinnah y su Liga Musulmana de formar parte de una India unida independiente. Los largos años de dominación islámica del subcontinente (sobre todo en el norte), no consiguieron destruir el hinduismo, ni el hinduismo pudo asimilar a la minoría musulmana cuando este poder islámico se volatilizó con la llegada de los ingleses. En 1947 se crea un Estado para los musulmanes (Pakistán) y otro para el resto (la India), que, como quería Gandhi, fuera no confesional, donde cupieran hindúes (80 por ciento), musulmanes (hoy más de 200 millones), sijs, cristianos, budistas tibetanos, parsis y otras religiones.
Hay otras dos características que nos ayudarán a contestar a la pregunta de con quién está la India. La primera es la mala relación con sus vecinos: la rivalidad e indefinición de fronteras con China es evidente, con Pakistán ha disputado tres o cuatro conflictos bélicos que se perpetúan en el conflicto de Cachemira, y con Bangladesh las relaciones nunca han sido fáciles, a pesar de haber apoyado la India el surgimiento de este Estado. Con Sri Lanka, el problema tamil envenenó las relaciones en el pasado. Y así sucesivamente... La segunda es la evolución de la India desde fórmulas socialistas que preconizaban los padres de la Constitución (especialmente el Primer Ministro Nerhu) hacia una economía de mercado donde despuntan las nuevas tecnologías alrededor de Bangalore, con pérdida de poder de los omnipresentes «babus» (o altos funcionarios), que tradicionalmente metían la nariz en todos los asuntos.
La India de hoy combina tradición y modernidad. Es, quizás, la sociedad más insólita y exótica del mundo, donde se venera a la vaca, pero que acaba de botar un nuevo portaaviones, el Vikrant, de producción nacional cien por cien. Las castas fueron abolidas por la Constitución pero al mismo tiempo ésta las reconoce en forma de discriminaciones positivas, especialmente para los más humildes (dalits). India tiene la bomba atómica y en 2008 firmó un acuerdo con Estados Unidos para el uso de la energía nuclear civil que, sin integrarla en el TNP (Tratado de no proliferación), ha «legalizado» su actividad en este ámbito y las compras de centrales nucleares.
Hace unos días, la India participaba en las maniobras militares Vostok 2022 en colaboración con el Ejército ruso. Nueva Delhi no ha condenado la invasión rusa de Ucrania ni ha impuesto sanciones a Rusia. Hay una tradición de amistad con la URSS desde la época de Nerhu e Indira Gandhi. Además, la India está comprando hoy gas ruso a bajo precio y como siempre abundante armamento procedente de ese país. Pertenece a la OCS (Organización de Seguridad de Shanghái) y al famoso cuarteto de BRICS (Brasil, Rusia, India y China).
Pero su condición de gran país continental impone que India quiera limitar la influencia de China en Asia. Recientemente, se ha integrado en el QAD (diálogo cuadrilateral con Australia, Japón y Estados Unidos), que no es, como alguien ha dicho, una OTAN asiática; no tiene un tratado, ni una estructura o secretariado, sino que expresa la voluntad de India de marcar distancias y conservar su independencia estratégica. Lo que en el fondo recuerda a su liderazgo del Grupo de No Alineados, creado en Bandung en los años 60, donde despuntaron las personalidades de Tito, Nyerere, Sukarno, Nasser y, por supuesto, Nerhu. Es la tradición del no alineamiento del país «que está por encima de todas las religiones y todas las ideologías» (Narendra Modi).
India hoy es un país con grandes problemas (su gran enemigo y vecino, Pakistán, también tiene la bomba atómica), pero es ya la quinta economía del mundo, por delante de su antigua metrópoli, el Reino Unido. No hay hambrunas (aunque la pobreza extrema no haya desaparecido de algunos estados). Es un país que mira al futuro con optimismo (y va a superar a China en población en estos años), con unas dosis elevadas de creatividad y energía. La India cuenta, además, con una diáspora potente en el mundo: la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris, tiene sangre india, y un hijo de padres indios, Rishi Sunak, ha estado a punto de ser nombrado primer ministro británico.
  • Gonzalo Ortiz es embajador de España
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