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25 de abril de 2024

Rubén Herce

Rubén HerceUniversidad de Navarra

Rubén Herce: «Los medios exageran la distancia entre la ciencia y la fe»

El sacerdote, doctor en Filosofía e ingeniero aborda las relaciones entre el conocimiento científico, la ética y la fe católica

Sacerdote, doctor en Filosofía e ingeniero, Rubén Herce ha publicado recientemente el libro La ética es cosa de otros. Esta semana, el también profesor en la Universidad de Navarra (UNAV) atiende a El Efecto Avestruz, el programa de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), para hablar sobre ciencia, fe y ética, y sobre cómo se relacionan estos campos entre sí.
–Hace siglos que se viene hablando sobre ciencia y fe, y sobre las relaciones entre una y otra. ¿No debería ser ya un debate superado?
La cuestión es que el ser humano necesita hacerse las grandes preguntas, y estos dos temas son muy grandes. También la fe, que sigue latente por mucho que queramos apartarla. Son dos temas que interesan incluso a quien quiere negarlos. Pretender que la verdad se reduzca simplemente a lo que podemos estudiar científicamente sería reducir bastante la verdad: necesitamos ampliar esa visión.
–Hoy parece que decir que algo «lo dice la ciencia» lo eleva a dogma. ¿Está de acuerdo con esta concepción de lo científico como lo único con posibilidad de ser objetivo?
–Bueno, yo diría que esa idea de que lo científico parece ser lo único objetivo está sobre todo en el imaginario colectivo, porque la mayoría de científicos se da cuenta de que hay mucho de subjetivo en su trabajo: muchas hipótesis, mucha interpretación de los datos… Cuando los científicos hablan suelen ser mucho más cautos, porque saben hasta dónde pueden llegar las afirmaciones que realizan. Y también que, en el fondo, los resultados obtenidos dependerán del método utilizado, y viceversa: el método escogido dependerá de los objetivos que uno se ha propuesto.

Los medios de comunicación presentan la ciencia y la fe como dos polos extremos, pero la realidad se sitúa en un plano menos mediático

–También está en el imaginario colectivo esa caricatura del cristiano como negacionista.
–Sí, y creo que aquí sucede lo mismo que decía. Del mismo modo que lo científico no es meramente objetivo, tampoco se puede reducir la religión a las posturas de –pongamos– los terraplanistas. Los medios de comunicación presentan la ciencia y la fe como dos polos extremos, pero la realidad se sitúa en un plano menos mediático. Muchos científicos a lo largo de la historia han sido gente de fe, y hoy en día sigue ocurriendo: son personas con una unidad de vida intelectual, que creen en el mensaje de Jesucristo y, a la vez, valoran mucho el trabajo científico que realizan. Y tienen la honradez de, en determinados aspectos, decir «no puedo ir más allá» a través del método científico, y de reconocer que entonces uno entraría en un pensamiento ya filosófico.
–Hablando de filosofía, ¿por qué, tras dedicarse durante años a estudiar la ciencia y la fe, ha decidido escribir un libro sobre moral, La ética es cosa de otros?
–Precisamente porque creo que en nuestra sociedad estamos dejando de lado cosas importantes. Durante muchísimos años nos hemos centrado mucho en la importancia del individuo, y hemos entendido la ética como el hacerse del propio individuo… y eso me parece profundamente erróneo. De ahí el doble sentido del título: la ética es cosa de otros, porque es para otros, pero también porque la aprendemos y vivimos junto a los demás. Cuanto más ricas son las relaciones que trabamos, mayor es la plenitud de lo humano.

El desarrollo personal no se hace sin los demás: yo me desarrollo y crezco humanamente en la medida en que soy capaz de amar más y mejor a quien tengo alrededor

–Es ud. sacerdote, ¿podemos caer en la tentación, como cristianos, de convertir la ética en una mera lucha ascética?
–En el libro no entro en cuestiones propiamente religiosas, pero sí creo que puede existir ese modo de entender la religión como una especie de auto-perfeccionamiento. El papa Francisco ha criticado claramente esta idea de neopelagianismo. El desarrollo personal no se hace sin los demás: yo me desarrollo y crezco humanamente en la medida en que soy capaz de amar más y mejor a quien tengo alrededor. El riesgo del pelagianismo está ahí, pero puedo atenuarlo en la medida en que la razón por la que hago las cosas no es buscando mi perfeccionamiento, sino dándome cuenta de que ese es el modo en que puedo amar mejor a las personas. Es no pensar tanto en por qué hago las cosas sino para quién las hago.
–Ligando este tema con el primero, hay quien plantea que en el futuro se podrían crear «exoesqueletos morales» que obligarían tecnológicamente a no hacer el mal. ¿La técnica podrá sustituir a la ética?
–Diría que no. La técnica debería ser un complemento, pero algo externo no puede mejorar al ser humano desde fuera. Un exoesqueleto moral no me mejoraría, porque yo me mejoro con mis decisiones personales, que nacen del amor e incluyen a los demás. Son necesarios esos dos elementos: la decisión personal y subjetiva de comprometerme con lo bueno, de escoger lo bueno, y que esa opción correcta no tenga que ver con mi perfeccionamiento sino con vivir de cara a los demás. La técnica tiene que estar al servicio de otra cosa; no se pueden hacer buenos ciudadanos desde fuera.
–Aunque se intenta…
–Sí, efectivamente se intenta, pero porque no se cree realmente en el potencial del ser humano. Si tú no crees en la bondad del corazón del ser humano, lo que intentas es corregirle a base de técnica, de cosas externas, de control desde afuera… pero así lo que haces es precisamente deshumanizar a la persona. Detrás de todas las cuestiones éticas late siempre una antropología: «¿Quién pienso yo que es el ser humano?». En función de la mirada que tenga yo sobre el ser humano, pensaré cómo puede actuar. Si yo pienso que el ser humano es un lobo para los demás, tengo que ponerle un collar. Pero si lo que veo es todo el potencial que puede desarrollar, le transmitiré una mirada de esperanza.
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