Eterna España cainita
Todos los ciudadanos, con generosidad, humildad y sacrificio, hemos de reconquistar la ética del humanismo cristiano, la sabiduría griega y el orden romano
Afirman Herodoto, Tucídides y el fundador de la sociología, San Agustín de Hipona, que las sociedades se rigen por ciclos: las democracias, cuando degeneran sus instituciones, devienen en una oclocracia; después, tras una revolución o una guerra, surgirá una dictadura; ésta, al debilitarse, se convertirá en una oligocracia, gobierno que retornará a la democracia hasta que ésta se corrompa en oclocracia reiniciándose un nuevo ciclo de crisis y conflicto social.
No hemos comenzado la caída hacia el abismo desde nuestra democracia hacia la oclocracia. Pero las señales no son halagüeñas, porque evocan las tensiones e inestabilidades de los tiempos de Witiza y su sucesor Rodrigo, germen del nacimiento de las oclocracias: primero, por los conflictos y tensiones entre regiones, autonomías y el poder central; en segundo lugar, por la cuestión religiosa, aunque hoy es más oportuno afirmar cuestión de ideales, porque en el clero español, incluida su jerarquía episcopal, escasean intelectuales capaces de dialogar con la sociedad laica en universidades, periódicos y ámbitos culturales cooperando a la unidad, el bien común y la convivencia ciudadana desde el pensamiento humanista cristiano; y, en tercer lugar, por la suma de la crisis económica con la degradación institucional, el desprestigio administrativo central y descentralizado, y la ausencia de valores educativos que iluminen la identidad de las nuevas generaciones como nación en la historia.
Más de mil trescientos años han transcurrido desde que las tropas sarracenas invadieron la España visigoda, la desmembraron en reinos de Taifas, cambiaron tradiciones, modo de vida y sociedad, y dejaron una huella que supuso más de siete siglos de lucha por reconquistar la unidad e identidad de España. ¿Qué ocurrió para que, en aquellos tiempos remotos, un grupo de guerreros moros atravesaran como un puñal la piel ibérica hasta casi liquidar la monarquía romano-visigoda? Pues lo de siempre en España: la envidia cainita de los monarcas y líderes populares que corrompieron las instituciones, convivencia, valores y unidad de los visigodos rindiéndolos a la invasión musulmana.
Afirma Menéndez Pelayo en la Historia de los Heterodoxos Españoles que Witiza «más que un nombre, fue el tipo de la degradación moral de la gente visigoda. Rodrigo fue sólo la víctima expiatoria», cuyo «individualismo bárbaro propicio a rebeliones y asesinatos, discordias intestinas, traiciones, perjurios contra su pueblo e ignorancia de las grandes ideas helénicas y latinas de patria y de pueblo» supuso el fin de la España visigoda e hispano-romana del siglo VIII. Porque, para Menéndez Pelayo, en Guadalete, ante las huestes moras de Tarik y de Muza, «la población hubiera podido resistir al puñado de árabes que pasó el Estrecho. Pero Witiza les había desarmado, las torres estaban por tierra y las lanzas convertidas en rastrillos».
Schopenhauer sentenció que «la historia tiene escaso valor educativo» y, más de mil trescientos años después de la invasión musulmana, los demócratas que hemos conocido la belleza constitucional de la convivencia de los españoles después de una dictadura que cerró la última de nuestras guerras civiles en una sacrificada, generosa y esperanzadora reconciliación de las dos españas, nos preocupamos porque la hermosura de nuestro sistema democrático está amenazada por la fealdad moral de quienes piensan en tener en lugar de ser, imponen el particular sobre el universal, y con pan y telebasura despojan nuestra historia común de la educación y valores que en Occidente forjan las naciones democráticas más perfectas, cuya cúspide es la Unión europea que crearon Schuman, Adenauer, Churchill o De Gasperi con los postulados cristianos de la solidaridad. Se maquilla la mirada de nuestro país perdiendo su identidad como pueblo. Se quiebra la belleza espiritual, humanista e histórica de nuestra patria en múltiples fragmentos que, como un espejo roto, deforman el rostro de una nación que si ha perdurado en la historia es por ser heredera de la sabiduría de la filosofía griega, del orden jurídico del derecho romano y de los valores del humanismo cristiano.
El pueblo español es generoso y sacrificado, capaz de los mayores esfuerzos en aras del bien común, y quienes ostentan cualquier responsabilidad pública han de ser ejemplo y promotores de los más virtuosos ideales para no acabar como la España visigoda. Todos los ciudadanos, con generosidad, humildad y sacrificio, hemos de reconquistar la ética del humanismo cristiano, la sabiduría griega y el orden romano. Sólo fundidos sus principios con nuestro ordenamiento constitucional evitaremos la muerte de nuestra cultura moderna y democrática. Y derrotaremos un posible nuevo ciclo social en el que, con Menéndez Pelayo, si «las calamidades y las grandezas históricas se condensan siempre en uno o pocos personajes» nuevos herederos de Witiza nos llevarían a la cainita desaparición de España en la Historia, hasta sólo quedarnos exclamar, como el Romance de Don Rodrigo: «Postrer godo que reinaba, hoy pierdes tu tierra y tu reino. ¡Maldita sea tu saña, qué gran crueldad has mostrado contra la triste de España!».
- Alberto Gatón Lasheras es comandante capellán. Doctor en Derecho y Doctor en Derecho Canónico