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29 de marzo de 2024

tribunaJuan García-Vaquero

Hacer mal el bien

Carta abierta a Juan García-Gallardo

Actualizada 09:12

Querido Juan, tocayo de nombre y casi de apellido, he querido ponerme a opinar sobre la reciente polémica a raíz de las medidas «provida» que has impulsado en Castilla y León. Aunque quizá sea meterme en camisa de once varas, son unas consideraciones hechas desde una sintonía grande con tu línea de actuación –al menos en este campo.
Pienso que la información nos hace más libres, no menos –como, de manera sorprendente, han estado diciendo algunos, incluso del PP–. Por eso, estoy totalmente a favor de informar a las mujeres embarazadas para que sepan con certeza que llevan en su vientre a un ser humano, su hijo ¡o hija! Seguro que eso evita abortos, con lo que todos –las madres en primer lugar– habremos ganado.
Pero en Vox os pierden las formas. Tenéis tics maximalistas y autoritarios, que os han llevado a tener un buen puñado de diputados en el Congreso porque transmiten contundencia y exaltan a jóvenes idealistas que conectan con valores auténticos. Pero debéis daros cuenta –se lo debéis a España– de que esos tics son una rémora para seguir creciendo y convertiros en una alternativa de gobierno real. Y es una pena, porque sois de los pocos que en nuestro país parecen tener convicciones y estar dispuestos a defenderlas.
Mal que os pese, en Vox necesitáis al centroderecha. Y es mucho mejor que presentéis vuestras propuestas de manera que ese portaaviones a la deriva de valores que se llama PP os las compre. Ser capaz de empatizar con ellos, ¡al menos con ellos!, es necesario y, de nuevo te digo, se lo debéis a España.
No se trata de renunciar a los principios, al fondo de las cuestiones: ¡eso nunca! Se trata de saber presentarlas y explicarlas. Hoy día, la palabra «obligación», o cualquier derivada suya, no es necesaria y resulta sencillamente intolerable para el españolito medio; y si la usas, Juan, se te van a echar encima, sí o sí. Quizá a ti te da igual, o quizá es precisamente lo que buscas; pero pienso que las polémicas agrias no favorecen que mejore la opinión pública sobre el aborto. Los podemíticos elementos que tienes enfrente van a cargar siempre, sean cuales sean las formas, es cierto; pero muchas otras gentes, las que conforman la opinión pública y que mayoritariamente tienen un pensamiento más bien soft, entrarán mejor a razonar las cuestiones si se dicen de otra manera.
Se trata, por otro lado, de pensar bien las propuestas y prever con detalle cómo se implementarán. Y de consensuar, con los socios desvalorificados que tenéis tanto la propuesta concreta como su comunicación. Si no se hace así, existe el riesgo de que, al final, todo quede en una quijotada; habrá sacado el aborto a debate, lo cual está muy bien, pero no irá mucho más allá. En temas importantes no cabe la chapuza.
Los políticos, especialmente los cargos públicos, tenéis que pensar en la construcción del país. De la civilización, incluso. No podéis pensar mirar solo a corto plazo, por más que el sistema electoral lleve casi de la mano a esa degradación: hay elecciones cada cuatro años, ergo para cuando os ponéis a hacer algo, tomáis medidas que van a tener resultados a dos o tres años vista todo lo más. Ayudar ahora a algunas madres a evitar el drama del aborto y salvar así unas cuantas vidas es sencillamente maravilloso y felicito a todo aquel que lo consiga. Pero sería aún mejor que, quien lo hace, tuviera presente que hace falta mucho más: la ciudadanía de nuestro país, y de todo el occidente, necesita una pedagogía de la vida.
En este ocaso hedonista de nuestra civilización lo cómodo es sagrado, y el aborto se percibe como una comodidad, como un seguro necesario para mantener la revolución sexual a la que la mayoría de nuestros conciudadanos, de izquierdas o de derechas, de forma más brutal o más disimulada, lo reconozcan o no, no están dispuestos a renunciar. Y esto, aunque para mantenerla haya que recurrir a lo injustificable: la pena de muerte del inocente y la autolesión de la madre con unas taras morales y psicológicas que pueden durar de por vida.
Para dar un giro de 180º en la opinión pública a un tema tan arraigado en nuestra cultura –qué horror se siente al verbalizar esto– y que además afecta ya directamente a millones de personas, todo lo positivo que se haga ha de ir envuelto en una política de comunicación que haga amable la vida, la natalidad, la maternidad; y el lenguaje de la imposición consigue lo contrario: a muchas personas les va a encerrar aún más en sus negras posiciones.
Cambia, tocayo. Explica. Convence. Sopesa las palabras que utilices. Haz pedagogía. Impulsa políticas que pueden tener eficacia a medio plazo, aunque tengan poca visibilidad y no te den votos. Tienes, tú y muchos en tu partido, ideas que son necesarias y, ¡quién lo diría!, revolucionarias: no obstaculices su comprensión por el uso de unos modos autoritarios y, por eso, antipáticos. No insultes, porque el insulto agudiza la división.
Pensaba en Unamuno. Aquello de vencer o convencer. Vencer puede ser a veces necesario, pero sirve de poco cuando lo que se busca es cambiar una cultura. Convencer sí es crear cultura, hacer país. Y nadie convence a golpes.
  • Juan García-Vaquero es analista
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