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29 de marzo de 2024

TribunaFederico Romero

Un becario para el urbanismo

La rapidez en la capacidad de progreso de la herramienta IA es exponencial. Y probablemente la línea de separación con el pensamiento humano, pero con una celeridad inusitada, será muy difícil de establecer

Actualizada 01:30

Probablemente una de las aplicaciones más eficaces e interesantes de la inteligencia artificial (IA) al ámbito del Derecho pueda ser la correspondiente a la materia urbanística. Pero empeñarse en la posibilidad de que la máquina sustituya al cerebro humano de momento es arriesgado. Hasta ahora, ni siquiera ha podido realizar, con eficacia total, servir de mediador entre la máquina y el operador jurídico. La primera propuesta que el llamado Sistema Legal de Expertos (SLE) (que se puede resumir diciendo que son programas informáticos aplicados a las diversas actividades jurídicas según las previsiones señaladas por quien las prepara o determina) incide siempre en la misma idea: que todavía, al menos, no es posible una autonomía de pensamiento, como si fuera un ser humano. El conocido test de Turing ha servido para evaluar a una computadora en su capacidad para «imitar» al comportamiento humano en una conversación. Pero el mundo del Derecho tiene específicas características derivadas de la naturaleza de su lenguaje. La vaguedad de dicho lenguaje, la anfibología o la ambigüedad de determinados términos y la multiplicidad de los supuestos de hecho, generadores de inevitables dudas para la aplicación, hacen casi imposible la existencia del robot-abogado o el robot-juez.
Concluido pues que, de momento, la indiscutible subjetividad de las tareas realizada por el ser humano en el campo descrito, dificultan su sustitución por la máquina, no significa que, con la IA, no dispongamos ya de una formidable herramienta, hasta ahora inimaginable, de funcionar como lo haría una persona eficacísima, suministrándonos toda la legislación aplicable, la jurisprudencia existente al respecto y hasta los dictámenes emitidos en la documentación accesible y capaz de interactuar con el operador permitiéndole la realización de simulaciones para anticipar los posibles resultados.
Dos expertos en esta materia –Fernández Hernández y Pierre Boulard– han enumerado los problemas de este sistema de ayudas en la toma de decisiones de los juristas. Y, como vamos a ir viendo, esas dificultades son más fácilmente soslayables en la actividad urbanística de los operadores jurídico-públicos actuantes:
  • a) Frente al alto coste que la aplicación de la IA podía tener –inasequible para bufetes privados u oficinas que no fueran de un gran tamaño–, en lo que respecta a las grandes Corporaciones públicas, incluso podrían suponer algún ahorro de los cuantiosos gastos de su financiación, teniendo en cuenta los que ya viene afrontando, para elaborar instrumentos urbanísticos tales como, por ejemplo, un Plan General de Ordenación Urbana (PGOU).
  • b) En cuanto al ámbito legislativo en que se mueven, lo es casi todo en el Derecho Local y autonómico.
  • c) Por último, en cuanto al nivel de vinculación de las decisiones a adoptar –a partir de las opciones propuestas por la máquina, en caso separarse de ellas– la buena fundamentación y su razonabilidad por el operador humano, difícilmente puedan hacer temer la posible exigencia de responsabilidad alguna por tal circunstancia.
Como decía hace poco –en un artículo periodístico como éste– el catedrático de Arquitectura de computadores de la UMA, Luis Felipe Romero, en una consulta de prueba que ha realizado a un robot –nacido solo hace dos meses y llamado ChatGPT–: «Detrás de la IA no hay más que eso –y nada menos, digo yo–: combinación de parámetros y velocidad descomunal. Su corazón está en la neurona artificial (…) las neuronas artificiales se conectan de forma arbitraria, salidas con entradas, pero, en su algoritmo, el peso (la importancia) de su entrada es un coeficiente tan crítico como la propia conectividad en las neuronas de nuestro cerebro (…) los pesos de la red se van ajustando a medida que llega la información, especialmente cuando está etiquetada». Y nos describe la enormidad de algoritmos que resuelve en nanosegundos, a partir de la información suministrada.
Piensen ustedes en el ejemplo que escogí antes: la redacción de un PGOU. Piensen en la cantidad de datos espaciales y poblacionales que se le pueden ir suministrando al robot, debidamente etiquetadas en función de los usos que va a tener. Piensen en las múltiples simulaciones que se puede hacer para anticipar los comportamientos futuros del desarrollo de la ciudad, conforme a las opciones posibles derivadas de los parámetros suministrados. Piensen, por fin, en lo fundadas que pueden estar las decisiones que pueden someterse a los órganos resolutivos competentes. «Hace un mes conocí a ChatGPT –nos dice el Pr. Romero– y les aseguro que es el becario soñado por cualquier profesor. Gracias a esta herramienta mi productividad se ha multiplicado».
La rapidez en la capacidad de progreso de la herramienta IA es exponencial. Y probablemente la línea de separación con el pensamiento humano, pero con una celeridad inusitada, será muy difícil de establecer. Podría decirse que son humanos fríos, implacables, sin alma. Como en un círculo que se cierra, volvemos al principio de la historia del hombre que, por medio de imágenes, nos describe la Biblia. Estamos cerca del «seréis como Dios, versados en la ciencia del bien y el mal» del Génesis 3. Y como siempre, ante la delgada línea entre la creencia y la increencia, cuando hayamos inventado el árbol sabelotodo, volveremos a necesitar de la gracia para el gran salto de obedecer a Dios, creyendo en Él.
  • Federico Romero es secretario general del Excmo. Ayuntamiento de Málaga (jubilado) y profesor titular de Derecho Administrativo de la UMA (jubilado)
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