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20 de abril de 2024

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Reportaje

«Todo el mundo está que muerde con los bancos»: la falta de sucursales y cajeros desespera a los mayores

El paisaje bancario cambia y las sucursales desaparecen de las calles para dejar paso a una brecha insalvable con las personas mayores

La esperanza de vida de los españoles se sitúa en los 82 años de media. En el año 1960 era de 69 años. La edad media de los españoles se sitúa en los 45 años y la previsión es que para 2050 sea de 53.
La pirámide de población en España engorda en la parte central, la que va desde los 35 a los 60 años. El 1,5 % tiene más de 85 años; alrededor de un 2 % entre 75 y 79; el 2,5 % entre 70 y 74; el 2,5 % entre 65 y 69 y alrededor de un 3,5 % entre 60 y 64 años. Es la parte más alta de la tabla, la que manejan los bancos para tomar una decisión trascendental que vive desde hace unos años la parte más crítica de la curva que les llevara a su nueva realidad.
Casi seis millones de españoles se han quedado desprotegidos de la mano salvadora de sus oficinas. De los empleados de banca cercanos que les entregaban su dinero en la ventanilla, les ponían al día sus cartillas y hasta los animaban a utilizar una tarjeta de crédito.
De aquel paisaje ya no queda casi nada en las grandes ciudades y mucho menos en las pequeñas localidades donde los pocos cajeros y oficinas que había han desaparecido.
Cuentan los jubilados de la banca que lo que ellos vivieron en los años 80 y 90 fue apasionante. El mundo de las finanzas era mucho más accesible laboralmente. Uno de ellos recuerda a un compañero que alternaba la oficina por la mañana y la seguridad privada por las noches. Otros cerraban a las tres de la tarde la caja y abrían a las cuatro una nueva jornada en otro empleo. Vivían mejor que los funcionarios. «Recuerdo que teníamos un cliente mayor, debía ser un aristócrata del barrio de Salamanca (Madrid), que venía diariamente a la oficina a poner su libreta al día y eso que no tenía movimientos». Eran tiempos duros porque el dinero fluía y los atracos, también.

Me pusieron un par de veces la pistola en la cabeza para abrir la caja, había demasiados robos y pasábamos más tiempo en ruedas de reconocimiento que en la oficinaUn jubilado

«Me pusieron un par de veces la pistola en la cabeza para abrir la caja es un trauma complicado de superar, había demasiados robos y pasábamos más tiempo en ruedas de reconocimiento que en la oficina», comenta. «También me tocaba ir de una oficina a otra cargado de millones en el abrigo porque la valija interna no existía», recuerda con mejor humor.
«Cuando pusieron los sistemas de seguridad, ese aristócrata que venía a diario al banco hizo saltar las alarmas. Nos levantamos intrigados a averiguar si era un fallo, pero no. Tras un rato de discusión con los compañeros el señor nos mandó callar y nos enseñó lo que provocaba la alerta: de su bastón extrajo un pequeño sable que ocuparía hasta la mitad más o menos. Dijo que era para protegerse. Desde ese día le permitimos el acceso, aunque la alarma siguió advirtiendo su llegada», evoca desde su más que cómoda jubilación como empleado de banca. 

Al servicio de los bancos

Los mayores de los años 80 tenían al banco a su servicio. Los mayores de la segunda década del siglo XXI tienen que ponerse al servicio de los bancos. Ya no es que tengan una tarjeta, tienen varias: de crédito, débito, préstamo… además les han cambiado la libreta por una aplicación móvil y les han limitado el horario para pagar religiosamente sus recibos a un rato por la mañana temprano. La España que madruga y paga los suministros.
Los hijos de esta generación es la que hace las veces de aquel empleado que cuidaba del cliente espadachín. Hijos y nietos instalan las aplicaciones de los bancos, generan claves y les explican cómo se utiliza con el respaldo de un boli, un papel y una letra gigante donde apuntar paso a paso lo que tienen que hacer.
Lástima que el estipendio que dan los abuelos por esa labor tampoco es en metálico. Toca hacer un Bizum. Otra hoja más del manual para aprender a enviar dinero, aunque esa acción no se atreven a hacerla solos no vaya a ser que envíen de más a un desconocido.
Los bancos han dado el salto a la nueva era de sus relaciones con los clientes. Eso pasa por ocuparse por otro segmento de edad, rebajar los costes de las sucursales, despedir empleados y fijar objetivos muy altos a los que se quedan. El paradigma no podía ser más desolador para la Tercera Edad.

Más cerca, más lejos

«Nos están haciendo la pascua», «me gusta tener metálico», «me gusta la cartilla» … es lo que dicen cuando ven un micrófono con ganas de saber sobre su realidad. Otros sorprenden al decir que «utilizo siempre la tarjeta», «funciono con el móvil, pero me gustaría ser atendido en las oficinas por empleados y que me den el dinero en la mano», reclaman otros que asumen con desgana lo que les toca vivir.
La velocidad a la que operan los jóvenes es inalcanzable. Algunos mayores ven pasar el dinero por delante sin capacidad de interiorizar los pasos del proceso. Sus familiares se han convertido en su salvación. Van al cajero con la tarjeta, sacan dinero para pasar el mes y se lo llevan a casa para que ellos dispongan. Por la oficina ni se les ve, ni se les espera porque las que había ya no están y las nuevas tienen esa nueva decoración minimalista y tan cercana que les ha alejado definitivamente de uno de sus hábitos preferidos.  
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