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16 de abril de 2024

TribunaMaría Crespo Garrido

8-M

La diversidad enriquece, fortalece las instituciones, aporta valor, estimula el crecimiento personal y mejora el clima laboral y social. Pero si se impone, lejos de fortalecer los lazos entre las personas, genera un caldo de cultivo muy lesivo para la autenticidad

Actualizada 10:28

El feminismo hoy está fragmentado gracias a la utilización partidista de quienes no saben nada sobre igualdad y hacen del enfrentamiento su causa. Cantaba Rocío Jurado «se nos rompió el amor de tanto usarlo» y esto es lo que le ha pasado al Gobierno. Ha pretendido imponer una visión marxista de la vida, en la que todos están enfrentados a todos; hombres contra mujeres, heterosexuales frente a homosexuales, jóvenes ante viejos…convirtiendo la legislatura en una olla a presión que está a punto de explotar.
Por mucho que el Ejecutivo se empeñe, hoy quedan muy lejanas aquellas lamentables, espantosas y deplorables situaciones de las shirtwaists, defensoras del sufragio, que trabajaban hacinadas en la planta novena del edificio ASHC, cuya muerte tiñó de morado el cielo neoyorkino en marzo de 1911. Y cuya memoria no respetan –probablemente ni la conocen– quienes ocupan lugares destacados en el Ministerio de Igualdad, por verbigracia del presidente del Gobierno.
Porque por mucho que se haya hecho creer que la izquierda ha sido la única defensora de los derechos de las mujeres, la historia lo niega. Basta con recordar a la republicana-socialista malagueña Victoria Kent, directora general de prisiones durante el Gobierno de Alcalá-Zamora, quien negó el derecho al sufragio femenino ya que, a su juicio, la mujer española del momento carecía de preparación social y política. Y lejos de proponer una mejora educativa de las consideradas como «analfabetas», la republicana les postergaba al ostracismo confinándolas como ciudadanas de segunda, que no merecían ejercer el sufragio. No fueran a votar a la derecha por influencia de su confesor.
Desde entonces, la fisonomía de la sociedad española ha cambiado. La independencia económica, social, intelectual e incluso personal de las mujeres ha avanzado de manera sideral. Pero no gracias a las políticas públicas impuestas por la izquierda, sino por obra del ímprobo trabajo de muchas profesionales valiosas, esforzadas, tenaces y exitosas, que han llegado a la cumbre de sus carreras por méritos propios. Y en multitud de ocasiones, compatibilizando su trabajo con la maternidad.
Por eso, la imposición de un número de mujeres en los puestos de responsabilidad es un desprestigio para las profesionales valiosas, ya que se pone en cuestión el necesario reconocimiento a su esfuerzo y a su mérito personal. La imposición de cuotas impide distinguir si la ejecutiva ocupa su cargo como resultado de una carrera exitosa o, simplemente por rellenar un espacio, que hoy debe estar cubierto por una mujer. Y lo que es peor, las cuotas benefician, y mucho, a aquellas que sin aval profesional alguno pretenden alcanzar nichos de poder, que por méritos propios nunca habrían obtenido.
En el siglo XXI, en términos generales, las mujeres no necesitamos tutelas, y ese empeño por utilizarnos como bandera de causas inexistentes no hace más que mostrarnos como personas débiles, que necesitan un trato de favor, pues por sí mismas nunca alcanzarán la cima.
La singularidad femenina existe, como es palpable, por mucho que se pretenda negar a través de la permanente confusión. Y el hombre, por el hecho de serlo, no es ni el rival ni el enemigo de las mujeres. El varón es complementario de la mujer, salvo en casos patológicos. La diversidad enriquece, fortalece las instituciones, aporta valor, estimula el crecimiento personal y mejora el clima laboral y social. Pero si la diversidad se impone, lejos de fortalecer los lazos entre las personas, genera un caldo de cultivo muy lesivo para la autenticidad. Y la creación de estereotipos y el fortalecimiento de la discriminación positiva de quienes no tienen ningún tipo de discapacidad, no hace más que ahondar en la desigualdad.
Fue maldito el 8-M de 2020, que tenía que celebrarse a pesar que las continuas señales de alerta que aconsejaban que no se hiciera. Y por autorizarse se llevaron a cabo otras muchas celebraciones que tuvieron las nefastas consecuencias que todos conocemos. Y hoy, tres años después, asistimos a la misma cerrazón por mantener leyes que ponen a violadores en la calle –ya ha habido más de 700 revisiones de sentencias– normas que permiten tomar decisiones irreversibles a menores como el cambio de sexo o el aborto. Y lo que, quizás es peor, un Gobierno que aprueba leyes con nefastas consecuencias para los ciudadanos, sencillamente por dar cumplimiento a su hoja de ruta: generar caos y confusión en una sociedad cada vez más líquida.
  • María Crespo Garrido es profesora titular de Hacienda Pública en el Departamento de Economía y Dirección de Empresas de la Universidad de Alcalá
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