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25 de abril de 2024

El Papa Francisco, a su llegada a la plaza de San Pedro, rodeado en el papamóvil por un grupo de niños

El Papa Francisco, a su llegada a la plaza de San Pedro, rodeado en el papamóvil por un grupo de niñosEFE

Audiencia General de los Miércoles

El Papa Francisco: «Dios prefiere una oración de protesta que una religiosidad hipócrita»

En la serie de catequesis sobre el valor de la ancianidad, el Santo Padre ha recordado este miércoles la figura de Job

A su llegada a la plaza de San Pedro para presidir la audiencia general de este miércoles 18 de mayo, el Papa Francisco se ha visto rodeado por un grupo de niños con gorras rojas, que han subido al papamóvil y le han acompañado por la explanada hasta los pies de la basílica donde el Santo Padre pronuncia su catequesis.
En esta ocasión, ha continuado su ciclo de conferencias sobre el valor de la ancianidad recordando la figura de Job, como testigo de la fe que no acepta una «caricatura» de Dios, más bien «le grita frente al mal para que Dios responda y revele su rostro».
Francisco ha afirmado que la parábola del libro de Job representa de «forma dramática y ejemplar lo que en la vida sucede realmente«. »Sobre una persona, sobre una familia o sobre un pueblo se derriban pruebas demasiado pesadas, desproporcionadas respecto a la pequeñez y fragilidad humana. En la vida a menudo, come se dice, llueve sobre mojado. Y algunas personas se ven abrumadas por una suma de males que parece verdaderamente excesiva e injusta».
El Pontífice ha aseverado que los ancianos que encuentran el camino de este testimonio, que convierte el resentimiento por la pérdida en tenacidad para seguir la promesa de Dios hay un cambio, no es así, del resentimiento por la pérdida a la tenacidad para seguir la promesa de Dios–, estos ancianos, ha dicho por último, son una guarnición insustituible para la comunidad a la hora de afrontar el exceso de maldad:
«La mirada de los creyentes que se dirigen al Crucificado aprende precisamente esto. Que lo aprendamos también nosotros, de tantos abuelos y abuelas, de tantos ancianos que, como María, unen su oración, a veces desgarradora, a la del Hijo de Dios que en la cruz se entrega al Padre. Miremos a los ancianos, miremos a los ancianos, a las ancianas, a los viejitos; mirémoslos con amor, miremos su propia experiencia que han sufrido tanto en la vida, que han aprendido tanto en la vida, que [han] pasado por tanto y cómo al final tienen esta paz, una paz -diría- casi mística, que es la paz del encuentro con Dios, que pueden decir 'te conocía de oídas, pero ahora mis ojos te han visto'. Que estos ancianos se parezcan a esa paz del hijo de Dios en la cruz que se entrega al Padre».
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