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16 de abril de 2024

la verónicaadolfo ariza

Amortajarse con el sudario de la sotana

El pensamiento del sacerdocio fue para Blondel la elevación que le permitía esperar más allá de lo que él mismo «se atrevería a hacer»

Actualizada 04:30

La forma correcta del título tendría que ser para hacer honor a la verdad: «[…] amortajarme con el sudario de la sotana». Dicho así hubiera cundido cierta preocupación y –créanme– no es el caso. La idea la he tomado del eminentísimo filósofo francés Maurice Blondel en sus, recientemente publicados – Cuadernos íntimos 1883-1894. En concreto en el Memorial que envía a un sacerdote de San Sulpicio, el 9 de septiembre de 1893, por el que intenta hacerle partícipe del estado de su alma cuestionada por una hipotética vocación sacerdotal.
Lo llamativo del estado de discernimiento en que está inmerso, y que va narrando en sus Cuadernos, es el «papel considerable de la idea del sacerdocio» en su vida, de clara «eficacia permanente». Reconoce que la idea de ser llamado a la vocación sacerdotal ha sido para él «una protección y una fuente de piedad» al conducirlo a una permanente reflexión acerca de «la seriedad de la vida cristiana». El filósofo experimenta que la prolongada incertidumbre en que se mantiene le ha llevado a comprender que lo único absolutamente bueno para nosotros es lo que Dios quiere de nosotros: «He visto que antes de elegir y de actuar tengo que amortiguar el impulso natural de mis propias tendencias, para alcanzar por esa opción una indiferencia sumisa y poder entregarme más completamente a Dios».
Es más, ha podido vislumbrar que la idea del sacerdocio le ha ayudado a alcanzar «la concepción filosófica» por la que se entiende a sí mismo «encadenado a la verdad cristiana». Sin esta búsqueda estima que nunca habría pensado ni logrado ejercer sobre sus alumnos o sus colegas, la acción para la cual Dios había querido a veces servirse claramente de él: «Veo incluso que sin él me habría sido imposible, por decirlo así, alcanzar el punto preciso en el que he apoyado todo el esfuerzo de mi pensamiento […]».
Ha sido «trabajado por dentro por este pensamiento» que ha producido en él «una unción cuya marca permanece». Para Blondel es imposible meditar en la vocación sacerdotal «sin que el corazón sufra»: «[…] pienso cuánta necesidad tiene nuestro Señor de ser servido, consolado y amado. Pienso en los gozos de los corazones que se consagran únicamente a él y en la virtud de la abnegación total».
Pero si algo prepondera es su propia lucha interna en la búsqueda de la voluntad de Dios. Realmente conmueven sus cuitas: «Me pregunto si se me pide esa renuncia total; si, sin sentirme atraído, sin tener claridad, debo ir a donde ese pensamiento tenaz me espera para hacerme quizá reparar toda clase de flaquezas inconfesadas, para remediar toda la sutileza de una mente que se analiza demasiado, para dar muerte a esa necesidad excesiva de razón y de luz, para suprimir cualquier pretensión de actuar eficazmente por las vías naturales, y para amortajarme con el sudario de la sotana, sin que pueda ver de antemano cómo esa muerte será el principio de una fecundidad mejor».
La lectura de este relato ofrece una notable claridad con respecto a una relación no siempre bien avenida en una sociedad como la nuestra: razón y afectos. Blondel da luz al respecto con un insoslayable interrogante: «Puesto que tiendo a regirme por la razón, ¿no debo tener en cuenta sobre todo la estima racional que tengo del sacerdocio, sin preocuparme por la ausencia de atractivos sensibles?».
En definitiva, Blondel encontró que no era llamado al sacerdocio pero siempre fue norte en su vida «la unión del sacerdote con Cristo, sacrificado a Dios y entregado a los hombres», «la belleza de la inmolación en el tiempo», «la eminente dignidad del carácter que marca al sacerdote para toda la eternidad», «el privilegio de acompañar al Cordero adondequiera que vaya» y «la necesidad de intimidad por el sufrimiento compartido». Lo afirma con claridad: «Siempre en el pasado, todavía en el presente, y tal vez en el futuro, el pensamiento del sacerdocio ha sido, es o será la elevación que me permite, que me obliga a apuntar y a esperar más allá de lo que yo mismo me atrevería y podría hacer».
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